La mayoría de nosotros conocemos a alguien o hemos escuchado la historia de un afortunado que invirtió en algún activo financiero y multiplicó su dinero varias veces. La prensa se encarga de publicitar y magnificar el impacto de este tipo de situaciones.
Por un lado estas historias son positivas ya que son llamativas y atraen a mucha gente al mundo de la inversión. Y la inversión es una parte importante de la salud financiera de cualquier ciudadano.
Sin embargo, también tienen su impacto negativo ya que establecen una serie de expectativas entre los ciudadanos que no siempre corresponden con la realidad. Por ejemplo, que haya ganadores de la lotería no implica que apostar a la lotería sea una decisión financieramente acertada. La mayoría pronto descubre que invertir bien no es fácil, y menos todavía obtener buenos resultados de manera consistente en el tiempo.
¿Qué es la inversión?
Invertir, en un sentido amplio, significa destinar recursos presentes a una actividad o activo que produzca beneficios en el futuro. En este esquema hay 3 variables clave:
- ¿Cuánto beneficio va a producir mi inversión?
- ¿En cuánto tiempo?
- ¿Cómo de seguro estoy de ello?
Los dos primeros aspectos tienen que ver con el futuro y por tanto están sujetos a un grado de incertidumbre. Por eso tenemos que tener siempre en cuenta la tercera cuestión, dedicada a estimar las probabilidades de que mi análisis sea correcto.
¿Qué papel juega la probabilidad de los resultados a la hora de invertir?
El concepto de riesgo en las inversiones quiere decir que más cosas pueden pasar de las que está previsto que ocurran. Analizar por tanto simplemente los resultados obtenidos en nuestras inversiones puede llevarnos a cierto engaño, ya que no estamos teniendo en cuenta todas las cosas que podían haber pasado, pero que no han pasado. Que no hayan pasado no significa que no hayamos incurrido en el riesgo correspondiente.
Por ello los inversores profesionales saben que lo realmente importante en las inversiones no son sólo los resultados y rentabilidades obtenidas, sino el resultado obtenido en función de la relación rentabilidad/riesgo que se ha tomado. Cada inversor debe conocer bien su perfil de riesgo para saber qué tipo de inversiones debe mantener en su cartera.
Si nos dicen que un cirujano especializado en operaciones a corazón abierto consigue salvar la vida del 95% de sus pacientes, pensaremos que es un buen profesional. Sin embargo si nos dicen que el 5% de los pacientes de un podólogo fallecen en su consulta, tendremos una opinión muy diferente. La comparación es absurda porque estamos comparando actividades intrínsecamente diferentes, con niveles inherentes de riesgo diferentes.
De la misma manera, cuando evaluamos los resultados obtenidos en nuestras inversiones, tenemos que tener en cuenta también el riesgo al que hemos estado expuestos y ponerlo en contexto.
¿Cómo valorar la inversión sin tener en cuenta el resultado?
Uno de los problemas que nos encontramos al empezar a pensar sobre los resultados desde esta perspectiva probabilística, es que no tenemos una medida objetiva de riesgo. Si pretendemos medir la relación rentabilidad/riesgo para evaluar si estamos haciendo una gestión eficaz de nuestros ahorros, necesitamos tener una medida cuantitativa de riesgo. Aunque la teoría financiera ha planteado varias hipótesis y formas de intentar cuantificar el riesgo, hasta el momento no hay unanimidad sobre su validez. La crítica más fuerte a todas estas medidas cuantitativas académicas es que son medidas extrapoladas estadísticamente desde el pasado. Y el pasado no tiene por qué ser representativo de lo que pasará en el futuro.
¿Quiere decir esto que si no podemos medir algo de forma exacta, no lo debemos de tener en cuenta? Evidentemente no. A veces una noción aproximada puede ser útil. Si veo a una persona que pesa entre 150 y 170 kilos, no necesito saber si son 153 o 162 kilos para establecer que tiene sobrepeso.
El conocimiento como herramienta para reducir el riesgo
Una de las claves para poder evaluar el nivel de riesgo de una actividad o inversión es tener conocimiento y experiencia. Por ejemplo, si soy médico y viene un paciente a mi consulta con una lesión, mi experiencia y conocimiento me ayudará a estimar con más rigor cuales son los posibles resultados de la situación que otra persona que no tiene formación médica. De la misma manera si invierto en sectores, empresas o activos que conozco, será más probable que mis estimaciones estén bien calibradas a la realidad.
En estas actividades el factor clave que aporta el conocimiento no es la certidumbre, sino la buena estimación del rango de probabilidades reales. El conocimiento nos ayudará a tomar decisiones y a ajustar mejor nuestras expectativas a la realidad.