Que el COVID-19 ha sido un shock con graves consecuencias humanas es innegable. Sin embargo, también ha sido un experimento social con implicaciones en dos direcciones. Por un lado, va a suponer cambios económicos y nuevos esfuerzos para ciudadanos, empresas y gobiernos. Por otro lado, es posible que nos haya abierto los ojos respecto a varias realidades del mundo del siglo XXI para hacernos reaccionar sobre cómo es la sociedad en la que queremos vivir y cuál puede ser una participación proactiva en la misma. En áreas como la digitalización, la privacidad, la protección del medio ambiente o la educación y responsabilidad civil.
La última crisis fue más una criba que un golpe para espabilar. En la crisis financiera de 2008 los bancos concentraron la atención, y la crítica y la perspectiva se centró en cuanto tiempo tardaríamos en volver a la situación anterior. En la crisis del COVID-19 la idea parece distinta. En cierto modo, no se quiere volver al mundo anterior al coronavirus porque son sus riesgos y falta de prevención los que nos han llevado a esta situación. De hecho, los bancos pueden ser ahora protagonistas de la solución y la recuperación. Pero, por encima de ellos, los ciudadanos. En todo caso, la transición será muy compleja.
El confinamiento nos ha hecho ver el papel que el Estado puede —y, en ocasiones, debe— tener, pero también nos ha abrumado esa especie de omnipresencia y dependencia de lo público. Una cierta falta de espacio para la acción y la libertad individual. Por eso, tal vez una primera lección positiva de esta pandemia es un mayor aprecio por los espacios de convivencia y respeto libre.
Futuro económico complicado con un halo de luz
En la economía, hay retos que no van a ser sencillos. En un territorio como el europeo, las diferencias son abrumadoras en cuanto a músculo y capacidad fiscal de los gobiernos para reaccionar. Pero también hay un halo de luz…
Las últimas propuestas en la UE, con fondos de reestructuración de cierto volumen (hasta 750.000 millones de euros), aun no siendo suficientes para paliar los problemas, tienen una forma y fondo más solidario, que no se veía hace tiempo en el proyecto comunitario.
También, a diferencia de la crisis anterior (aunque de naturaleza lógicamente distinta) los bancos centrales han aprendido a reaccionar más rápido. Tiene que haber liquidez abundante y apoyo para que la parte más delicada del riesgo en los últimos años, el soberano, no se desboque. De este modo, tanto la Reserva Federal en Estados Unidos como el Banco Central Europeo han reeditado, ampliado y comprometido programas que aseguran esa liquidez.
En este punto, los ciudadanos todavía tienen una perspectiva más abstracta pero parece que, poco a poco, la ayuda de los bancos centrales se comprende algo más. Ya no es sólo emitir dinero sino también comprar deuda. Su acción se aprecia cuando calma a los mercados. Cuidado, en todo caso, con crear una dependencia de tantos años de apoyo, encadenando su acción durante dos crisis. Éste será el ambiente monetario con el que habrá que convivir algún tiempo tras el COVID-19.
Prevención para lograr un escenario prometedor
España es uno de los países más afectados en Europa tanto desde el punto de vista humano como del económico. Pero es un país capaz de recuperaciones importantes y con un acervo notable de capacidad de superación. Si la crisis financiera mostró la excesiva dependencia en la construcción, la sanitaria ha explicitado la importancia cuantitativa del turismo o del comercio. No se trata de sustituir a estos sectores, sino de transformarlos o acompañarlos con otros.
No sabemos aún hasta qué punto muchas empresas han girado hacia la digitalización para llegar a sus clientes en confinamiento. Y cuántos de esos clientes han mejorado sus capacidades digitales forzados por las circunstancias. Nos ha dado tiempo a reflexionar sobre convivencia, sobre cómo educar a nuestros hijos en condiciones de aislamiento y, una vez más, sobre qué información es relevante y cuál no lo es.
Con todo ello, en el futuro económico-social tras el COVID-19, un término se impondrá por encima de todos, a todos los niveles: prevención. Tendrán poco futuro los gobiernos que no apuesten por sistemas contingentes para hacer frente —ya sin improvisaciones— a situaciones como las provocadas por esta pandemia. Será importante tener la capacidad —algo que solamente otorga la tecnología y la ciencia— de frenar contagios sin paralizar la actividad económica. Será valorada especialmente una comunicación fluida y con criterios claros. En cuanto a los ciudadanos, se liberarán del miedo y relanzarán sus proyectos personales y familiares con nuevas perspectivas.
Paso firme hacia una realidad mejor
Desde una perspectiva sociocultural más amplia, tal vez ha sido éste uno de los shocks más importantes desde los períodos de las grandes guerras pero, en ningún caso, comparable a los mismos. El proyecto europeo surgió de aquellas cenizas y ahora debe resurgir con más fuerza aún. También la capacidad para avanzar hacia la verdadera economía del siglo XXI.
En este punto, son necesarios dos elementos. Por un lado, no confundir una globalización enmendada con una desglobalización. Puede darse algún paso atrás para corregir sendas insostenibles, en áreas como el cambio climático o las desigualdades y riesgos que implica un mundo digital descoordinado. Por otro lado, sería un error avanzar hacia el aislacionismo en un momento en el que se cuenta con más posibilidades de interconexión, procesamiento de datos y posibilidades de mejorar amplios espectros de la vida cotidiana (desde la salud hasta la educación) que en cualquier momento anterior en la historia de la humanidad.Este mismo verano será ya uno de los más inusuales que hayamos vivido en generaciones pero tal vez, a la vuelta de unos años, podamos recordarlo como el que supuso un gran cambio… a mejor. No será algo tan sencillo como apretar un botón. Dos o tres meses pueden cambiar muchas cosas pero hacen falta años para consolidar las transformaciones. Los próximos meses no serán fáciles pero tal vez el impacto de todo lo que ha sucedido haya dejado la impronta necesaria para una renovación que era necesaria hace mucho tiempo.