Tanto las empresas como las personas, pasando por cualquier tipo de sociedad, agrupación o entidad, necesita dinero para funcionar y cubrir sus necesidades. Pueden ser necesidades básicas como la que tienen las personas de comer, o en el caso de las empresas pagar las facturas de los proveedores para mantener su producción.
Estas necesidades se cubren generalmente con dinero corriente, en efectivo o cash. Todos los bienes que existen (tangibles, intangibles, necesarios, de ocio, productivos, improductivos…) se pueden valorar por un precio determinado, pero eso no quiere decir que podamos utilizar cualquier bien que valga 50 euros para pagar en el supermercado. Para hacer la compra necesitamos tener esos 50 euros en billetes, monedas o, por lo menos, disponibles en el banco para usar la tarjeta de crédito.
Aunque nuestro reloj valiera 60 euros, demostrado con su factura, la cajera iba a tardar bastante poco en llamar a seguridad para desalojarnos del establecimiento. ¿Y por qué, si le estamos dando algo que vale 10 euros de más? Pues por la sencilla razón de que el dinero que cuesta el reloj no es dinero contante y sonante. La liquidez de los 60 euros del reloj no es suficiente.
El concepto de liquidez nos vale para establecer una escala ficticia en la que encuadrar el valor de las cosas que disponemos y la facilidad con la que los bienes que no son dinero se pueden convertir en efectivo.
Para entenderlo mejor podemos poner unos ejemplos. Imaginemos que todo nuestro patrimonio se reduce a una vivienda, un coche, 500 euros en efectivo que tenemos guardados en un calcetín, 3.000 euros que hemos ahorrado en un fondo de inversión y una cuenta nómina con 1.000 euros que usamos para recibir el sueldo y pagar compras con la tarjeta. La ordenación de todos estos bienes según su liquidez de mayor a menor sería la siguiente:
– Los 500 euros del calcetín
– Los 1.000 euros de la cuenta nómina
– Los 3.000 euros del fondo de inversión
– El coche
– El piso
Se dice que un bien es más líquido cuanto más sencillo sea transformarlo en dinero corriente sin perder valor por el camino. El efectivo, entonces, representa la máxima liquidez posible y a partir de ahí vamos aumentando la dificultad.
Si queremos vender un fondo de inversión, por lo general el plazo para tener el dinero disponible en cuenta oscila entre 1 y 5 días (y ello sin contar excepciones como los fondos inmobiliarios o algunos fondos alternativos que cuentan con una liquidez mucho más reducida), por lo que no es tan líquido como lo que tenemos en la cuenta nómina. Esta última tampoco es dinero en efectivo, pero sólo con pasar la tarjeta por el datáfono o ir al cajero es suficiente.
Del mismo modo, vender un coche suele resultar más sencillo que vender una vivienda en caso de necesitar urgentemente el dinero por cualquier imprevisto.
Con las empresas pasa más o menos lo mismo. Imaginemos una frutería. Es más líquido un derecho de cobro que tenemos contabilizado y pendiente de cobrar con Doña Conchita, que se ha dejado el monedero en casa y mañana baja a pagar, que un impago por el mismo importe de un restaurante al que servimos y detrás del que llevamos seis meses intentando que nos abone el importe de la factura.
Al mismo tiempo, es más líquido que cualquiera de los dos casos anteriores la mercancía que tenemos a la venta en nuestra tienda. En ninguna de las tres situaciones tenemos «dinero en mano», pero en unos casos la dificultad para que más tarde o más temprano sea efectivo es menor que en otros.