Puede que tarde meses, o años, que sea un paso en falso, o en la buena dirección; incluso algo de gran calado, en línea con la experiencia reciente de economías más avanzadas y con las recomendaciones de organismos internacionales. En España estamos abocados a una reforma de las pensiones que no debería demorarse, por lo que tendremos un cambio del sistema de pensiones. Una reforma que provocará cambios profundos en las expectativas de las generaciones activas, y, naturalmente, en sus comportamientos.
Y aunque no tuviésemos esa reforma, nuestra actitud debería cambiar de todas las maneras, porque el paradigma de las pensiones vigente en la segunda mitad del siglo pasado ha cambiado radicalmente desde hace ya tiempo.
Vivimos y trabajamos de otra forma, nos queremos jubilar igual.
Frente a trabajos cuyos fundamentos se aprendían en los años escolares o universitarios, que se ejercían de por vida en la misma empresa, y vidas en jubilación de apenas 15 años disfrutadas después de una larga carrera laboral; hoy, se cambia varias veces de trabajo, empresa y tareas en el curso de una vida laboral que no es tan larga como antes y que puede estar salpicada de episodios de desempleo, trabajo precario o por cuenta propia. Y aun así, se disfruta de más de 20 años de jubilación.
Frente a opciones tan simples como una pensión de la Seguridad Social, una familia de apoyo y una vida adaptada a opciones locales, hoy tenemos opciones financieras y patrimonio (principalmente en forma de ladrillos) para sobrellevar una vida inquieta y cosmopolita durante muchos años en jubilación, aunque nos falte el apoyo de una familia menos numerosa que la de nuestros padres.
Mañana, nuestros hijos vivirán 100 o más años con una probabilidad elevadísima (el 30%, en teoría de la probabilidad, ya es una cifra grande), no poseerán activos y puede que ni tengan hijos. Tendrán a un clic de distancia herramientas que les permitirán ahorrar, combinar recursos para la planificación de toda su vida, para la jubilación, optar por proveedores de asesoramiento robotizados, acumular, totalizar, redimir, aplicar sus recursos vitales a voluntad y a costes de transacción muy reducidos. Trabajarán siempre, o nunca, pero de otra forma, no como sus padres. Se jubilarán cuando quieran, o nunca.
El futuro se plantea radicalmente diferente y, sin embargo, si juzgáramos por las resistencias al cambio y la adaptación que se acumula en nuestro interior, las empresas en las que trabajamos o en las instituciones que regulan nuestro futuro financiero, diríase que todo sigue igual. Claro que tampoco aceptaríamos fácilmente una reforma de las pensiones que las rebajase o que no las actualizase con el coste de la vida. Ni una reforma que nos llevase a pagar más por nuestras pensiones futuras o que aumentase la edad a la que nos jubilaríamos en el futuro.
Sabemos, no obstante, que, a diferencia de nuestros padres, tenemos por delante vidas mucho más largas. Lo vemos como una gran noticia, pues añade años de vida a nuestra etapa en jubilación y, por lo general, en buena salud. Pero cabe destacar que, desde hace muchos años, todas esas ganancias en nuestra esperanza de vida se producen a edades no laborales. Edades en las que necesitamos pan, no edades en las que lo traemos bajo el brazo, a diferencia de lo que sucedía en la primera mitad del S. XX en los países avanzados.
Precisamente este traer o necesitar pan es un detalle importante y la fastidiosa contrapartida de una mayor longevidad. Aquí radica, además, la clave del reto al que nos expone esta tendencia imparable.
¿Estás preparando ya tu economía para cuando te jubiles?
No es cuestión de exigir a los responsables de la Seguridad Social que lo hagan todo por nosotros. Aunque, naturalmente, sería deseable que nuestro estupendo sistema de pensiones públicas resolviese cuanto antes algunas de las disfunciones que el aumento de la esperanza de vida está provocando en su estructura. Entre ellas, estabilizar sus ingresos y gastos para limitar el déficit, o corregir el balance entre cotizaciones del trabajador medio y sus pensiones, que está amplia y crecientemente disparado a favor de éste, al haber aumentado su esperanza de vida, o racionalizar las condiciones de elegibilidad para acceder a la pensión o, por fin, simplificar y potenciar las fórmulas que permiten compatibilizar la percepción de una pensión con la actividad laboral.
Pero también es muy importante mirar hacia nuestro propio balance. Cada vez más, las pensiones complementarias van a ser necesarias y hay que admitir que no hemos avanzado demasiado en España en este concepto. Desde 1987 tenemos un sistema normativizado de ahorro previsional complementario, de promoción empresarial, mutualista o individual. Pero, más de tres décadas después de su creación, apenas superamos el 8% del PIB en este tipo de activos (sin contar los asegurados).
La planificación financiera de calidad existe en España, pero el recurso de los potenciales usuarios a esta herramienta básica para la salud financiera es escaso, y muy inferior, por tanto, a lo que sería deseable. Lo que la convierte en un servicio poco testado contra historias reales y caro para los pocos usuarios que acceden a él.
Preparar nuestra economía personal y doméstica para la jubilación debería ser un ejercicio que se inicia con el primer ingreso laboral o profesional. En el siglo pasado, lo iniciaban muchos abuelos cuando, nada más nacer, abrían una cartilla de ahorro a nuestro nombre que nos entregaban amorosamente a nuestra mayoría de edad.
Todo vale si el resultado es la acumulación de ahorro que, llegado el momento de la jubilación, pueda aportarnos recursos complementarios a los de la Seguridad Social. Porque, y esto hay que decirlo firmemente, la Seguridad Social previsiblemente pagará pensiones, aunque no sean tan altas como nos gustaría. Conviene apuntar que con el sistema de pensiones actual, de media, a los 12 años de jubilados, la Seguridad Social ya ha devuelto todo lo que habíamos cotizado. Es lógico pensar que esta situación no se puede prolongar durante mucho más tiempo.
Corremos el riesgo de que la falta de adaptación de nuestros planes vitales de ahorro, forzoso (como el que nos lleva a hacer la Seguridad Social) o voluntario (como el que hacemos en los sistemas complementarios) a las nuevas condiciones vitales (longevidad) y productivas (robotización) nos lleve a situaciones de precariedad financiera, y no solo durante la jubilación.