Solemos traducir el término inglés de Asset Allocation como asignación de activos. El concepto en inglés se refiere a la estrategia de inversión que pretende equilibrar riesgo y rentabilidad, ponderando en una cartera las diferentes clases de activo en función de los objetivos, tolerancia al riesgo y horizonte temporal del inversor.
Los tres grandes bloques de activos en los que se suele pensar cuando se plantea una estrategia diversificada de inversión suelen ser:
- Renta variable.
- Renta fija.
- Liquidez (efectivo y equivalentes).
Aunque podríamos distinguir muchos otros tipos de activo (inmobiliaria, materias primas, divisas, etc), mantener la sencillez al inicio resulta lo más oportuno. Con el tiempo y la experiencia podemos aumentar la categorización y complejidad tanto como creamos conveniente. Una de las ideas fundamentales del Asset Allocation es que cada clase de activo se comporta de manera diferente a lo largo del tiempo y, por tanto, diversificar entre ellas hará que la evolución de nuestras inversiones sea menos volátil.
¿Cómo implementar una estrategia de Asset Allocation?
No hay ninguna fórmula mágica que determine la asignación de activos apropiada para cada inversor. A pesar de ello, la mayor parte de profesionales insiste en que la asignación de activos elegida por el inversor para su cartera es una de las decisiones más importantes que debe tomar. Dicho de otra forma: suele ser más importante decidir en qué porcentajes dividimos nuestra cartera (renta variable, renta fija, liquidez), que qué acciones en concreto escogemos para comprar. A largo plazo es probable que influya mucho más en nuestros resultados la ponderación de clase de activos en nuestra cartera, siempre y cuando la sepamos mantener bien diversificada.
Como regla general, la renta variable es apropiada para periodos de inversión de 5 o más años, es decir, dinero que no vamos a necesitar en mucho tiempo. La liquidez, para objetivos más cortoplacistas, por debajo de un año. La renta fija suele ser apta para periodos entre las dos categorías anteriores.
Estas consideraciones nos llevan a pensar que cuando queremos estructurar una cartera a muy largo plazo debemos dar preferencia a la renta variable (siempre y cuando seamos capaces de soportar un nivel mayor de volatilidad). Mientras que si queremos invertir pensando en plazos más cortos, probablemente sea mejor opción buscar alternativas más estables, como la renta fija. De este modo, aunque nuestra rentabilidad será menor, tendremos menos probabilidades de que en un momento de necesidad hayamos sufrido graves pérdidas.
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