Leyendo algunas crónicas sobre cómo los dirigentes políticos se manifiestan acerca de los retos que nos esperan como sociedad, parece que, o bien ellos no viven en el tiempo que les tocará gestionar, o los que defendemos lo excepcional del momento vivimos en un universo paralelo.
Esta época unos la visualizan sólo desde la incertidumbre con preocupación y otros la vemos como una oportunidad para pensar y actuar de una forma nueva y distinta; nuestros hábitos diarios de consumo, ocio y economía cotidiana se irán adaptando a nuevos modelos económicos más sociales, abiertos y automatizados, y eso no necesariamente tiene que ser ni bueno ni malo, sencillamente, es lo que pasará.
Nuestra adaptación al cambio no se rige únicamente por la variable económica. Aunque en nuestra sociedad tiene un papel determinante la economía digital y la tecnológica que la soporta, hay otros elementos que dan forma a su perímetro. Hablo de ese paso, casi inconsciente, de lo analógico a lo digital que nos ha permitido hiper relacionarnos adaptando la comunicación y el consumo a los nuevos tiempos.
Pongamos un ejemplo de adaptación inconsciente. Recordemos cuando los mensajes SMS valían 30 pesetas más impuestos con cualquier operador. Apenas unos años más tarde, los usuarios de teléfonos inteligentes entraron en pie de guerra contra una empresa que había ‘liberalizado’ el envío de mensajes. La empresa desarrolladora de mensajería para teléfonos móviles más usada a nivel mundial decidió cambiar su política de pago, que pretendía cobrar 0,89€ al año, por un servicio ilimitado, sin horarios, sin límites de territorio. Resultó que finalmente esa opción tuvo que ser desestimada casi por defecto. Lo más sorprendente fue como Whatsapp consiguió cambiar los hábitos de comunicación de los consumidores y generar una necesidad de hacerse con un Smartphone, incluso entre los más reacios, asumiendo que ese servicio pasaba a ser una especie de ‘derecho fundamental’.
La nueva tecnología digital nos permite vivir conectados como una especie de novela de ciencia ficción de los ochenta, que recibamos esa imagen eléctrica que nos cambia de estado de ánimo o que en cualquier momento podamos comparar, decidir y finalmente comprar cualquier cosa sin ir a ningún lugar. Pero no todos lo estamos haciendo igual. Hay varias velocidades en esto de ‘adaptarse’.
Es tarde, de noche, dicen. Oscurece y el futuro es mañana. Mañana amanecerá un futuro tecnológico y socializado donde los países que educan sin miedo para la tecnología, que motivan a sus jóvenes para afrontar el reto continuo que supone conquistar ese futuro inmediato y que tienen la calma y estrategia de hacerlo bajo la textura de la Nueva Economía, lo tendrán mejor que los que improvisaron o se dedicaron a decir que hacían y no se movían.
Hoy, los que representan el pasado, las formulaciones antiguas de los negocios analógicos, oscuros y lejanos de los tiempos que vienen, mantienen esa actitud agresiva, defensora de valores en quiebra. Se equivocan. El desastre social, financiero, político y ético que vivimos no es más que esa fractura que se ha empezado a producir justo encima de nuestras cabezas. No tiene que ver sólo, que también, con divisas, petróleo, mercados o bancos centrales. Tiene que ver con este tránsito llamado Cuarta Revolución Industrial. No es tanto transformación digital sino adaptación a una realidad digital. Todos debemos aceptarlo e iniciar estratégicamente la conquista.
Tengo la impresión, viendo cómo todo se complica cada vez más, sintiendo cómo surge un mundo con menos empleo porque la tecnología ocupa espacios laborales y donde lo automático irá tomando territorios sin remedio, que los responsables de estimular la mutación que sufre todo a nuestro alrededor no se mueven. También noto que los que deberían despertar en este instante extraordinario, no reaccionan. Siguen con sus cosas y sus pactos. Tenemos pendiente una gran revolución económica que se producirá de manera inevitable, una social que vendrá atada al curso de los tiempos y una íntima que tendrá que producirse en el interior de cada uno de nosotros.
Mientras lees esto. Cada vez que sales a correr o quedas con los amigos. Al revisar el trabajo escolar de tu hijo. Esperando el metro. En cualquier momento. En todos esos minutos en los que el planeta gira en un sentido concreto, alguien está ya acabando el arquetipo del mundo que lo hará girar en otro. Se trata de gente que ahora mismo están preguntando a un algoritmo cuestiones que precisan un razonamiento, generando dudas en una máquina, procurando que los procesos binarios se asemejen lo máximo a los neuronales o, sencillamente, creando empresas que lo van a cambiar todo definitivamente. Esperar las noticias del futuro debe ser estimulante y no provocar ningún miedo. La historia de la humanidad demuestra que los avances tecnológicos, las revoluciones industriales, trajeron mejoras sociales y culturales también. No será fácil que así sea, se juega con muchos elementos este partido. Pero lo que está claro es que si los que deben liderar y dinamizar esa adaptación no la entienden o no la perciben, lo pasaremos mal. Muy mal.
