Todavía faltan varios días para cobrar la próxima nómina y, con cierta preocupación, revisas los últimos movimientos del banco: pagos con tarjeta, retiradas del cajero, la hipoteca, la letra del coche, recibos, más recibos, compras, más compras y vuelta al cajero. Esa sensación de desaliento que te sobreviene tiene un claro diagnóstico: el síndrome del desorden financiero.
Para orientar el artículo, situémonos en ese momento en una tienda física en que sacas el teléfono y te dispones a aproximarlo a un datáfono para pagar tu compra. Justo en este punto paramos la escena. Vamos a reflexionar un instante sobre lo que hay detrás de esa acción tan cotidiana:
Dedicamos gran parte de las 168 horas que tiene una semana a trabajar. Ese esfuerzo aporta producción a la economía y se nos recompensa con una nómina. Y esos euros que nos ingresan en la nómina los utilizamos para pagar las necesidades vitales personales y familiares.
Debería ser muy sencillo: compramos para satisfacer una necesidad. Sin embargo, no siempre es así y precisamente ese proceso de compra desvirtuado es motivo del desorden financiero.
Consumismo: consumo desvirtuado
El consumismo apareció en la década de 1920 en Estados Unidos, como un movimiento derivado de la industrialización de la época. Una mayor productividad y menor demanda como consecuencia del elevado desempleo apuntaban a una acumulación de stock sin precedentes. Había que vender más. La solución para despertar la demanda pasaba por crear nuevas necesidades, lo que se logró gracias a exitosas campañas de marketing y publicidad.
Desde entonces, consumismo y capitalismo han ido de la mano en un mundo cada vez más globalizado, donde los hábitos sociales son cada vez más homogéneos.
Así, podríamos pensar en el consumismo como un consumo desnaturalizado, donde la compra de bienes y servicios no se justifica por una necesidad real. Nos lleva a pagar por productos que no son esenciales para el día a día o que, siéndolo, se adquieren en exceso, sin adecuar su cantidad a su necesidad.
Dicho en otras palabras, el consumismo desplaza la satisfacción que reporta cubrir una necesidad hacia la acción de realizar una compra. En los países avanzados, esta actitud consumista llevada al extremo podría incluso derivar en una adicción a las compras.
Síndrome del desorden financiero
El síndrome del desorden financiero es el descontrol de las finanzas personales causado por un gasto descontrolado, sin considerar los ingresos, obviando el futuro y utilizando préstamos y créditos de forma recurrente. Este desorden produce una enorme frustración, una sensación de insatisfacción permanente que se retroalimenta y resulta complicado superar.
Cada principio de mes, con el ingreso del salario sería el momento de poner orden a las cuentas. Pero los últimos días del mes fueron complicados, con la cuenta en números rojos y habiendo utilizado otra vez el crédito de la tarjeta. Entonces, sin ser plenamente conscientes, es muy fácil recaer en la satisfacción rápida de comprar sin mesura. Y sucede algo parecido cuando, por fin, hemos pagado toda la deuda de un préstamo o hemos aguantado un mes sin tirar de la tarjeta de crédito. Parece que haber reseteado las deudas deja la vía libre para volver a la senda del consumo desmedido.
Que el síndrome del desorden financiero puede afectar psicológicamente, es una realidad. Y es más grave aún, porque a largo plazo podría comprometer la planificación financiera personal y de la familia: cómo hacer frente a un desembolso mayor —más o menos imprevisto—, como una avería del coche, un problema de salud, unas merecidas vacaciones, los estudios de los hijos, los ingresos tras la jubilación y un largo etcétera.
Esta conducta descontrolada puede afectar a cualquier persona, independientemente de su volumen de ingresos, cuando se despreocupa reiteradamente de su planificación financiera y gasta todo hoy, como si no hubiera mañana. Además, los desembolsos no tienen por qué ser grandes, porque capricho a capricho, se va formando una bola de nieve que acabará en avalancha con el paso del tiempo.
Ahorro y planificación frente al desorden financiero
En España, ahorrar suena a reto, a un objetivo que no es del todo apetecible. Pensamos en ahorrar para algo en concreto, pero no siempre somos capaces de ver el ahorro como una actividad sana mantenida en el tiempo. Así lo demuestra la tasa de ahorro que calcula el INE. En 2018 tan solo ahorrábamos un 4,84% de la renta disponible y en 2019 subimos hasta el 7,4%. En 2020, la caída del consumo de los hogares (5,2% menos que en 2019) por los efectos de la pandemia de COVID-19 nos ha llevado —involuntariamente— a incrementar la tasa de ahorro hasta el 11,2% en el primer trimestre del año.
Pero el desorden financiero no entiende de coronavirus. Para asegurarnos una economía saneada y vivir sin preocupaciones financieras hay que planificar. Aunque se podría profundizar mucho en las técnicas y desarrollo de la planificación, para empezar y salir de una vez por todas del desorden financiero el primer paso es decidir y cumplir un porcentaje de ahorro cada mes.
No es una cifra común para todos. Imposible, porque cada cual conoce mejor que nadie sus circunstancias particulares. Sin embargo, existe cierto consenso con que un 10% de la renta es una cantidad adecuada. Y podría ser superior durante unos años, hasta haber conformado (o recuperado, si se ha utilizado) el recomendable colchón para emergencias.
Pero antes de determinar una cifra de ahorro deberíamos calcular cuánto disponible tenemos cada mes. Para ello restamos al volumen total de ingresos (que suele venir de cobrar la nómina y quizá de alquilar algún inmueble) los gastos fijos (recibos, letra del coche, hipoteca…) y los gastos variables aproximados al alza (ropa, comida, ocio…). La cantidad restante debe cubrir como mínimo ese objetivo de ahorro.
Esta reflexión sobre economía doméstica debería guiarnos hacia una mayor racionalidad en el consumo: a ser más sosegados y replantear lo que realmente necesitamos. Con un patrón establecido previamente donde una parte fija se destina a ahorro y otra parte a gastos necesarios, estamos dejando poco margen para que el consumismo haga de las suyas.