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Tres sesgos cognitivos que empujan tus finanzas al fracaso

sesgos cognitivos

¿Has pensado alguna vez que el 100% del tiempo que estás despierto estás tomando decisiones? Pueden ser trascendentales o completamente irrelevantes pero, cada instante, tu cerebro está recibiendo información y emitiendo una respuesta. Dentro de esa caja de neuronas los algoritmos que procesan la información son únicos para cada individuo, por lo que la racionalidad de cualquier decisión queda en entredicho. En este artículo hablaremos de los tres sesgos cognitivos que empujan tus finanzas al fracaso.

La importancia de predecir lo irracional, la base de la economía conductual.

La respuesta más acertada ante una situación concreta siempre está influenciada o sesgada por las experiencias previas, las diferencias en la percepción y, en general, por la singularidad de cada persona. Pero dada la relevancia de las decisiones económicas, deberíamos tener muy presentes los sesgos que ampliamente ha analizado la economía conductual.

Aunque no se pueda garantizar la racionalidad de las decisiones económicas, ni siquiera la más estudiada y fríamente calculada, sí que deberíamos estar alerta si detectamos que nos encontramos ante un posible sesgo cognitivo, todavía a tiempo para replantear la situación desde una perspectiva más amplia, tratando de no caer en ese posible error. 

Conviene recordar que la economía conductual, en inglés, behavioural economics utiliza técnicas de psicología para complementar los modelos económicos. Estudia la percepción de las personas, justifica sus decisiones económicas y analiza errores de percepción o sesgos cognitivos. Es una rama reciente de la Economía pues parte de Teoría prospectiva: un análisis de la decisión bajo riesgo, de 1979, escrito por Daniel Kahneman y Amos Tversky. Éstos, junto con Richard Thaler son considerados los padres de la economía conductual.

En un artículo anterior aprendimos a detectar varios sesgos: contabilidad mental, aversión a la pérdida, anclaje, efecto reflejo y efecto dotación y cómo actuar ante ellos. Ahora seguimos describiendo otros sesgos que muy probablemente interfieren en tu relación con las finanzas.

Sesgo de confirmación.

Al ser humano no le gusta equivocarse. En la década de 1960 el psicólogo inglés Peter Wason demostró que las personas no solemos poner en duda nuestras hipótesis sino, más bien, confirmarlas. Wason pidió identificar la regla detrás de la secuencia 2-4-6. En vez de detectar simplemente que se trata de una sucesión creciente, la mayoría pensó en una secuencia ascendente, pero siempre de números pares.

Bajo el confirmation bias, o sesgo de confirmación, para construir nuestra opinión, recolectamos información de forma selectiva, siempre apilando ideas sobre lo que ya tenemos asumido como cierto. Es un error, porque en vez de partir de cero en la búsqueda de la solución a un problema, o en la elaboración de una respuesta, simplemente confirmamos la base de conocimiento que ya teníamos.

Sucede así cuando buscas en Google una duda. De toda la información que muestra el buscador, tu cerebro escoge inconscientemente la que confirma tu teoría, o tu intuición previa a la búsqueda.

Estamos ante uno de los sesgos más delicados para las finanzas. Si en tu experiencia inversora resuena el nombre de una compañía, si llevas tiempo siguiendo la evolución (hasta ahora) positiva de un activo, o si siempre te han hablado bien de un determinado producto financiero, entonces es probable que un nuevo dato favorable que llegue a tu cerebro sea interpretado como el definitivo para seguir adelante con esa inversión y no la analices en detalle.

Sesgo de ilusión de control.

El ser humano siempre intenta controlar las variantes de su entorno para adecuarlas a su necesidad. Sucede en todos los ámbitos, en el laboral, personal, familiar, en las finanzas, etc. Tratamos de modular las variables que ocurren a lo largo del día para que el resultado nos favorezca, para que la realidad que vivimos sea de nuestro agrado.

El sesgo de la ilusión de control nos lleva a asumir de forma errónea que somos capaces de controlar todo aquello positivo que nos sucede, y que todo lo negativo ha sido por causas aleatorias, que se escapan a nuestro control.

Otras fuentes vinculan este sesgo a la ilusión causal, refiriéndose a las vinculaciones erróneas entre causas y efectos: el ser humano erróneamente asocia una acción a un resultado, sintiéndose responsable de acciones que no siempre han ocurrido por su actuación.

Un ejemplo, es vincular haber obtenido un premio en un juego de azar a la buena suerte que tiene una persona, o a su constancia, olvidando que solo es un hecho aislado, un resultado estadístico favorable. O cuando tenemos prisa y pulsamos repetidas veces el botón del ascensor, el pulsador para abrir la puerta de casa, o el semáforo para peatones, esperando así que se acorte el tiempo de espera.

En las finanzas, cualquier acierto previo no solo fue debido a tu control o a tu buen ojo inversor, también a múltiples variables económicas que se pusieron en tu favor. Sería catastrófico para tus inversiones acomodarte en tu experiencia previa, dejar de estudiar los mercados y relajar los análisis fundamentales y técnicos.

Sesgo del presente.

La mente humana está configurada para tomar decisiones muy rápidamente, a cada instante. El problema es que esas decisiones instantáneas no son adecuadas a todas las situaciones. El cerebro quiere resolver situaciones aquí y ahora, y por eso priorizamos al elegir entre lo que reporta satisfacción ahora y no dentro de un tiempo. Dicho de otro modo, inconscientemente buscamos un resultado bueno hoy, y no consideramos un posible resultado mejor mañana.

Puede que esta actitud sea la más adecuada en situaciones de supervivencia. Sin embargo, en otras donde el resultado no es tan directo, como sucede habitualmente en la economía y las finanzas, hay que actuar con más calma. Es necesario recopilar datos, elaborar una hipótesis, seguir una estrategia, valorar los posibles resultados y, finalmente, apostar por una inversión.

Este sesgo se observa en otros muchos ámbitos cotidianos y es la justificación de cualquier procrastinación: realizar primero las actividades o toma de decisiones más satisfactorias y fáciles, y dejar para el final las más incómodas, costosas y complicadas; obviando cualquier orden lógico o prioridad entre todas esas tareas.

Hay multitud de ejemplos: tienes una dieta ya decidida, pero hoy, en vez de fruta de postre, tomas chocolate un día más; mañana será otro día. Has pagado ya todo el mes de gimnasio, pero hoy concretamente estás muy cansado, hoy hay un plan mejor, hoy tienes cosas que hacer en casa…

En finanzas el sesgo del presente es muy dañino. Gastar lleva asociado una recompensa instantánea: adquirir un producto. Sin embargo, aunque sabemos muy bien que el ahorro es necesario y beneficioso, lo postergamos porque la recompensa tarda más en llegar (jubilación, viaje, cambiar de coche…).

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