El IPC se ha convertido en un quebradero de cabeza para los responsables de la política económica en prácticamente todas las economías avanzadas. Empezando por los bancos centrales, cuya visión de transitoriedad de las subidas de precios se ha visto desbordada por la realidad. Ahora tienen que luchar contra el riesgo de una espiral autosostenida de precios y salarios —es decir, un verdadero proceso inflacionista— y, a la vez, evitar que ese intento provoque una nueva recesión, tan solo dos años después de la crisis pandémica. La inflación: causas y remedios.
Las consecuencias de la inflación son ya patentes, de ahí la preocupación de los gobiernos. Se trata del principal escollo en el camino de la recuperación, por ejemplo, en España donde las remuneraciones apenas crecen un 2,5%, cuando el avance del IPC se sitúa en cotas superiores al 8% (incluso rozando el doble dígito en marzo de 2022).
El resultado es una fuerte mordida en el poder adquisitivo de los hogares, restando fuelle al rebote esperado del consumo. Las empresas no energéticas también se enfrentan a un estrechamiento de sus márgenes, algo que unido al contexto geopolítico pesa sobre las expectativas de inversión. Los principales organismos internacionales han recortado las previsiones de crecimiento, en buena medida por el brote de inflación.
Inflación de origen energético que se adentra en la economía
El origen del brote inflacionario radica en la crisis energética y en los cuellos de botella que se han multiplicado tras el levantamiento de las restricciones provocadas por el covid, o la aparición de nuevos confinamientos en China.
Renovables todavía insuficientes
La lucha contra el cambio climático se ha convertido en un objetivo global: un paso muy necesario pero que tiene como efecto colateral una desafección por la inversión en energías fósiles, denostadas por sus efectos en las emisiones de carbono. La rarefacción de esa oferta, intensificada tras la invasión de Ucrania, no se ha visto compensada por las energías renovables. Un déficit de oferta que, unido a la recuperación de la demanda tras la pandemia, explica el encarecimiento de los precios energéticos.
Petróleo y gas
Desde inicios de 2021, la cotización del barril de petróleo se ha duplicado hasta superar los 110 dólares, con picos por encima de 130 tras la invasión de Ucrania. Durante el mismo periodo, el precio del gas en el mercado internacional se ha multiplicado por seis, según el índice TTF ha pasado de 20 en enero de 2021 hasta 125 en el momento de escribir, tras rozar máximos de 200 en marzo.
Alimentos
De manera similar, una amplia gama de materias primas alimentarias se ha encarecido drásticamente. Además, las perspectivas son muy inciertas, habida cuenta de la posición estratégica de Rusia en los mercados de materias primas y de Ucrania en el caso de los cereales.
Sube la energía, sube todo lo demás
Esta oleada de costes energéticos se ha adentrado en el aparato productivo, provocando alzas de precios de los procesos productivos más intensivos en energía como la electricidad, los carburantes, los fertilizantes y el transporte. La espiral de costes se ha extendido al resto de componentes de la cesta de la compra, como se refleja en el IPC subyacente: este ha repuntado desde tasas casi nulas hace un año, hasta cerca del 5% en España y medio punto menos en la eurozona.
De momento los salarios reaccionan con moderación en la eurozona, actuando como último dique de contención frente al riesgo de generalización de la inflación; en EE.UU., sin embargo, las remuneraciones han emprendido una senda alcista que ya ha desencadenado una espiral inflacionaria. Sin embargo, las negociaciones salariales son cada vez más tensas. Por ejemplo, el potente sindicato alemán del metal reivindica un ajuste del 7% a partir del otoño, evidenciando la amenaza de cronificación de la inflación.
Cómo contener el bucle precios-salarios
Para contener ese riesgo, es crucial actuar tanto en el origen del problema, es decir, sobre los precios energéticos, como en su extensión a través del aparato productivo mediante una política de contención del bucle precios-salarios. Las principales economías avanzadas han puesto en marcha medidas en ambas direcciones, con impactos muy diversos.
La iniciativa más común ha consistido en subvencionar el consumo de energía, para así moderar su coste. Se trata de recortar el impuesto sobre los hidrocarburos para todos los consumidores y empresas, con independencia del nivel de ingresos. La que mayor repercusión ha tenido, acontecida en un contexto de urgencia social, es un descuento en el repostaje de combustible (20 céntimos por litro en España, 30 en Alemania e Italia, o incluso 35 céntimos para el gasóleo en Francia). Otra medida muy aplicada consiste en la reducción temporal de los impuestos sobre los productos energéticos, en especial sobre la electricidad. Debido a su aplicación generalizada, este tipo de medidas implican un elevado coste para el erario público. Además no son sostenibles en un contexto de crisis energética persistente.
Las reformas del mecanismo de formación de precios de la electricidad, por su parte, inciden más directamente en la inflación energética. Francia por ejemplo limita al 4% el incremento de la tarifa eléctrica en 2022 y España ha instrumentado un tope al precio del gas que entra en ese mercado. Se trata en ambos casos de medidas transitorias.
De ahí el interés creciente en dispositivos más estructurales de ahorro energético, como la subvención al transporte público en Alemania y España, o los incentivos a las energías renovables. Este es un camino acertado, pero sus principales efectos no serán inmediatos.
Además de intentar neutralizar la espiral de costes energéticos (con un éxito limitado de momento), los gobiernos deben esforzarse por frenar los efectos de segunda ronda. Es decir, moderar el bucle precios-salarios. Esto se consigue, en parte, con el despliegue de programas de compensación para los sectores más expuestos y los colectivos vulnerables. Se trata de atajar indirectamente la inflación, atenuando el malestar social y el riesgo de desgarro del tejido productivo. Destaca Italia con una reducción del 20% de la factura energética para las industrias electrointensivas que registren un incremento del precio superior al 30%. También España acaba de anunciar un importante paquete de medidas, aunque algo menos focalizadas.
Un pacto de rentas podría ejercer un efecto moderador aún más potente, a condición de evitar la indiciación de la economía. La clave está en compensar parte del poder adquisitivo perdido por los trabajadores con bonificaciones lineales, no consolidadas en los convenios colectivos. Esta sería una forma equilibrada de compartir los costes del incremento de los costes importados sin deteriorar la competitividad.
El papel del BCE
En todo caso el BCE juega un papel clave en la estrategia antiinflación. El banco central ha tardado en responder, pero ahora acierta en anunciar un giro gradual de política monetaria orientado a anclar las expectativas. Este es un proceso que debe completarse con la puesta en marcha de un mecanismo de antifragmentación financiera: un proyecto todavía inconcreto pero crucial para la estabilidad del euro.
La dosis ideal de gradualidad es aquella que permite que los agentes mantengan la expectativa de una reducción de la inflación a medio plazo, sin afectar el crecimiento. Si la poción fuera insuficiente y las expectativas se desanclaran, el BCE no tendría más remedio que proceder a incrementos agresivos de tipos de interés hasta provocar una recesión y así cortar el proceso inflacionario. Este sería el peor de los escenarios para una economía endeudada como la española.