Hemos llegado a un punto en el que hasta molesta tener chatarra en la cartera. Ir al cajero es un engorro y llevar la billetera cargada cuando vamos a comprar algo más caro genera cierta inseguridad. La tarjeta abrió el camino y ahora su plástico se ha vuelto innecesario en un camino sin retorno hacia las transacciones digitales: más cómodas y más seguras.
El concepto de una tarjeta: ¿cómo se fía un negocio de que va a cobrar una compra?
Repasemos antes de nada el concepto de dinero. Desde su aparición hasta el patrón oro, una moneda valía lo que metal que la componía. El patrón oro (iniciado por Inglaterra en 1819) suponía confiar en que el valor de una moneda o un billete estaba respaldado por una cantidad de este metal. Y llegó 1971, cuando apareció el dinero fiat —o dinero por decreto—, que se basa en la confianza en el valor que indica una moneda o un billete.
En tiempos del dinero respaldado por oro, algunas compañías empezaron a distribuir vales —o tarjetas— a parte de su clientela. Combinaban la idea de una tarjeta de fidelidad con la posibilidad de fraccionar el pago de las compras en la propia compañía sin intereses.
Así ocurrió con la metal card, de Western Union, que fue lanzada en 1914 en Estados Unidos. Durante las décadas posteriores otras empresas principalmente, de combustible (General Petroleum Corporation) y aerolíneas (American Airlines) se sumaron a este movimiento.
Charga-Plate: una chapita que comprometía al cliente a pagar su compra
Charga-Plate se considera el prototipo sobre el que se asentó el concepto actual de tarjeta de crédito. Se trataba de una placa metálica pequeña fabricada en Boston por Farrington Manufacturing. Tenía grabado en relieve el nombre y dirección de su titular, por detrás llevaba un trozo de papel con su firma y se guardaba en una elegante funda de cuero.
La Charga-Plate se emitía para ser utilizada en un negocio concreto (las almacenaba el propio establecimiento) o en una red de tiendas que previamente se habían adherido a esta forma de pago. Fue toda una innovación para su época, pues aceleró el proceso de pago: se colocaba tras el recibo y los datos del titular se traspasaban a este con un tampón, sin necesidad de escribir nada a mano. Se utilizó en Estados Unidos desde 1935 hasta 1950 aproximadamente.
La primera cena donde se pensó en la primera tarjeta de crédito
Hasta 1949 numerosos negocios y cadenas comerciales se habían unido a aquel concepto embrionario de tarjeta de pago. Pero recordemos que solo se trataba de un instrumento que permitía posponer el pago en sus propias tiendas y que no existía la posibilidad de utilizar la misma tarjeta para pagar en diferentes establecimientos.
Todo cambió en una cena de negocios. Otoño de 1949. Una mesa bien servida en el 33 de la West 33rd Street de Nueva York y tres comensales de postín.
Major’s Cabin Grill era un restaurante asador de calidad: Fine food in a friendly atmosphere, que podríamos traducir como “buena comida en un ambiente agradable”. En esa atmósfera tan cordial y selecta se reunieron Frank McNamara, su abogado Ralph Schneider y Alfred Bloomingdale.
Se trataba de una reunión de negocios entre Frank y Alfred. Pero pongámonos en situación. Alfred era el heredero de la cadena de galerías comerciales de lujo Bloomingdale’s, que siguen existiendo en la actualidad en varias localizaciones de Estados Unidos. Frank era un conocido ejecutivo de la Hamilton Credit Corporation.
La primera tarjeta y el rescate de un anfitrión olvidadizo
Como buen anfitrión, Frank se disponía a pagar la cuenta cuando se dio cuenta de que había olvidado la cartera en casa. No se trataba de un despiste cualquiera. En esa charla probablemente habían discutido algún asunto económico relacionado con sus negocios y paradójicamente, ahora el bueno de Frank quedaba en evidencia, en una situación manifiestamente incómoda.
