La economía suele catalogarse como una ciencia social. Existe un gran acervo de conocimientos y una extensa teoría económica que relaciona aspectos como la oferta y la demanda, los precios, la productividad o el nivel de empleo, por ejemplo, pero también hay un importante componente «humano» en las tendencias económicas.
Una variable frecuentemente afectada por las creencias y actitudes de los consumidores es la inflación, que a su vez puede influir en otros componentes de la economía, dando lugar a situaciones tan volátiles y preocupantes como la de 2022.
¿Qué es la inflación?
En primer lugar, recordaremos qué es la inflación. La inflación se define como la subida de los precios durante un período de tiempo. Así, se suele hablar de la inflación mensual (de un mes en concreto), anual (de un año natural) o interanual (que sería la subida de precios en los últimos doce meses, por ejemplo, de septiembre de 2021 a agosto de 2022).
¿Qué es la psicología inflacionaria?
Según la definición anterior, la inflación es un dato objetivo, medible de manera cuantitativa, aunque pudieran discutirse sus métodos de medición, como el IPC.
No obstante, la propia percepción que tienen los consumidores sobre la evolución de los precios puede tener consecuencias sobre los mismos y es por ello por lo que se habla de psicología inflacionaria: el proceso en el que la subida de precios se retroalimenta en función de las expectativas, ocasionando más inflación.
¿Qué es una fase de psicología inflacionaria?
Profundizando más en el concepto, en una fase de psicología inflacionaria los consumidores observan cómo los precios suben de manera constante y adaptan sus decisiones actuales a esas expectativas, comprando ahora que es más barato que en el futuro.
Esto supone una tendencia a aumentar el consumo en general; por ejemplo, si estamos pensando en comprar un ordenador que hoy vale 1.000 euros, y creemos que dentro de 6 meses va a costar 1.200, es posible que adelantemos la compra del mismo.
Al aumentar la demanda, los precios tienden a subir, por lo que la inflación se convierte en una especie de profecía autocumplida. Una situación similar fue la burbuja inmobiliaria, cuando todo el mundo se apresuraba a comprar pensando que luego iba a ser más caro, realimentando el ascenso de los precios.
Además, este efecto psicológico puede reforzar la inflación de segunda ronda, apoyando una espiral de crecimiento de salarios y precios que alargue la situación en el tiempo todavía más.
¿Qué impacto psicológico tiene la inflación en las inversiones?
El nivel de inflación tiene diversas repercusiones sobre los inversores. Se suele decir que un inversor debería buscar una rentabilidad que al menos le permita compensar la inflación existente, para no perder dinero; por tanto, si la inflación está siendo elevada, se necesita obtener una mayor rentabilidad para alcanzar este equilibrio, lo que puede promover que se invierta en alternativas con un riesgo mayor que en etapas de baja inflación.
En etapas inflacionarias hay inversores que se decantan por activos como el oro, como valor refugio por excelencia; así lo hace, por ejemplo, la estrategia de la cartera permanente. Se puede invertir en oro directamente (lingotes o monedas, como oro de inversión), pero también a través de empresas relacionadas con este metal (compañías mineras), de fondos de inversión o de ETF que replican la evolución de su cotización.
Otros inversores pueden fijarse en empresas con una importante cuota de mercado u otras fortalezas que les permitan cierta capacidad para fijar precios, ya que serán capaces de trasladar los aumentos de costes que tengan a los clientes, obteniendo con este ajuste una mejor rentabilidad que otras.