La llegada de la «gestión pasiva» a España ha traído dos oportunidades muy buenas para el inversor:
- Un producto muy amplio y barato que además es relativamente fácil de entender.
- Un instrumento que permite establecer reglas sencillas de confección de carteras a largo plazo. Un estándar de gestión del riesgo que funciona razonablemente bien.
Este incipiente boom también ha traído cierta confusión sobre la gestión pasiva y activa, dado que en el proceder tan humano de pensar en forma binaria, en lugar de integrar los elementos positivos de la gestión pasiva con los de la gestión activa para buscar carteras adecuadas a cada perfil, se ha instalado una guerra entre «la gestión pasiva es lo mejor y el resto no vale» y viceversa, provocando en el inversor una distorsión que lleva a la confusión cuando quiere tomar la decisión de planificar sus finanzas personales.
En realidad, se pueden hacer muchas carteras y estar todas bien hechas. Para una persona de 60 años una cartera de inversión que ofrezca un 4% y sea muy líquida puede ser un óptimo, mientras que para otra de 30 años todo lo que baje de un 8% puede parecer una mediocridad que no merece ser tenida en cuenta. Y sin embargo, las dos carteras serán «adecuadas» y «óptimas».
No existe «esto o aquello» sino más bien «esto y aquello».
Por eso debemos encuadrar primero qué ventajas nos deja cada una, y qué requerimientos. Todo plan financiero debe tener en cuenta tanto objetivos como limitaciones.
Diferente cartera de inversión en función de la edad
Más allá de los activos que conforman una cartera “tipo”, lo más interesante es entender que conforme pasa la vida, esta se va haciendo más compleja, que los gastos personales no bajan, tienden a subir, y que cada década de la vida es diferente; las circunstancias son diferentes, los riesgos son diferentes, los requerimientos financieros son diferentes. Y esto se ve reflejado en la cartera adecuada a cada persona en cada momento de su vida.
Es lo que trato de explicar en el libro «Inversor joven, inversor viejo» a través de un ejemplo práctico a lo largo de la vida de una persona, con datos según lo que han hecho los mercados. Y vamos viendo cómo evoluciona, tanto la cartera como nosotros. Posibles pautas para gestionar una cartera personal de inversión en cada etapa de la vida, de la manera más eficiente posible.
Los perfiles de riesgo estándar funcionan muy bien, pero hasta cierta edad. Más o menos hasta los 35-40 años. A partir de esa época el perfil estándar desaparece. La casuística particular de cada persona varía enormemente, no podemos meter en un molde a todas las personas que comparten edad, nivel de ingresos y zona geográfica donde vive.
Hay personas que con 45 años tienen un perfil de una de 32 años y otras de 32 años que tienen un perfil más próximo a una persona de 45 años. Hay muchas variables.
A partir de ahí, con un sistema relativamente sencillo y automático, donde dentro de cada etapa hagamos siempre lo mismo, conseguimos combatir esa complejidad e ir a favor de las probabilidades. Es una manera eficaz de cumplir objetivos en el largo plazo.
Cuidado, no estoy diciendo que sea la cartera óptima, la que más gana, estamos buscando cumplir un plan y que tenga resultados razonables.
Esta es una de las grandes diferencias entre el inversor aficionado retail y el profesional: el segundo tiene muy claro el punto señalado en el apartado anterior.
Cumplir el plan financiero establecido, a través de una cartera de inversión, aunque sea la más sencilla del mundo, es, paradójicamente, lo más complicado de conseguir en el tiempo.
La partida dura varias décadas.
Por esta razón, la simplicidad es una opción que se ajusta bien a las limitaciones del pequeño inversor.
Vamos a ver un ejemplo
1) Persona de 45 años, con una deuda hipotecaria, dos hijos y capacidad de ahorro limitada.
En este caso, dado que todavía tiene por delante muchos años de trabajo, se puede adoptar una cartera estándar de inversión mediante fondos amplios y una estructura que le permita parar, cambiar o disponer, con un riesgo posiblemente vinculado a su momento vital, o dependiendo de otras circunstancias personales incluso superior.
2) Persona de 60 años, que tiene un buen patrimonio, buena jubilación asegurada, tanto por el sistema público como a nivel privado, que quiere gestionar su parte privada para asegurar una educación superior a sus hijos que todavía no han entrado en la universidad.
