Dinero en la bolsa, hasta que no se gasta no se goza, dice nuestro sabio refranero, y a pies juntillas deben creerlo los que el rico léxico castellano tiene a bien definir como despilfarradores, gastosos, derrochadores, malgastadores, manirrotos; hasta llegar a términos extremos como pródigos, malbaratadores o dilapidadores.
Hace unos días reflexionamos sobre la delgada línea entre ser ahorrador y tacaño, hoy nos centramos en otros no ahorradores, los despilfarradores. Si aquéllos sufrían por gastar, éstos sufren ahorrando.
Ahorrador, entre el tacaño y el derrochador
En Self Bank creemos que ahorrar es una de las conductas necesarias para administrar nuestras finanzas personales y familiares. Estamos de acuerdo en eso, pero cómo cuantificar el ahorro, cómo saber si estamos ahorrando mucho o poco.
Como referencia, podríamos tomar la tasa de ahorro media de los españoles que en 2014 fue del 9,8% de la renta disponible, según los datos del INE. Para satisfacer nuestra curiosidad, veamos si ahorramos más o menos que la media de españoles: abrimos la página de nuestro banco y restamos los ingresos menos los gastos, el resultado lo dividimos entre los ingresos y obtenemos el porcentaje.
¿Hemos ahorrado más o menos de ese 9,8%? Sea cual sea el resultado, estar por debajo de ese número no significa necesariamente que seamos despilfarradores, ni por encima, tacaños.
Entonces, ¿qué es despilfarrar?
Nada más acertado y conciso que la definición de la RAE, “consumir el caudal en gastos desarreglados”. Una actitud despilfarradora va más allá de la tasa de ahorro, de si gastamos mucho o poco, y se acerca más al hecho de gastar en exceso en conceptos que parecen innecesarios para la mayoría, incluso absurdos.
Comprar una isla, una ciudad, volar en su propio avión, un tour privado por el Louvre… Y no olvidemos que a base de tanto despilfarrar, no son pocos los millonarios que han perdido su fortuna.
Llevándolo a nuestro terreno, con varios ceros menos en el saldo de la cuenta corriente, podríamos encontrar otras actividades que pueden ser un verdadero despilfarro. A diario seguimos una actitud apropiada en lo referente a nuestras finanzas, tratando de reducir o ajustar los gastos para exprimir mejor nuestros ingresos y leyendo los artículos de Ahorrando que es gerundio. Hasta que llega ese momento en que no lo pensamos dos veces y nos damos ese caprichito que nos ha rondado por la cabeza las últimas semanas.
Un reloj nuevo, el último iPhone, esa urgencia repentina por cambiar de coche… Puede que nuestras cuentas estén saneadas y no nos suponga mucho inconveniente gastar unos euros extra, pero nos deberíamos plantear cuánto nos cuesta el despilfarro.
¿Cuánto nos cuesta el despilfarro?
Una valoración menos subjetiva: cuánto nos cuesta en horas de trabajo
Como la subjetividad está presente en la valoración de toda compra, veamos un análisis alternativo: traducir el coste de un capricho en horas de trabajo. Poniendo como ejemplo un salario de 1000 euros mensuales y un antojito de 50 euros, vimos que nos costaría más de un día de trabajo, considerando el tiempo total dedicado a la jornada laboral.
Parece apropiado este criterio para establecer cuándo permitirnos un capricho y cuándo no, fijándonos un número de horas máximas permitidas. Sin embargo, para saber cuánto nos cuesta, prevalece un criterio mucho más individual, que dependerá de la valoración personal que demos a ese capricho y de nuestra solvencia económica.
Ahora que hemos visto claramente que los caprichos son realmente una traba para nuestras finanzas, para calcular cuánto nos cuestan parémonos un momento a pensar cuántas veces nos hemos dado un capricho en los últimos meses.
¿Somos despilfarradores los españoles, es un tema cultural?
Resulta imposible generalizar cuánto nos gastamos los españoles en este concepto, pero fijándonos en nuestro entorno, con frecuencia vemos que tendemos a premiarnos cada cierto tiempo con un capricho.
Cada mes cuadramos nuestras cuentas para que los gastos no sobrepasen a los ingresos, y cuando tenemos algo disponible, volvemos a considerar la posibilidad de cambiar de televisor, de teléfono… Además, con frecuencia recurrimos al crédito de la tarjeta y, en ese sentido, el estudio de Bankimia y Target Empírica nos ofrece un dato revelador, a la vez que curioso: el 62 % de los encuestados, titulares de tarjetas de crédito, las utilizan como producto de financiación y un 47% de ellos lo hacen sin tener dificultades económicas.