No pocos gurús de la posmodernidad han vaticinado que con la Inteligencia Artificial (IA) la humanidad está siendo la arquitecta de su propia destrucción. Dejando a un lado este apocalipsis de mano de la Skynet de turno, la realidad es que los cerebros electrónicos son capaces de cambiar para siempre las finanzas; y lo harán manejando los hilos que mueven el mercado.
¿Qué es la inteligencia artificial (IA)?
Lo que llamamos inteligencia artificial es una combinación de estructuras informáticas para crear máquinas que presenten capacidades análogas a las del ser humano en campos como el aprendizaje, el razonamiento abstracto y la toma de decisiones.
La IA, en sus diferentes iteraciones ficticias, lleva casi un siglo alimentando las fantasías de los augures tecnológicos. Desde la androide María de Metrópolis de Fritz Lang hasta las distopías del nuevo milenio, pasando por la computadora HAL de 2001, han sido muchas y variadas las visiones de un futuro en que el hombre se convierte en Dios y alumbra a una criatura pensante. Un ser en ocasiones superior a su propio creador, de cuya mano la humanidad trasciende los límites biológicos para alcanzar sus mayores sueños o el peor de los horrores.
Sin embargo, no ha sido hasta los últimos años que esta tecnología ha salido del ámbito del entretenimiento y la especulación más o menos verosímil para entrar como un rayo en las páginas de la realidad. El año que acabamos de dejar atrás fue especialmente fecundo: comenzó con Alphacode, un ‘cerebro de silicio’ cuya escritura de código nada tiene que envidiar a la de los programadores humanos; y concluyó con Chat GPT, un programa de chat abierto al público y gratuito (al menos en sus inicios) capaz de dialogar de forma coherente con interlocutores de carne y hueso.
¿Cúal es su objetivo principal?
Estos dos ejemplos son únicamente sendas gotas en el océano. Lo cierto es que, pese a tratarse de un concepto que suena lejano, la inteligencia artificial ya está influyendo de forma decisiva en nuestras vidas, nuestro consumo y nuestros trabajos. Está presente en los sistemas de detección de ruta de las empresas de transporte, los asistentes virtuales, las funcionalidades de los smartphones y un inacabable etcétera.
De lo anteriormente dicho se infiere que el rango de aplicaciones de la IA es abrumador. Prácticamente no hay una sola área del conocimiento humano que no pueda ser potenciada: medicina, logística, matemáticas, programación, industria… Y, por supuesto, las finanzas.
Inteligencia artificial en la bolsa
Los ‘cerebros de silicio’ capaces de predecir el movimiento de las acciones no son una cosa nueva: hace casi un lustro ya existían ingenios que alcanzaban un 80% de acierto en sus vaticinios. Lo rompedor es el enfoque al que han abierto la puerta, y que consiste en utilizar el poder de la máquina para optimizar la inversión en bolsa.
Ya están surgiendo proyectos basados en IA cuyo objetivo es desentrañar los secretos del mercado de valores y ponerlos a disposición del sistema bancario. La idea consiste en desarrollar sofisticadísimos algoritmos predictivos y de análisis de bolsa y transformarlos en un servicio muy útil para la operativa financiera: una herramienta de predicción y evaluación de riesgos al nivel del mejor broker.
Inteligencia artificial a disposición de su asesor financiero
La función del ‘consejero virtual’ es sencilla en su planteamiento —ayudar en la toma de decisiones de inversión— y complejísima en su ejecución: combinar poderosos mecanismos de machine learning, softwares con capacidad de aprendizaje y analítica Big Data para leer los renglones ocultos del mercado.
Podría decirse que los precursores de esta manera de abordar las inversiones fueron los llamados roboadvisors. Estos instrumentos son redes de algoritmos predictivos operados por FinTechs que actúan bajo supervisión humana, por lo que en ningún caso representan la robotización definitiva de las finanzas, sino un cerebro virtual al servicio del humano.
Pero, a diferencia de los roboadvisors, las más modernas iteraciones de la inteligencia artificial financiera dan un salto cualitativo, empleando la lógica en la toma de decisiones. A través del procesamiento deductivo de la información, construyen posibles guías y alternativas de inversión, evaluando los datos para llegar a conclusiones y generar líneas de actuación, para los diferentes niveles de riesgo.
De este modo, la IA pasa al siguiente estadio en su evolución como asistente de carteras: ya no se limita a organizar y optimizar el patrimonio accionarial del humano, sino que es capaz de elegir activos con criterio valorativo, ayudando a elegir las mejores opciones de inversión sobre una sólida base de conocimiento analítico.
Ahora bien…hay ciertas cosas que IA no puede suplir: el conocimiento profundo de las necesidades y las preocupaciones del cliente, la empatía del asesor, la creación de vínculos…, son algunos de los aspectos de los que muchos inversores, hoy por hoy, no están dispuestos a prescindir. Cerebro de sicilio, cerebro emocional, ¿por qué no combinar ambos para disfrutar de lo mejor de los dos mundos?
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