¿Aquí cuál es el perfil? ¿El suyo o el de sus hijos? Ya no está tan claro, y como de costumbre viene marcado por los objetivos y limitaciones.
En cualquiera de los dos casos se puede escoger cartera estándar, pero adecuando el “allocation”, el riesgo. Por eso el ejercicio de recorrer lo que le pasa a una persona durante todo su trayecto vital, con números basados en la realidad de los mercados financieros de la última década, nos permite adelantar problemas de aplicación que se van a dar y que vienen determinados por las circunstancias personales y porque ya no seremos los mismos, financieramente hablando.
A partir de cierto punto, los perfiles de riesgo estándar y carteras definitivas desaparecen y hay que hacer un estudio personal o al menos adecuar lo estandarizado a la situación particular.
A mayor complejidad, mejor sistema. A más largo plazo, mejor sistema.
Buscando el sistema de inversión adecuado
Necesitamos encontrar un sistema adecuado, que no tiene por qué ser el óptimo. Y si tampoco podemos elaborar un sistema que sea adecuado, aplicar una cartera estándar de gestión pasiva con dos o tres fondos y un seguimiento posterior para rebalancear el riesgo. Será otro subóptimo.
La mayoría de las veces, aplicar una cartera y no modificarla suele ser lo complicado, porque no se está a gusto, porque se leen nuevas cosas, porque los resultados no son los esperados. Es más bien un camino donde se confecciona una cartera de partida, pero luego hay que ir retocándola, probando, hasta que se deja de modificar.
Lo más eficiente es invertir a través de fondos, ya sean estos de gestión activa tradicionales, indexados o cotizados. O una mezcla. Pero es más eficiente porque delegas en un equipo gestor profesional o en un índice que invierte en todo el mundo. También es lo más eficiente en cuanto a costes operativos y fiscalidad.
Sobreestimamos lo que podemos hacer en el corto plazo, porque en este periodo de tiempo no se puede hacer prácticamente nada en términos de resultados significativos. Sin embargo, subestimamos lo que se puede conseguir en el largo plazo; en un periodo de décadas, por muy poco que puedas hacer de partida, se pueden obtener resultados finales increíbles.
Una manera de enfocar el problema del perfil de riesgo a largo plazo es dividir la vida en periodos de diez años, por ejemplo en los periodos 25-35, 35-45. 45-55. 55-65 y más de 65. Es una forma de afinar el perfil de riesgo estándar y bajarlo a esos cambios que vamos a ir experimentado a lo largo de nuestra vida y que tienen incidencia en la percepción del riesgo y la configuración de nuestra cartera de inversión.
Por supuesto esto se puede personalizar mucho más, pero de partida es una guía sencilla que se nos aproxima al término “adecuado”.
Una de las cosas que no se entiende cuando comenzamos a invertir, es que la cartera perfecta no existe. Por eso yo le llamo cartera adecuada, y como he comentado en párrafos anteriores, si tampoco podemos elaborar esta por falta de tiempo o recursos, una cartera eficaz (estándar).
En el libro uso los ETF clásicos que llevan más tiempo. Siguen índices amplios y conocidos. Luego cada uno debe buscar un equivalente que le convenga, en su moneda, a través de un fondo índice o un fondo de inversión de autor que le guste, o combinarlo con otro tipo de activos financieros descorrelacionados que den estabilidad a los resultados y riesgo en el tiempo.
En esta planificación inicial, debemos buscar ante todo realismo. Hacer cálculos de donde podemos estar dada nuestra capacidad de ahorro y con esto configurar un mapa de escenarios posibles. Si los resultados no nos gustan, sabremos que necesitamos mejorar el ahorro mensual y/o necesitamos obtener rentabilidades superiores, pero esto último supone incurrir en mayor riesgo y un tiempo y recursos de conocimiento superiores, que no siempre son posibles. Acudir a un asesor financiero independiente es una opción que se debería barajar, su coste estará bien empleado.
Calcula dónde estás y el ahorro que puedes generar. Después de eso planifica, mira qué resultados puedes obtener, y qué activos y carteras de inversión necesitas para llegar a esos resultados.
Una vía realista es afinar esos resultados futuros lineales al estudio de lo que pasa en cada década de tu vida, modificando el riesgo y con ello los allocations y activos financieros. Los fondos son un activo de inversión eficaz y apropiado para, al menos, empezar de forma personal.