La mujer del protagonista pronto acudió al rescate al restaurante, billetera en mano, y el problema de liquidez quedó en una mera anécdota. Sin embargo, Frank no quedó convencido. En su cabeza empezó a rondar la idea de pagar en restaurantes sin llevar dinero encima.
La veracidad del episodio jamás se podrá demostrar, ni poner en entredicho. De todos modos, que así sucediera realmente en aquella cena o en cualquier otra es irrelevante. Porque la necesidad de un medio de pago alternativo ya estaba sobre la mesa, al igual que una billetera podía quedar olvidada en casa antes de acudir a un restaurante.
Club de cenadores: la era de las tarjetas de crédito
La idea que se fraguó en aquel Manhattan de mediados del siglo veinte combinaba la comodidad de pagar sin efectivo, el caché que ganarían sus portadores y la posibilidad de cobrar un tipo de interés junto con la agrupación de pago mensual.
McNamara cual comercial puerta fría recorrió los restaurantes de Manhattan promocionando su sistema de pagos. Al mismo tiempo numerosos ejecutivos abrazaron la idea de pagar sin preocuparse del efectivo. Estábamos en 1950 y los tres de la primera cena, junto con el productor televisivo Matty Simmons fundaban Diners’ Club. Arrancaba la industria de las tarjetas de crédito.
En solo un año la popularidad de la tarjeta era notoria. Todos hablaban de la nueva forma de pagar. 42 000 miembros la usaban en sus cenas y unos 330 restaurantes ya se habían suscrito a la red del club de cenadores.
Poco después llegaron las tarjetas de Carte Blanche y American Express. En 1958, entraron en juego las BankAmericard —las tarjetas de Bank of America—, que más tarde, en 1976, se renombraron como Visa. Y sus competidoras —las tarjetas Interbank—, que en 1969 pasaron a ser Master Charge y luego, en 1979, MasterCard.
Tarjeta de cargos y tarjeta de crédito: la diferencia
Es cierto que antes de Diners Club existía el pago con tarjeta. Pero aquellas tarjetas eran tarjetas de cargos, es decir, al utilizarlas el dinero salía de la cuenta de su titular directamente hacia el negocio; no participaba un tercero en la transacción, lo que significaba que los pagos con este formato estaban muy limitados.
Con la tarjeta de crédito de Diners club y las que aparecieron en años posteriores, existía un tercer actor, la compañía emisora de la tarjeta. Esta actuaba como pasarela entre el banco del titular de la tarjeta y el banco del negocio. Dicho mecanismo, lógicamente más avanzado, sigue existiendo en la actualidad. Por su servicio de canalización de dinero la compañía de la tarjeta se llevaba una pequeña comisión y otra por agrupar las compras de su titular y cargarlas en su cuenta una vez al mes.
Contactless: tarjetas invisibles
En 2012, llegaban a España las primeras tarjetas contactless. Se trataba de un chip NFC interno, insertado en el plástico, que permitía mandar la información al datáfono sin tocarlo, solo con aproximar la tarjeta. Poco a poco los nuevos TPV se fueron equipando con lector de NFC y para 2015 los españoles empezamos a acostumbrarnos a pagar por contactless.
La banda magnética ya se estaba reemplazando por un chip similar al de las tarjetas SIM de los móviles. El siguiente paso era el NFC. Pero la verdadera revolución llegó cuando el NFC se incorporó a los móviles, relojes y pulseras de actividad. Mediante acuerdo entre los bancos y los fabricantes de estos wearables la tarjeta dejaba de ser necesaria. Tan solo la necesitaríamos una vez, para identificarnos en la plataforma de pago de nuestro dispositivo.A pesar de los cambios tecnológicos acontecidos desde mediados del siglo pasado, la invención de McNamara sigue funcionando: una tercera empresa que canaliza el dinero desde el banco del usuario de la tarjeta —o del dispositivo con tecnología contactless— hacia el banco del negocio.
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