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Los robots en la bolsa: ¿buenos o malos?

Seguro que alguna vez has oído hablar de los famosos robots que operan en bolsa, pero no hablamos de ningún R2-D2 de Stars Wars que se dedica a introducir órdenes en las diferentes bolsas, es algo mucho más terrenal.

¿Qué son los robots?

Son complejos algoritmos informáticos ultrarrápidos, capaces de operar en milésimas de segundo, que están copando ya buena parte de las operaciones financieras que se realizan al cabo de una sesión bursátil ordinaria. En realidad, hablar de robots es darle glamour y en parte ciencia ficción a algo que toda la vida se ha hecho: sistemas automáticos de inversión de alta frecuencia.

La diferencia es que hoy en día la capacidad de proceso de información permite hacer millones de operaciones en un segundo y en todos los mercados del mundo a la vez, y por ello la capacidad e importancia que puedan tener los robots cada día es más amplia.

Lo que es indudable es que la gestión de la inversión ha cambiado radicalmente, ya que no hace mucho para gestionar un fondo, las gestoras tenían equipos de decenas de personas, la mayoría economistas, y ahora son menos de 10 personas, y todos o casi todos son matemáticos, físicos, estadísticos, etc.

¿Cómo funcionan?

Los algoritmos parten de un sistema de pensamiento similar al de cualquier operador bursátil: identificar las oportunidades en los mercados y aprovecharse del natural arbitraje que se produce en todos los mercados competitivos.  

Hace siglos, este arbitraje podía consistir en comprar maíz en un país en el que había gran abundancia y llevarlo a otro país en el que había mucha demanda. La diferencia entre el precio de compra y el de venta era el beneficio del operador.

Conceptualmente los robots tienen el mismo razonamiento, pero se fundamentan en hacer muchas operaciones con un beneficio muy pequeño. Para ganar 1.000 dólares podemos hacer una operación en la que ganemos 1.000 dólares, o 1.000 operaciones en las que ganemos un dólar en cada una de ellas. Los robots apuestan por lo segundo. Pueden llegar a ganar centavos en las operaciones, aprovechando ese arbitraje que se produce en un segundo. Pero como realizan miles o millones de operaciones al cabo del día, pueden obtener grandes beneficios.

Esta negociación bursátil de alta frecuencia -que es el nombre técnico de la operativa, que se lleva a cabo a través de un algoritmo informatizado sin ninguna o muy poca intervención humana- es uno de los temas que más preocupa a los reguladores.

El flash crash de 2010

Un claro ejemplo del porqué de esa preocupación entre los reguladores se dio el 6 de mayo de 2010, a las 14.45h, y se conoce como el Flash Crash (desplome repentino). La bolsa americana sufrió un hundimiento de mil puntos (casi un 10%), después de que un robot de un fondo de inversión entrara automáticamente la orden de venta de 75.000 contratos de futuro del Dow Jones por valor de 4.100 millones de dólares y llevara el pánico a los mercados, sin que hubiera una explicación aparente que justificara tal caída.

Duró sólo cinco minutos. Se sabe que la causa fue que falló el algoritmo de negociación de un robot, pero lo que sigue siendo aún un misterio es cómo pudieron llegarse a ejecutar órdenes por esos importes sin que hubiera controles humanos que evitaran que se produjeran esos movimientos incontrolados.

En todo caso, se considera que es una de las mayores oscilaciones en puntos (-998,5 puntos/+1.010,14 puntos) en un día del Dow Jones desde el crack de 1987.

¿Futura limitación?

No hay datos exactos, pero se estima que en Europa estas operativas mueven entre un 30-40% de las operaciones, y en otros mercados incluso llegan a superar el 70%.

Por ello, desde Europa se promueve limitar este tipo de operativa básicamente por dos vías: por un lado impositiva, con la famosa Tasa Tobin que penalizaría esta forma de operar; y por otro, aumentando los requisitos de control sobre los que apliquen esta forma de operar a partir de la nueva directiva MIFID 2 que está pendiente de aplicarse.

¿Buena alternativa para inversores particulares?

Los sistemas automáticos tienen una gran ventaja y es que protegen a los inversores de las emociones, tanto positivas como negativas. Pero un sistema automático puede ser de gran simpleza o muy complejo.

Cada vez podemos encontrar en internet más ofertas de sistemas enormemente complejos que nos prometen grandes beneficios a precios relativamente bajos (inferiores a 1.000€). No parece que sea una buena idea invertir en sistemas de los que no se sabe prácticamente nada, y muy poco de sus autores.

Además, si invertimos en fondos de inversión o planes de pensiones, en buena medida ya nos aprovechamos de este tipo de operativa, pues cada vez más gestoras utilizan ni que sea parcialmente este tipo de operativa en su gestión cotidiana.

Tenemos un claro ejemplo en el buen desempeño de un fondo de inversión basado en un robot que bate a los gestores en bolsa japonesa.



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