En un mundo tan globalizado, el comercio entre fronteras juega un papel fundamental para las economías de los países importadores y exportadores. Nunca llueve a gusto de todos, y cuando se trata de vender o comprar fuera, un paso en falso puede hacer temblar más de un sector.
Aranceles, guerra comercial a la vista
Las guerras comerciales han acontecido a lo largo de la historia en repetidas ocasiones y bajo infinidad de variopintas regulaciones. Prohibir las importaciones de un determinado país, o cerrar las fronteras podría ser catalogado como excepción a día de hoy. Sin llegar a tal extremo, en las últimas décadas se han dado restricciones arancelarias que han tensado las relaciones comerciales entre países. Repasaremos varios casos a continuación.
Los aranceles no han sido las únicas barreras que han tenido que escalar los bienes exportados. Existen medidas no arancelarias que camuflan una restricción directa al comercio exterior como pueda ser la implantación de nuevas normas sanitarias, nuevos requisitos de calidad, devaluación de divisas, subsidios a la producción nacional, acuerdos bilaterales entre países, etc.
A pesar de que la lista de países integrantes de la OMC no ha dejado de crecer, con un extenso catálogo de limitaciones y acuerdos entre sus países miembros, las estrategias políticas rompen con frecuencia el equilibrio idílico propuesto por esta organización con sede en Ginebra.
Sin retroceder mucho, el gobierno de Donald Trump ha puesto en entredicho el comercio internacional con restricciones que directamente afectan a la economía global y ponen en tela de juicio su relación con China y Europa.
La polémica comenzó con el anuncio de EE.UU de imponer nuevos aranceles al acero y al aluminio, del 25% y 10% respectivamente. Estos se sumaron a los ya impuestos a lavadoras y paneles solares, que representan en total un 4,1% de las importaciones de EE.UU. A raíz de este primer movimiento de EE.UU. empezó a crecer la tensión y la imposición de medidas en uno y otro país. Sin ir más lejos China estableció aranceles a del 25% a las importaciones de aviones, automóviles y soja americanos. Durante esos días EE.UU. amenazó a China con imponer aranceles a productos que representaban importaciones por valor de los 50.000 Mn$. Estas medidas han entrado en vigor el 6 de julio (34.000 Mn$) y el 23 de agosto (16.000 Mn$).
En este escenario, si las negociaciones no se traducen en exenciones entre las principales potencias y las denuncias ante la OMC no surten efecto, las represalias en forma de aranceles o monedas devaluadas podrían desencadenar en una nueva guerra comercial.
¿Y qué es una guerra comercial?
Antes de seguir, podríamos definir una guerra comercial como la imposición de medidas restrictivas al comercio entre naciones. Nace de la decisión unilateral de un país de restringir sus importaciones, seguida de medidas similares de los países exportadores afectados, como represalia. Pronto se convierte en una espiral de restricciones arancelarias que expande y termina perjudicando a la economía de todas las partes implicadas.
A raíz de este asunto, Reuters hizo unas encuesta entre cientos de economistas. Ninguno de ellos creía que la guerra comercial pudiera favorecer a EE.UU.
Las guerras comerciales recientes más sonadas.
La del acero y aluminio de Trump es la última, pero no hay que olvidar que los dos anteriores presidentes norteamericanos también vieron comprometida su política. En 2009, Barack Obama penalizó la entrada de neumáticos chinos con un arancel del 35%. China contraatacó con aranceles a importaciones de pollo y automóviles.
El mercado internacional de pollo también sufrió un vuelco con la restricción de la UE a las importaciones de pollo clorado de Estados Unidos por razones de seguridad alimentaria, por ocultar mediante el lavado en agua clorada posibles deficiencias en las granjas avícolas. Sin embargo, en Estados Unidos fue considerado una barrera no arancelaria para restar poder competitivo al pollo estadounidense, mucho más barato que el europeo.
En 2002 George Bush fijó un arancel del 15% a la importación de productos siderúrgicos y del 30% a determinados acabados de acero, con exenciones a Canadá y México. La medida pudo favorecer ciertas industrias, pero fue nefasta para otras que dependían del acero. Tras la intervención de la OMC, esta medida fue eliminada y se impusieron sanciones arancelarias a favor de los países más afectados.
Pero las guerras comerciales del siglo XXI arrancaron antes, siendo la conocida como Enmienda Byrd, la causante de rencillas que se prolongaron durante la primera década del milenio. La ley promovida por el senador Robert Byrd sancionaba a empresas extranjeras que habían sido acusadas de dumping. Los fondos recaudados de las sanciones se repartían entre las compañías estadounidenses que hubiesen denunciado esta práctica. Canadá, México, la UE, Chile, Brasil, India, Japón y Corea cuestionaron la legalidad de esta normativa ante la OMC, tachándola de subvención encubierta a empresas estadounidenses. Mientras llegaron las sanciones arancelarias de la OMC, los más afectados (México, Canadá, la Unión Europea o Japón) iniciaron la batalla por su cuenta. En el caso de Japón, impuso el 15% a las importaciones de acero estadounidenses mientras siguiera vigente la ley antidumping. Lo estuvo hasta 2007.
Guerra comercial aérea.
La batalla por el liderazgo en la producción de aeronaves entre los dos principales fabricantes también llevó a enfrentamiento comercial a Estados Unidos y la Unión Europea. En 2005, la primera denunció ante la OMC la concesión de ayudas públicas injustificadas a Airbus. Pronto reaccionó la UE sacando a la luz subvenciones recibidas por Boeing en Estados Unidos. En el mismo año se inició otra disputa similar entre Canadá y Brasil por sus dos principales fabricantes aeronáuticos, Bombardier y Embraer.
La guerra comercial de la Gran Depresión.
Aunque las anteriores han sido las más sonadas en los últimos años, la madre de todas las guerras comerciales vino con la regulación proteccionista nacida en los albores de la Gran Depresión del 29. En junio de 1930, solo unos meses después del crac y con la economía norteamericana muy mermada, se aprueba en Estados Unidos la Ley Hawley-Smoot que disparó los aranceles de más de 20.000 productos agrícolas e industriales como medida para paliar los efectos de la gravísima crisis.
Tras una leve recuperación inicial, las represalias de sus hasta entonces socios comerciales no tardaron en llegar. Los principales actores internacionales de la época elevaron sus aranceles como respuesta a la decisión estadounidense, lo que agravó todavía más la situación hasta que las medidas proteccionistas fueron reducidas por el gobierno del recién elegido Roosevelt, a partir de 1934.