Quien más quien menos ha oído con toda seguridad el término “startup”. Muchos lo asocian a empresas modernas, digitales y en su mayoría tecnológicas, pero no saben exactamente por qué puede considerarse o no una empresa como startup.
En realidad, la definición exacta del término “startup” no existe como tal, pues en función de los autores y las fuentes se añaden matices a la definición que son significativos para entender lo que realmente hay detrás de una startup.
En general, el término startup está intrínsecamente asociado con una empresa de reciente creación que se encuentra en sus fases operativas iniciales. En sus etapas tempranas, las startups suelen estar financiadas por los recursos propios de los emprendedores responsables de su fundación, teniendo como primer gran objetivo la captación de capital privado (habitualmente de inversores de capital riesgo) para poder poner en marcha la idea de negocio que pretende desarrollar la startup.
Muchas de las startups que se crean acaban desapareciendo por falta de recursos, ya que en la mayor parte de casos estas empresas no son capaces de generar un flujo de caja positivo hasta pasados unos años, y durante los mismos los requisitos de inversión no pueden desatenderse si se pretende crecer al ritmo adecuado.
Aunque lo más habitual en los tiempos que corren es que la mayor parte de las startups tengan una base tecnológica importante, una startup no tiene por qué ser necesariamente tecnológica. Y viceversa: no todas las empresas tecnológicas son startups, aunque en muchas ocasiones se asimile erróneamente el término startup al concepto de empresa tecnológica.
El sueño de toda startup es acabar creciendo hasta tomar dimensiones y características de gran empresa, como sucedió con Google, Facebook, Apple o tantas otras empresas que a día de hoy son unos auténticos “monstruos” y que en sus inicios eran poco más que una idea con recursos limitados para llevarla a cabo.
El potencial de crecimiento de las startups es precisamente uno de los grandes atractivos de las mismas, y es por ello por lo que han despertado un creciente interés entre los inversores en los últimos años. Esta es una de las razones por las que algunas startups alcanzan millonarias valoraciones, incluso en el caso de empresas que en muchas ocasiones ni tan siquiera han empezado a generar beneficios económicos (pero que los prometen suculentos en el futuro).