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Las difíciles finanzas de un autónomo      

Con la crisis, millones de personas se quedaron en paro. La tasa de desempleo se llegó a multiplicar casi por cuatro, y la dificultad para conseguir un puesto de trabajo se extendió incluso a los profesionales cualificados y con experiencia.

Un gran número de españoles apostó por hacerse autónomo como una posibilidad para obtener ingresos aprovechando sus conocimientos. A esto se unieron diversas medidas para apoyar las altas en esta modalidad, como la famosa “tarifa plana”, que consistía —si se cumplían unos requisitos— en una bonificación de las cuotas a abonar a la Seguridad Social, de manera que, durante los seis primeros meses, sólo se pagaban 50 euros, y entre los meses 6 al 12, y 13 al 18, se contaba con otras bonificaciones, decrecientes.

Con la nueva Ley de Autónomos, a partir del 1 de enero de 2018, se ha ampliado el plazo inicial de los 50 euros a 12 meses, y el período total bonificado a 24.

Debido a la situación económica y gracias al impulso propiciado por las medidas que se han aprobado en los últimos años, y de la economía digital, el número de autónomos en nuestro país ha ido aumentando, hasta sobrepasar los tres millones de afiliados al Régimen Especial de Trabajadores Autónomos (RETA). En 2017, el empleo generado por los autónomos, según la Asociación de Trabajadores Autónomos (ATA), ascenderá a 150.000 personas (60.000 autónomos y 90.000 empleos adicionales creados por éstos).

Sin embargo, no es oro todo lo que reluce. Los autónomos se enfrentan a muchos problemas y dificultades. Aúnan en su persona las características de un trabajador y un empresario, lo cual supone cierta complejidad a la hora de gestionar su empresa o de manejar sus finanzas.

Ingresos

Para los que han trabajado por cuenta ajena, hacerse autónomo supone un cambio de paradigma considerable, ya que se pasa de contar con un salario mensual “seguro” a la incertidumbre de los ingresos. ¿Cuánto facturaré este mes? ¿Lo cobraré todo? Esta incertidumbre suele ser mayor en los inicios de la actividad, cuando aún se no ha cogido inercia, y los ingresos pueden ser todavía más irregulares… pero no así los gastos, lo cual puede aumentar la presión sobre el autónomo.

Hay, en este aspecto, otro choque con la realidad. A los trabajadores por cuenta ajena, sus empresas les abonan gran parte de la seguridad social y les descuentan el IRPF en sus nóminas. A partir de ahí, perciben un salario neto, que es lo que todo el mundo, al final, tiene en cuenta: cobro 1.000 euros, cobro 1.500…

En el caso de los autónomos, de lo que facturan, tienen que dedicar una parte a pagar las cuotas de la Seguridad Social. Esta cuota supone un mínimo de unos 275 euros al mes, se tengan o no ingresos (al contrario de lo que sucede en otros países), lo cual supone un lastre para muchos negocios, que no son capaces de mantener un ritmo sostenido de facturación.

Además, de ahí tienen que descontar el IRPF en sus facturas (el 15%, o el 7% para profesionales de nuevo inicio, en el año de inicio y en los dos siguientes), aunque luego el porcentaje efectivo en la declaración de la renta dependerá de su nivel de ingresos.

En definitiva, para ser mileurista (es decir, para tener 1.000 euros efectivos de ingresos cada mes), un autónomo tiene que facturar más de 15.000 euros al año.

Hay que hacer de todo

Muchos autónomos contratan diversos servicios (lo cual conlleva más gastos), porque no saben o no pueden encargarse de todo. En especial, a menudo necesitan servicios de asesoría, y es que, aunque no estén obligados a llevar una contabilidad como una empresa, sí que deben hacer frente a una serie de obligaciones fiscales: declaraciones trimestrales y anuales de IVA y retenciones, la declaración de la renta se vuelve un poco más complicada…

El autónomo puede llegar a ser un verdadero “hombre orquesta” que debe ocuparse de hacer su trabajo, pero también de la parte comercial, de la gestión de cobros y pagos… lo que conlleva una mayor complejidad, y más teniendo en cuenta el siguiente apartado.

Separar las finanzas personales y empresariales

A muchos empresarios, especialmente si han empezado desde cero, les cuesta separar las finanzas personales de las de su sociedad. Si necesitan dinero, lo toman prestado de su empresa, y si ésta es la que lo necesita, se lo dejan…

En el caso de los autónomos, esta relación es aun más fuerte, ya que es la misma persona la que genera los ingresos y los gastos. Se hace imprescindible una gestión muy rigurosa de las cuentas. Lo recomendable es tener, al menos, una cuenta bancaria y una tarjeta de crédito específicas del negocio, separadas de las cuentas/tarjetas personales, y llevar todos los gastos/pagos de la actividad económica a través de ellas.

Pensiones

Éste es otro de los grandes hándicaps de los autónomos. Y es que, a pesar de lo difícil que resulta a veces pagar la cuota mensual a la Seguridad Social, la cotización de los autónomos es bastante baja, ya que la base de cotización mínima (a la que se acogen la gran mayoría) es solo de 919 euros.

Esto produce que las pensiones de los autónomos (especialmente, si no han trabajado por cuenta ajena a lo largo de su vida laboral) sean muy bajas, hasta el punto de que la pensión media de un autónomo ronda los 700 euros al mes, unos 500 euros por debajo de la media del Régimen General.

Desempleo

Y, si el negocio no va bien, ¿tiene derecho al desempleo, como los trabajadores por cuenta ajena? Antiguamente, ni siquiera existía esta posibilidad. Hoy en día, se ha incorporado esta opción, que implica un sobrecoste en la cuota a pagar a la Seguridad Social de unos 20-30 euros al mes, lo cual supone que la mayoría de los autónomos no la elijan.

Además, existen una serie de requisitos a cumplir, especialmente en cuanto a los motivos para cesar la actividad, que hacen que un alto porcentaje de solicitudes de paro se denieguen, lo cual refuerza que sea una alternativa poco utilizada por los autónomos. Y es por ello por lo que, en definitiva, pocos autónomos cuentan con esta cobertura.

 

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