Numerosas fuentes aseguran que el COVID-19 es una poderosa fuerza deflacionaria ¿Qué significa esto? Que por culpa de la pandemia los precios de los bienes y servicios están bajando con fuerza ¿De verdad? Quizás no esté tan claro. En el siguiente artículo conocemos la variación de los precios tras la crisis del coronavirus.
Antes de repasar el concepto económico de deflación conviene recordar que los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) mostraban una caída de la inflación del 0,7% en el mes de abril, lo que implica deflación.
Sin embargo, el INE aclara que la recogida de datos para la elaboración del IPC se ha complicado por culpa del COVID-19. Y ha sido así porque por primera vez, parte de los bienes y servicios que forman la cesta del IPC no estaban disponibles para su adquisición o sólo lo estaban de forma online.
¿Qué sube y qué baja con el COVID-19?
El INE recogía una subida de los precios de los productos del 1,1% en abril (alimentación, artículos de cuidado personal, artículos de limpieza y no duraderos del hogar, bebidas, comida de animales y tabaco), mientras que los servicios (alquiler vivienda y garaje, suministros de agua, electricidad, telefonía, servicios streaming, gas, gasóleo para calefacción, alcantarillado, basura, comunidad de vecinos, seguros, servicios funerarios y comisiones bancarias) bajaban un 1,5% respecto a los de marzo.
Según el INE, dentro de los productos de la cesta destacaban los precios de los alimentos, que subieron del 2,5% al 4% de marzo a abril. Los alimentos frescos alcanzaron un 6,9%, tres puntos más que el mes anterior, y los envasados que aumentaron seis décimas, hasta el 2,2%. Más en concreto, el COVID-19 ha tirado especialmente de los precios de las frutas, las legumbres y hortalizas, el pescado y la carne.
Entre los grupos que presionan a la baja la inflación de abril destacaron el transporte, que bajó un 6,8% ante la menor demanda y la caída de los los carburantes y los lubricantes, y la vivienda, que cae hasta el 6,6% por mor de la caída de los precios de la electricidad y del gasóleo para calefacción.
Entonces, ¿es el COVID-19 una fuerza deflacionista?
Si entendemos deflación como una bajada de precios generalizada y sostenida en un país o región durante un tiempo determinado, podemos aceptar que la pandemia ha provocado una deflación mundial. No se trata tanto de la caída de la demanda de bienes de consumo —como de los alimentos que, como hemos visto, ha subido—, sino de la demanda por parte de la industria, que se ha visto frenada en seco ante el obligatorio confinamiento y de muchos servicios, como la restauración, la vivienda o el turismo.
Así, con la industria parada a nivel mundial, deberíamos estar hablando de un desplome de la oferta y de sus consecuencias inmediatas en forma de espiral inflacionista. Sin embargo, el COVID-19 ha provocado un colapso de la demanda, por lo que la parada de la industria (oferta) no ha tenido efectos inflacionarios. Por ejemplo, al consumidor no le importaba que no se fabricaran coches porque no los podía comprar.
Deflación, pero con matices
Quizás tengamos sobre la mesa la duda sobre si el IPC realmente está midiendo la deflación. Porque es un hecho que los consumidores estamos notando que suben los precios de bienes de primera necesidad, como los alimentos y ciertos productos que no están del todo incluidos en la cesta, como los guantes, las mascarillas o los productos de limpieza.
Estarían bajando los precios de los paquetes vacacionales, la vivienda, el transporte, la restauración y los servicios culturales, que sí forman parte de la cesta del IPC, pero no lo notamos porque no los compramos.
Dicho de otro modo, el dato de IPC de marzo y abril indica deflación y, sin embargo, los consumidores no hemos notado esa caída de precios. En la medida en que la vuelta a la actividad recupere niveles normales de demanda en esas partidas que se han ido a cero, tendremos inflación —más o menos importante—, siempre que el resto de precios no caigan en consonancia.
Deflación en servicios, inflación en bienes de primera necesidad
Si analizamos los datos del INE de abril, los bienes subieron un 3,1% en el año, mientras que los servicios bajaron un 4,4% en ese tiempo. El confinamiento ha provocado una caída en los servicios (deflación) y, a la vez, una subida en los bienes (inflación).
El mejor ejemplo de ello lo hemos percibido los consumidores en la desaparición de las ofertas en los supermercados durante el confinamiento. También, en el mayor consumo (altas) en servicios de entretenimiento a través de internet: Netflix o Disney+, por ejemplo. Hemos podido gastar menos en gasolina al no poder salir, pero más en luz y gas por permanecer más tiempo en casa.
Por lo tanto, la deflación medida por el IPC —aunque se haya ajustado a la nueva realidad— puede no ser del todo real. Así, en los próximos meses podríamos esperar una inflación al uso, en la medida en que recuperemos la demanda de servicios que se ha ido a cero (restauración, ocio, etc.), si no caen los precios de los alimentos.
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