El consumismo y el modo en que está organizada la economía llegan hasta el punto de que, en ocasiones, los productos se fabrican para que funcionen un tiempo o un número de veces determinado. Esto es lo que se denomina obsolescencia programada. Aunque la aplicación de este sistema podría resultar extraña en una economía de mercado (si los productos de una empresa se estropean muy pronto, compraré los de otro fabricante), no lo es en algunos casos.
Por ejemplo, hace más de setenta años algunos grandes productores se unieron en el cártel Phoebus para hacer que las bombillas durasen menos. Las antiguas bombillas de filamento tenían una vida útil demasiado larga, así que los fabricantes decidieron situarla en torno a las 1.000 horas. Sin embargo, tenemos el caso de la llamada bombilla centenaria, en el parque de bomberos de Livermore (California, Estados Unidos), que lleva encendida cientos de miles de horas, desde 1901.
Otros ejemplos clásicos de obsolescencia programada son el de medias (el inventor de las medias de nylon, Dupont, se dio cuenta de que eran demasiado resistentes y que esa característica limitaría sus ventas), o el de los teléfonos móviles (y especialmente, de sus baterías). Muchos electrodomésticos se renuevan porque resulta más caro repararlos que adquirir un nuevo modelo.
Las economías de los países del Este de Europa, cuando estaban bajo la influencia de la URSS, representan el caso contrario. Por ejemplo en la antigua República Democrática Alemana, las neveras debían durar al menos 25 años. En la actualidad, esta longevidad parece impensable: microondas, cafeteras, secadoras, televisores, ordenadores, automóviles… De una manera u otra, la mayoría de aparatos parecen afectados por esta limitación.
La obsolescencia programada tiene consecuencias económicas, ya que el consumo representa una parte importante del PIB. Por eso, en los años treinta, ante la crisis imperante, incluso se llegó a plantear que la obsolescencia fuese obligatoria por ley, de manera que habría que renovar los productos cada poco tiempo y así se generaría empleo.
Este tema también fue tratado por uno de los más grandes economistas de la Historia, John Maynard Keynes, cuando explicaba por qué la caída de la demanda genera desempleo. Cuando baja el consumo, no se vende, como no se vende no se fabrica y como no se fabrica, no hacen falta trabajadores. El desempleo provoca un descenso del consumo, y se entra en un círculo vicioso. Una de las soluciones propuesta por Keynes pasaba por incrementar la demanda a través del aumento del Gasto Público.
En algunos países, como Francia, se han empezado a instaurar medidas legales para luchar contra la obsolescencia programada, estableciendo dentro de la Ley de Transición Energética multas de hasta 300.000 euros y penas de dos años de prisión para los fabricantes que programen la muerte de sus productos. Esta legislación es el germen de la que puede llegar a implantarse en la Unión Europea en los próximos años.