No hay una decisión unánime al respecto. Para algunos estamos ya en una nueva década con la entrada del año 2020 y para otros todavía tendremos que esperar a 2021 para adentrarnos en los ‘nuevos años 20’. Seas de la opinión que seas, no puedes negar que este año es un cambio de ciclo.
Porque nuestro cerebro actúa así; cuando hay cambios evidentes en fechas o en temporadas, su mente se resetea. O intenta hacerlo. De ahí vienen los típicos propósitos, las buenas intenciones, la lista de cosas por hacer… Y ya en 2020 es momento de empezar cosas nuevas o retomar buenos hábitos que se dejaron por el camino.
¿Y cuál debería ser uno de los más nombrados en cada cambio de ciclo? El ahorro. El Talón de Aquiles de los españoles, la asignatura pendiente… Pasa el tiempo y parece que se sigue repitiendo, inevitablemente. Pero, si echamos la vista atrás, desde luego que hemos avanzado y cambiado bastante.
Solo hay que recordar la terrible crisis económica para darse cuenta de que las cosas no son para nada iguales que en 2010. Por entonces, aunque la recesión ya era una realidad en muchas partes del mundo, en España todavía no habíamos notado sus efectos más importantes. De hecho, la mayoría seguíamos subidos en la burbuja económica cuyo estallido posterior fue demoledor.
Estos 10 años han dado para mucho. Y en la concepción del ahorro, también. Aunque no lo creamos, en todo este tiempo ha cambiado la mentalidad ahorradora de la mayoría y ya no gastamos de la misma forma:
Una década de… ¿ahorro?
Como decíamos, prácticamente hasta 2010 seguíamos bajo los efectos de esa burbuja que nos hizo gastar e hipotecarnos de forma desenfrenada en los primeros años del siglo XX. España todavía saboreaba las mieles del boom económico y la mayoría de personas y familias mantenían un nivel de gasto elevado.
Se pensaba que la situación iba a durar para siempre y nos metíamos en créditos e hipotecas que se escapaban de nuestra realidad financiera. Todo el sistema tuvo buena culpa de ello; parecía que todos podían tenerlo todo, fuesen cuales fuesen sus circunstancias económicas particulares.
Así, la mayoría inició 2010 bastante endeudado y con una conciencia sobre el ahorro nula o muy escasa. Pocos eran los que seguían haciendo su hucha y velando por sus ahorros en ese momento. De hecho, se gastaba más de lo que se ingresaba.
La tasa de ahorro de las familias estuvo en mínimos, por debajo del 6% en los años anteriores a 2010. Los que elegían instrumentos financieros para ello, apostaban por los depósitos, seguros y muy extendidos, y la confianza del inversor era muy alta.
Pero en 2010 algo cambió. Las noticias de fuera ya sonaban demasiado cercanas aquí en España y seguir negando la evidencia de la crisis era absurdo. Aunque los dirigentes no lo hicieron hasta un año después, parece que las familias si vieron lo que venía, pues en 2010 la tasa de ahorro pasó al 13,4% de la renta disponible, según datos del Banco de España.
Así, tras años de derroche y borrachera de gasto, los españoles empezaban a preocuparse por lo que venía. Sobre todo, por el paro. Los puestos de empleo se destruían a la velocidad de la luz y 2010 cerró con una tasa de desempleo del 20,3%, la más elevada en 13 años.
A partir de ahí todo empeoró. El paro llegó a su máximo histórico en el tercer trimestre de 2012, hasta el 25%. Es decir, uno de cada cuatro españoles no tenía trabajo. Una situación dramática que a muchos les hizo ver las cosas de otro modo. Ya no se podía gastar como antes porque la incertidumbre era enorme, nadie sabía cuánto tiempo le iba a durar su empleo.
Mientras tanto, aumentaban los desahucios de hogares por impago de las hipotecas adquiridas durante el boom, haciendo que muchas personas se vieran en la calle. También se deshacían de propiedades, como coches, segundas viviendas… Las necesidades eran cada vez mayores.
