Hoy en ahorrando que es gerundio nos paramos a reflexionar sobre los productos desechables para, yendo más allá de su efecto en el medio ambiente, analizar cómo pueden afectar a nuestro bolsillo. No pondremos en duda la comodidad que nos ofrecen y su repercusión económica, pero ¿y si tratando de reutilizar más y desechar menos, podemos llegar a ahorrar algo a final de mes y, de paso, contaminar un poco menos el planeta?
Lo desechable está instaurado en el consumo y en la sociedad en general. Cada día consumimos decenas de productos de un solo uso, y estamos tan acostumbrados a hacerlo que ni siquiera nos damos cuenta de ello. No se puede negar que la aparición de la industria de productos desechables ha contribuido al crecimiento económico y que, a fin de cuentas, vienen a cubrir la demanda del «aquí y ahora», imprescindible en la acelerada forma de vida actual, donde tratamos de optimizar cada minuto de nuestro tiempo.
Tampoco se trata de llegar al caso extremo de Lauren Singer, la neoyorquina que lleva más de dos años sin generar ningún tipo de desperdicio. Pero quizá reduciendo un poco el uso de desechables sí que podríamos ahorrar algo, sin restarle muchos minutos al reloj, ni incurrir en nuevos costes.
Poniéndonos en situación
En los setenta, las familias ganaron comodidad y un poco de tiempo extra con la llegada de los primeros pañales desechables a España, toda una revolución y triunfo de lo desechable. Para la misma época, al ir de compras ya usábamos bolsas de plástico. Desde entonces, han aparecido productos de un solo uso para las situaciones más variopintas del día a día, como el vaso de plástico donde pedimos el café para llevar, el paquete de pañuelos que llevamos en el bolsillo, la botella de agua en el bolso, el mantel de papel que nos ponen en el restaurante, la bandeja de poliestireno omnipresente en los supermercados o hasta las lentillas de un solo día.
Pero es que la forma de pensar orientada hacia lo desechable, hacia lo que ahora sirve y luego no, se ha extendido hasta bienes que, si bien no son de un solo uso, tienen un ciclo de vida cada vez más corto: el ordenador y el móvil están obsoletos prácticamente desde el momento en que los compramos; igual sucede con el coche, los muebles, el televisor o los electrodomésticos.
La corta vida de algunos productos tiene algunas implicaciones negativas:
- Desde el punto de vista ambiental, los recursos empleados para su producción. Pondremos el ejemplo de la fabricación de plástico, que requiere aproximadamente un 4% del petróleo que se consume en el mundo.
- Su efecto contaminante tras su uso, aunque la cultura del reciclaje ha crecido en los últimos años en España, situándose, según los últimos datos de Cicloplast, entre los primeros de la UE. Por su parte, en lo referente a envases, según Ecoembes, el 83,5% de los encuestados afirman separarlos para su reciclaje.
- El mayor coste del producto. En este sentido, sería razonable hablar de ahorro si adquiriésemos el producto a granel o en envases reutilizables. De hecho, ya existen supermercados que ofrecen exclusivamente bulk products (productos a granel) precisamente siguiendo la corriente de minimizar los desperdicios.
Profundizando un poco más sobre el último punto, no debemos olvidar el valor añadido que da un buen envase al producto final, tanto en utilidad como en posicionamiento, pero justamente este hecho puede llegar a distorsionar la idea del bien que estamos adquiriendo, dejándonos llevar por el que tenga el envoltorio más atractivo.
Dentro del concepto global de un producto, donde el envase es un factor diferencial, algunas marcas se han decantado por un envase biodegradable. Decisión más que respetable, pero que sugiere una rendición ante la cultura de lo desechable: ya que necesitamos un envase, entonces que sea biodegradable.
Igual sucede con las bolsas de fécula de patata, alternativa a las bolsas tradicionales, que han surgido con fuerza tras la aplicación de la Ley 22/2011 sobre residuos y suelos contaminados. En dicha Ley se establecen los plazos para la reducción de bolsas comerciales no biodegradables.
Ahorrar dinero vs. ahorrar tiempo
No es difícil pensar en ahorrar dinero si reducimos el uso de productos de usar y tirar. Por poner algunos ejemplos que están fuertemente instaurados en nuestra vida: usando tela en vez de papel en pañuelos, manteles y útiles de limpieza; llevando bolsas reutilizables al supermercado, volviendo a la maquinilla tradicional en vez de las desechables o usando una botella reutilizable para beber agua.
Aunque siempre será positivo para el medio ambiente, hacer la guerra al envase y, en general, a lo desechable, lleva asociado un coste de oportunidad, que habitualmente nos frena ante cualquier iniciativa hacia un modo de actuar más ecológico. Sí, ahorraremos lavando la tela o rellenando los cartuchos de la impresora pero, considerando el tiempo extra y otros costes que necesitaríamos emplear para ello, ¿seguro que nos favorecerá este cambio de actitud en todas las ocasiones?
Conclusión
No podemos generalizar qué productos desechables deberíamos dejar de utilizar, dependerá de cada situación. Si bien lo óptimo para el medio ambiente sería erradicarlos, siendo realistas, esta opción no es viable y puede que el tiempo y recursos invertidos fuera superior al ahorro en muchos casos.
En cambio, ser un poco más conscientes de la cantidad de residuos que generamos cada día y proponernos reducir algo en concreto sí que puede suponer cierto ahorro. Y para el resto de los desechables que no dejemos de utilizar, hacer uso de los buenos mecanismos de reciclaje que están disponibles en las ciudades españolas, pensando que ese envase que vamos a reciclar nos servirá para producir el siguiente.
Considerando solamente el ahorro individual y como sucede con otras fórmulas de ahorro diario, la cantidad puede ser ínfima pero, ¿y si lo multiplicamos por los siete días de la semana, los treinta días al mes, o los 365 del año? Atento al siguiente ejemplo, porque el resultado puede ser sorprendente.
Pensemos en ahorrarnos una botella de agua embotellada al día para, en su lugar, beber agua directamente del grifo. Es una costumbre muy extendida en España beber agua embotellada, a pesar de que según el último informe sobre la calidad del agua el 99,3% del agua suministrada por la red pública es apta para el consumo humano. Pues bien, comprando una botella de agua de 1,5 litros en un supermercado pagaríamos unos 0,55€. La misma cantidad, si la tomáramos del grifo, nos costaría 0,0024€. Esta diferencia nos supondría ahorrar casi 200€ en un año.
Es sólo un ejemplo, pero como ves, con pequeños cambios en nuestros hábitos, además de ayudar al planeta, podemos ahorrar.
Por último, os dejamos aquí una idea sobre cómo reciclar de una manera original, con la que seguro causaremos sensación allá donde vayamos. ¿Por qué comprarlo si lo podemos hacer? Sí, estás viendo bien. Este broche está hecho con cápsulas de café desechables.
Y tú, ¿te animas a ahorrar con productos reutilizables?