¿Cuándo es un gasto y cuándo una inversión?

En nuestro día a día y en nuestra economía familiar casi nunca nos paramos a discernir entre qué es un gasto y qué una inversión respecto a los desembolsos que realizamos. De hecho, damos por sentado que todo es un gasto, pues la palabra inversión la vemos siempre relacionada con los mercados financieros más complejos. Pero no es así.

En el ámbito doméstico también realizamos inversiones, mucho más de lo que creemos. Aunque también es cierto, sobre todo cuando nos gusta mucho gastar, que intentamos camuflar esos deslices con la excusa de que es una inversión. Por ello, desde aquí vamos a intentar dejar claro cuál es cuál para saber qué tipo de desembolso estamos acometiendo (y quizá pensarlo dos veces antes de hacerlo).

Inversión, más allá del momento

El significado principal de la palabra inversión es el de aquel desembolso dinerario que, pasado un tiempo, tiene un retorno. Es decir, que se recupera, de una forma u otra. En los mercados de valores estas inversiones se recuperan de forma dineraria o en especie -con más acciones o activos-. Pero en el ámbito doméstico no ocurre de la misma forma -a no ser que luego vendas ese artículo en el que has invertido-.

En la economía doméstica las inversiones se recuperan principalmente mediante el ahorro. Esto supone que ese desembolso permitirá que a la larga podamos ahorrar, ya que de no haberlo hecho sí se producirían gastos posteriormente. ¿Y cómo podemos saber cuándo es una inversión? De una forma muy básica: si se trata de algo necesario.

Estamos hablando de reformas de la casa o arreglos. Por ejemplo, si se nos atascan las cañerías cada dos por tres y tenemos que estar llamando constantemente al fontanero, ¿no crees que es hora de que reformes tu baño? Evidentemente, el desembolso es superior al del arreglo de turno, pero sabes perfectamente que si lo acometes, te ahorrarás las visitas del fontanero a largo plazo.

Otro buen ejemplo sucede con aparatos domésticos como la nevera o la lavadora, los cuales siempre nos resistimos a cambiar por uno nuevo y preferimos pagar los sucesivos arreglos cuando su hora de obsolescencia ya ha llegado.

También nos referimos, por ejemplo, a algo como un seguro. Por ejemplo, si nosotros o nuestra familia tiene una dentadura delicada y necesita visitar continuamente el dentista, puede que con un seguro dental nos ahorremos un buen dinero, pues estos especialistas no se caracterizan precisamente por ser baratos.

Como vemos, las inversiones se traducen en un menor gasto posterior, lo que es igual al ahorro. Y como hemos repetido muchas veces, ahorrar es fundamental para poder vivir con tranquilidad.

El gasto, nuestro enemigo íntimo

Los gastos en un hogar son recurrentes. Las facturas, la hipoteca, los que originan los niños con sus múltiples necesidades y actividades, la comida, el coche… No obstante, esos gastos son necesarios para la supervivencia. Es decir, no podemos ni debemos prescindir de ellos, aunque sí es cierto que muchas veces se nos va la mano y los podríamos controlar mucho más.

Porque muchos de esos gastos se nos inflan cada mes sin darnos cuenta. Por ejemplo, al hacer la compra y meter en el carrito productos que no son necesarios y, además, pueden ser perjudiciales para la salud -la bollería industrial, los dulces, refrescos con demasiado azúcar…-. Igualmente, no tenemos por costumbre consultar las ofertas de los supermercados que llegan a nuestro buzón y siempre tiramos, cuando pueden ayudarnos a llenar la nevera sin derrochar.

Por otro lado, los gastos en suministros como la luz y el agua también pueden recortarse si se revisan bien las tarifas de las compañías y los hábitos de consumo que hay en casa. Son gastos que pueden reducirse, pero la pereza es normalmente puede más, y eso es un error de bulto.

También puede considerarse un gasto comprar un televisor de determinadas pulgadas -con su sobrecoste- cuando podemos vivir con uno mucho más normal, o tener el último smartphone/portátil/tablet, etc. Los gastos muchas veces están relacionados con esas cosas que no son de vital necesidad y cuyo desembolso a buen seguro nunca recuperarás.

Por eso, cada vez que tengas que efectuar un gasto, pregúntate primero si ese gasto es totalmente necesario -¿el producto o servicio va a mejorar tu vida? ¿tienes alguno similar que cumpla la misma función y te sirva aún? ¿puedes seguir viviendo sin él sin tener consecuencias negativas?-.

No obstante, darse un capricho de vez en cuando tampoco es un pecado capital. Es normal e incluso bueno que podamos comprar esas cosas que, aunque no sean una inversión, nos hagan especial ilusión, pero el secreto es no convertir esa práctica en algo habitual.

Objetivo → ahorrar

El objetivo último de discernir entre lo que es un gasto o una inversión en casa es conseguir ahorrar. Es importante que lo hagamos cada mes, siempre dentro de nuestras posibilidades, porque muchas veces nos vemos obligados a acometer ciertas inversiones o gastos y si no tenemos un saldo ahorrado, será imposible.

Y hablamos de verdaderas necesidades cuando se nos estropea definitivamente el coche o cualquier aparato doméstico o nuestra mascota se pone enferma. Es importante que tengamos una hucha preparada (o mucho más moderno, una cuenta remunerada y totalmente disponible) para cuando gastar sea ya una obligación.