horizonte de las pensiones

El horizonte de las pensiones: no es una tragedia

Con esta expresión, la tragedia del horizonte, definió el entonces Gobernador del Banco de Inglaterra, Mark Carney, lo que nos esperaba en materia de cambio climático. Aunque esa tragedia se puede convertir en reto y oportunidades, no es el cambio climático objetivo de estas reflexiones, si bien tiene una influencia que puede ser notable, como comentaremos a continuación.

Más allá de que el cambio climático pueda ser una tragedia en el horizonte, las pensiones no lo son, en absoluto. Las pensiones son la meta confortable en el horizonte, y los obstáculos a ello son salvables, si ponemos atención e intención.

Tres retos en el horizonte de las pensiones

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Hay tres retos que influyen en ese horizonte de las pensiones, y que van más allá de las diatribas políticas del día a día. 

Cuarta revolución industrial

Por una parte, la cuarta revolución industrial, que nos traerá un mundo muy distinto al actual, pero en el que el bienestar global de la sociedad mejorará, sin duda, aún con sus luces y sus sombras. Desde la economía, la productividad mejorará, la productividad genera riqueza (crecimiento del output que dirían los economistas), y si hay más riqueza a repartir, todo, incluyendo las pensiones, irá mejor.

Sociedades longevas

Por otra parte, la demografía nos llevará a un mundo de sociedades longevas. Cada vez vivimos más, una suerte de crecimiento exponencial de la longevidad que replanteará nuestros modelos de vida. El modelo clásico de una etapa de formación, otra de trabajo y otra de retiro va a ver superado por varias fases en la vida en la que alternaremos formación, trabajo, e incluso retiro. La tecnología nos ayudará a ello, pero la sociedad debe tomar dinámicas adecuadas para adaptarse a todos estos cambios y para los que se requieren cambios de comportamiento; la buena noticia es que las ciencias del comportamiento ya tienen metodologías para esos cambios, y se está trabajando en ello.

Cambio climático

El tercer reto es el ya anunciado cambio climático, y sobre todo, de la adaptación que como sociedad tendremos a él. Adaptarnos a las nuevas realidades climáticas, como las de la tecnología y la demografía, requieren de impulsos sociales, entre los que está la protección de los mayores y la responsabilidad como sociedad de actuar de forma sistemática para alcanzar esos grados de protección.

Cambios necesarios en el sistema de pensiones

Estos retos globales también impactan, como no, a España, país que probablemente en pocos años sea el más longevo del mundo. Al cambiar la demografía y la sociedad, de una forma cada vez más acelerada, los sistemas con que nos hemos dotado para la protección de la vejez —la Seguridad Social a la cabeza— deben ir adecuándose. Un sistema de seguridad social es un sistema en constante evolución. Dice un eminente economista del comportamiento, Meir Statman, que cuando un traje te queda corto de mangas, no vas al cirujano a que te acorte los brazos, sino al sastre a que te alargue las mangas. Y eso es precisamente lo que tenemos que hacer, no dejar a la sociedad con los brazos más cortos, sino ir a nuestro sastre —los sistemas de pensiones— para adaptarlos a las nuevas realidades. Por ello, el sino de nuestra Seguridad Social, y la de todos los países del mundo, es estar en permanente evolución (lo que llamamos reforma), y eso no es malo, es lo necesario.

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Equilibrio generacional

La Seguridad Social seguirá cambiando y reformándose en función de dos parámetros, uno difuso pero fundamental, que es el largo plazo, y otro muy concreto y a veces con objetivos contrapuestos, que es el corto plazo. Nuestro sistema de pensiones fundamental se basa en el equilibrio generacional y el efecto de la mayor longevidad produce un profundo desequilibrio que solo se puede recomponer aumentando las contribuciones al sistema (última reforma en ciernes), reduciendo las prestaciones del mismo (próxima reforma sin lugar a dudas), o aumentando la edad de retiro (reforma en curso y que se intensificará). Al final, es una combinación de ellas las que nos permitirá seguir teniendo una pensión pública para las próximas generaciones.

Como las pensiones no son solo un “problema” de las personas mayores, sino de toda la sociedad, deberíamos empezar a pensar en ello desde que somos capaces de generar rentas, y separar una parte de esas rentas para nuestro consumo futuro, como dicen los profesores Barr y Diamond.

La clave está en el ahorro

Lo que sobre la teoría se entiende perfectamente —ahorrar para el futuro— en la práctica se ejecuta fatal. Para descarga de nuestras conciencias, la culpa es de nuestro cerebro, que tiende a equiparar ahorro con pérdida, y que nos induce al gozo presente frente a la tranquilidad futura. Ante este sesgo, tanto la neurociencia como las ciencias del comportamiento, ofrecen soluciones basadas en procesos automáticos, con opciones por defecto, para que nuestra decisión no sea ahorrar, sino la posibilidad de dejar de hacerlo:

Como el cerebro además, es comodón, suele asumir las cosas que ya vienen dadas, sobre todo si no las entiende muy bien o le causan esfuerzo entenderlas. Por eso, sistemas como el británico, el neozelandés, el norteamericano, el de los países nórdicos y muchos otros, incorporan la adscripción automática a sistemas de pensiones y plantean opciones por defecto, en los cuales, si el individuo no reacciona en contra —siempre tiene la libertad de hacerlo—, ahorra de forma automática para su jubilación.

Ahorrar para la jubilación: la asignatura pendiente en España

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Volviendo a nuestro país, España tiene en la actualidad una media de gasto público por pensiones inferior a nuestras referencias europeas, lo cual significa que tenemos cierto margen para aumentar el gasto a futuro, más teniendo en cuenta que las jubilaciones del baby boom llevarán nuestro gasto en porcentaje del PIB del 12 al 16, aproximadamente, en 30 años

Donde tenemos carencias claras es en el ahorro para la jubilación, nuestro 9% de fondos acumulados para pensiones es exiguo comparado con el 77% que promedian los países de la OCDE.

En lugar de estudiar cuáles son las formas más exitosas para desarrollar ahorro de largo plazo, para la jubilación, se ha dado una relevancia crítica a los incentivos fiscales. Está bien que haya incentivos, pero basar el ahorro en su existencia es un error colosal que nos lleva a sentirnos desvalidos en el momento en que esos incentivos desaparecen o se minoran notablemente. 

Ahorrar para la jubilación es imprescindible, es difícil, y no debería depender de estímulos fiscales. Esta lección debemos aprenderla lo antes posible para ayudar a construir pensiones razonables que se combinen con las pensiones de carácter público.

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