Todo ese clima tan terrible hizo mucha mella en los españoles. Aprendimos que, de un día para otro, se podía perder todo, lo que nos hizo concienciarnos de lo mal que habíamos gestionado nuestro patrimonio los años anteriores. Así, muchos empezaron a tomar conciencia de que debían cambiar, que el ahorro era su salvaguarda cuando venían mal dadas y que, si esto volvía a suceder, no podían estar sin nada a lo que agarrarse.
La clase política también se dio cuenta de que tenía que ayudar a la gente a pasar ese mal trago y a que no volviera a suceder algo así. También las empresas y entidades. Era urgente que España tuviera educación financiera porque, sin una base, sería imposible aprender la importancia del dinero.
¿Una nueva era?
Como es evidente, el consumo descendió en esos años. La gente se preocupaba primero de tener sus necesidades bien cubiertas, y evitaba los grandes caprichos. Además, muchos empezaron a investigar nuevas fórmulas de ahorro y en todos estos años surgieron numerosos métodos, trucos y alternativas para guardar parte de los ingresos. A poder ser, sin esfuerzo.
Internet también contribuyó con la globalización del conocimiento y el desarrollo de herramientas online para ayudar a ahorrar.
Así, cuando salimos de la crisis, la mayoría tenía su mente algo cambiada. Se sabía mejor que nunca lo que podía suceder y lógicamente, nadie quería repetir. Además, se empezó a pensar en el futuro, en lo que vendría tras la jubilación y, al ver cómo se vaciaba la hucha de las pensiones, muchos se dieron cuenta de que tenían que hacer algo para lograr mantener su nivel de vida cuando dejaran de trabajar.
De este modo, en el apartado de instrumentos financieros de ahorro, se empezaron a popularizar algunos que antes no habían tenido arraigo en España. Los planes de pensiones privados, los primeros, como garante cuando acabe la vida laboral. Por otro lado, cada vez más personas se sumaron a la fiebre de los fondos de inversión.
El hecho de que los depósitos típicos decayeran hasta quedar sin rentabilidad planteó la posibilidad de probar otras fórmulas algo más arriesgadas, pero que permiten ganar un poco más.
Además, en esta nueva década todas las finanzas pueden controlarse desde el smartphone, nuestro ‘mejor amigo’ hoy en día. Estos dispositivos, a través de aplicaciones, permiten controlar el nivel de gasto, ahorrar en nuestras compras, etc.
No obstante, no hay que descuidarse, porque la tasa de ahorro en 2018 cayó al 4,9%, la segunda más baja de la Eurozona e incluso que en 2010, un dato muy preocupante. Y es que ahora el consumo es más cómodo y rápido. Porque el smartphone, al igual que nos ayuda a ahorrar, nos ayuda a gastar. Con un solo click podemos comprar todo lo que queramos en Internet, un peligro para todos al que hay que saber enfrentarse.
Las nuevas generaciones, las que crecieron durante la recesión de la primera década del siglo, tienen que ser las más preparadas. Porque ya saben lo que es vivir la precariedad y deberían apostar por un consumo más consciente, al igual que sucede en la alimentación.
Por otra parte, la situación tan grave que atraviesa el planeta a efectos medioambientales nos ha hecho concienciarnos acerca del consumo desaforado: no solo gastamos dinero, a la vez, también recursos naturales. El clima lo nota igualmente y hay que ponerle freno. Comprando menos, y ahorrando, se ayuda tanto al planeta como a nuestra economía.
Esta década, a pesar de todo, ha servido para algo. España aún está lejos de ser un país con mentalidad ahorradora pero, al menos, ya no la tiene tan derrochadora. El objetivo podría ser que, en los siguientes diez años, por fin, aprendamos la importancia tan sumamente grande que tiene el ahorro en nuestra vida.