Recientemente hemos conocido el acuerdo entre doce países a orillas del Océano Pacífico para crear un área de libre comercio. Este pacto, denominado Acuerdo de Asociación Transpacífico (TTP, por sus siglas en inglés), agrupa a economías que acaparan alrededor del 40% del comercio mundial (entre otras, la estadounidense, la canadiense, la japonesa y la australiana).
Desde hace años se negocia un tratado similar entre Estados Unidos y la Unión Europea, el llamado Tratado Transatlántico de Comercio e Inversión (TTIP, en inglés) que pretende aumentar el comercio entre ambos gigantes, actuando fundamentalmente sobre la eliminación de obstáculos comerciales y la modificación de normas. El objetivo que persigue es el aumento del PIB, a través de un mayor intercambio comercial entre dichas áreas.
Historia del TTIP
Ya en 1990 se dieron los primeros pasos en la llamada Declaración Transatlántica, aunque el mayor impulso para el acuerdo se ha empezado a producir a partir de 2007, cuando se creó el Consejo Económico Transatlántico para la armonización legislativa. A partir de 2013, se iniciaron las negociaciones entre el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, y los del Consejo Europeo y Comisión Europea, Van Rompuy y Barroso, para tratar de cerrar el tratado.
¿Cómo está siendo la negociación?
A día de hoy, se desconocen multitud de aspectos sobre el posible acuerdo. En este sentido, asociaciones de consumidores y algunos partidos políticos han denunciado la opacidad con la que se está negociando, teniendo en cuenta que es un acuerdo que puede afectar a muchos aspectos de nuestra vida cotidiana. Cuando se haya acordado el diseño del pacto, la Comisión Europea deberá presentarlo al Consejo de la Unión, donde tiene que ser aprobado por mayoría cualificada (al menos, el 55% de los Estados, que representen el 65% de la población).
¿Cómo nos afecta?
Para los ciudadanos europeos, esta armonización con la legislación norteamericana, así como el aumento de la competencia que se va a producir, pueden conllevar consecuencias significativas. El objetivo principal es el crecimiento económico (y con ello, la creación de empleo). Además, podremos acceder a precios más competitivos a productos procedentes del otro lado del Atlántico.
Pero también puede tener aspectos negativos. Algunos economistas señalan que no todos los países se beneficiarán del pacto de la misma manera y, además, los aranceles entre Estados Unidos y la Unión Europea ya son bastante bajos, por lo cual el tratado va a centrarse en otras cuestiones, afectando probablemente a sectores como:
- El farmacéutico (buscando, entre otras cosas, prolongar los períodos de las patentes).
- El agrícola (afectaría especialmente a las pequeñas y medianas explotaciones; además, podría propiciar la aparición en nuestro mercado de artículos tratados con hormonas y productos químicos actualmente no admitidos en la UE, o de transgénicos).
- Los servicios financieros (actualmente, la regulación europea y la estadounidense presentan notables diferencias).
- Los servicios públicos (podría favorecer las privatizaciones en algunos casos, si bien se trabaja en una “lista negativa” de servicios cuya privatización debería ser aprobada por cada país).
- La energía y el medio ambiente (potenciación del fracking, prácticas agrícolas no sostenibles…).
Además, algunas organizaciones subrayan que puede tener una incidencia negativa en el empleo (e incluso así lo admiten algunos informes de la Unión Europea), aumentando el paro, reduciéndose los salarios e incrementando la precariedad laboral. E incluso puede tener importantes repercusiones sobre cuestiones tan delicadas como los datos personales o el acceso en buenas condiciones a Internet.