Internet está en el centro del huracán
En ese mismo artículo, Goodwin, señalaba que desde la propia Revolución Industrial hemos ido desarrollando una cadena de valor basada en complejas fórmulas que incorporaban distribuidores, importadores, mayoristas y minoristas, lo que a su vez permitió, desde entonces, que cualquier producto se pueda vender y consumir en cualquier lugar.
Recordemos ya todos los ‘internets’ que hemos vivido. Todo empezó con un Internet Técnico. Los primeros años de un modo de comunicar que permitía trasladar información cifrada de un lugar a otro aprovechando la potencia de eliminar todas las barreras. Pero era dependiente de muchos aspectos.
Luego llegó un Internet Empresarial. Antes del año 2000 las empresas se lanzaron a la conquista de su ‘espacio web’. Avanzábamos hacia un mundo digital donde las compañías con mayor potencial determinaron el rumbo de para qué podía ser útil económicamente la red de redes. Más tarde, un Internet Social donde el sistema que supuso modificar el lugar dónde pasaban las cosas generaba una libertad total al usuario. De las cadenas que suponía la instalación de software en tu computadora a sencillamente ese nuevo escenario en el que tu ordenador es sencillamente la ‘pantalla’ de algo que pasa en el servidor remoto de alguien. Ya no teníamos que descargar nada, todo sucedía en otro lugar. Así nacieron las redes sociales.
Ahora, otra nueva tecnología modifica el escenario. Todo es automático. Internet automático. Va sólo. El 90% de cuanto sucede ya no tiene que ver con nuestra acción o deseo. El big-data y otros aspectos ejecutan de modo determinante sin consultar. Este nuevo avance en Internet lo está cambiando todo.
En breve, aterrizando, la Internet de las Cosas. Mucho más allá que automatizar. Sencillamente un nuevo campo tecnológico dentro del concepto Internet que ha decidido que conectar personas está muy bien, pero que si te pones a conectar objetos el universo se amplía y facilita la vida.
Fintech: un cambio que afecta de lleno al sector financiero
El cambio es para todos y está bien que directivos de empresas y responsables políticos se apunten, aprendan o se asesoren. Esto va a ir cada vez más rápido. Por ejemplo en el campo de este espacio: el bancario. Ya pasó con la música, el retail, los viajes, la televisión, la prensa, el transporte de pasajeros, la producción de contenidos y ahora le toca a las finanzas. El nuevo agente de cambio y reordenación bancaria no es ninguna institución que agrupe cajas, nacionalice pérdidas o regule activos, en realidad se trata del llamado Fintech. Un cúmulo de nuevas startups que están cambiando el modo en el que los usuarios entendemos los servicios financieros a través de la tecnología. Sin duda será uno de los campos de desarrollo tecnológico más interesante en los próximos años en este sector. Si miramos la estructura del sistema financiero veremos que las grandes compañías tienen problemas para dar respuesta a los nuevos tiempos y a las demandas de un público con nuevos usos móviles, inmediatos y que no requieren intermediarios complejos.
La banca que no abrace este nuevo modelo estará perdida. Más de lo que parece. Cómo lo estuvieron otros sectores antes ante la llegada de una revolución disruptiva a su jardín. Si la prensa sigue buscando su ‘nuevo negocio’, la banca tendrá que hacerlo en breve, o por lo menos en parte. Esta ‘revolución fintech’ no va sólo de que los usuarios elijan sobre modos de pago o usos sino que trata de datos, de ofrecer productos con un grado de acierto y en eso, ahí, es donde la banca debería de ahondar, reduciendo además sus estructuras que, como demuestra el peso de lo inevitable, deberán hacer.
Siempre que una aplicación es capaz de hacer lo mismo, sin intermediarios y reduciendo la cadena de valor sobre lo que antes se hacía de otro modo, la industria que antes lo dominaba acaba cediendo. El éxito de las nuevas aplicaciones fintech se basará en el desarrollo de servicios que compitan contra las entidades financieras tradicionales a la vez que éstas puedan vender sus propias soluciones a las entidades de siempre. Es algo parecido a lo que pasó con los contenidos audiovisuales. Las plataformas que irrumpieron en los modelos de consumo han resultado ser ideales canales para las grandes productoras de siempre pero aceptando las nuevas reglas.
El futuro inmediato será, a todos los niveles, de quien abrace con entusiasmo los cambios, lo disruptivo y se rodee de quienes son capaces de imaginarlo, desarrollarlo y venderlo.
Marc Vidal