Se habla mucho de la adopción del vehículo eléctrico, pero no tanto de la evolución técnica imprescindible para que se lleve a cabo: la de la batería que lo alimenta. Las baterías están evolucionando con rapidez por la presión de la industria automovilística, pero también por la urgencia de los países y las empresas por descarbonizar el sector.
Gasolina en el siglo XX, baterías en el siglo XXI
Cuando la industria del automóvil empezó con su producción en masa allá por los años 40, encendió también la industria del petróleo, desde las refinerías hasta la distribución de la gasolina. Hoy, la industria del automóvil se reinventa y crea un nuevo orden mundial en base a su electrificación.
Muchos inversores entienden que la creciente demanda del vehículo eléctrico (VE) impulsa a los fabricantes de baterías y otras industrias relacionadas. Pero quizás no perciben con claridad la velocidad, amplitud y complejidad de la floreciente demanda global de baterías. La apuesta es que las baterías sean este siglo lo que la gasolina fue el siglo pasado.
Pero es que, además, la de las baterías no es una única industria, sino un mercado formado por varios sectores (minería, química, maquinaría, automoción…) que podría superar los 525.000 millones de dólares en 2040.
Baterías: fuerte impulso en los diez últimos años
La tecnología de las baterías lleva en el mercado más de dos siglos, pero ha acelerado en los últimos diez años. Básicamente gracias a Tesla. La firma estadounidense ha impulsado la adopción de los VE, lo que se ha traducido en más inversiones en la tecnología de las baterías, que ahora son más baratas y mejores.
Si en 2010 una batería para vehículo eléctrico costaba unos 1.100 dólares por kilovatio y hora (kWh), en 2022 tiene un coste aproximado de unos 110 dólares.
La adopción se ha acelerado por nuevas políticas medioambientales y la presión de la ESG, tras la pandemia. De hecho, la inversión en baterías es ahora entre 10 y 20 veces mayor que antes del Covid-19.
La tendencia en las nuevas baterías puede durar décadas
La evolución de las baterías no se prevé lineal. Más bien seguirá una evolución a saltos. Si la última década fue un poco la época de las pruebas, la actual puede que sea la del Salvaje Oeste, con una fuerte penetración de las baterías y del consecuente gasto en inversiones.
La siguiente evolución podría tener lugar hacia 2030 y estar marcada por la consolidación, la estandarización y la mercantilización. En esa época habrá previsiblemente jugadores bien capitalizados presionando a los líderes de hoy en día.
Si bien la industria automovilística lleva el mayor peso de la inversión por la revolución que supone para ella, las baterías tendrán aplicaciones en otros sectores como el Internet de las Cosas, la autonomía industrial, la robótica o la defensa.
Cuidado con los puntos ciegos
La industria del futuro tiene que superar los retos de un posible exceso de inversión, la balcanización del negocio de las baterías, la integración vertical o el riesgo de obsolescencia hasta que se llegue a la fase de producción. Por ejemplo, no es descartable que las actuales baterías de litio sean reemplazadas por otras tecnologías.
En conclusión, son las baterías las que mueven la industria de los vehículos eléctricos y las que posiblemente se beneficiarán de las mejoras tecnológicas que vengan gracias a las inversiones de empresas y de los gobiernos. Así, la economía de las baterías puede marcar un nuevo orden industrial.
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