El auge de los coches híbridos y de los eléctricos “puros”, con Tesla a la cabeza, ha propiciado el desarrollo de esta tecnología, aumentando las prestaciones de los vehículos y la capacidad de las baterías, capaces ya de rodar cientos de kilómetros con cada recarga.
Los vehículos eléctricos son más ecológicos que sus homólogos diésel o de gasolina, y su coste por kilómetro recorrido es relativamente bajo. Como contrapartida, resultan más caros, si bien hoy en día se pueden encontrar automóviles eléctricos por precios similares a los movidos por combustibles fósiles (gracias también a las subvenciones que tienen).
Sin embargo, los vehículos eléctricos todavía presentan dos problemas relacionados con sus baterías: su autonomía todavía no es comparable a la de los motores de combustión y, sobre todo, el tiempo de recarga es demasiado largo: entre 8 y 12 horas en una toma de corriente convencional (como las que hay habitualmente en las casas), y entre media y una hora, para una recarga del 80% en una estación de recarga rápida (de las que todavía hay pocas), a 43 kW.
Qué son las pilas de hidrógeno
En este momento en el que países como Estados Unidos buscan la independencia energética (a base de producir mediante el fracking), existe una prometedora alternativa al petróleo y sus derivados: las pilas de hidrógeno. El hidrógeno es un elemento muy abundante en la naturaleza. La única pega es que no es fácil de obtener, sino que requiere de alguna reacción química.
En el caso de los motores movidos por esta tecnología, el hidrógeno se bombea desde el tanque hasta la pila de combustible, donde se mezcla con el oxígeno del aire. La reacción en la pila genera una corriente eléctrica, que pasa a través de un transformador al motor, que acciona las ruedas. La energía sobrante se puede acumular en una batería.
Cómo se encuentra esta tecnología
El sistema sólo emite agua como desecho (aunque algunos señalan que la propia producción de hidrógeno puede ser contaminante), y proporciona otras ventajas que subsanan los inconvenientes de los vehículos eléctricos “tradicionales”: se recarga en poco tiempo (en menos de cinco minutos, como un automóvil diésel o de gasolina) y su autonomía también es ya equiparable a la de los vehículos actuales, superando los 500 kilómetros.
Actualmente, diversos grupos automovilístico están desarrollando la pila de hidrógeno, entre los que destacan los japoneses Toyota y Honda, que ya tienen en el mercado el Mirai y el FCX Clarity, respectivamente, y el fabricante coreano Hyundai, con su ix35 Fuel Cell, mientras que otros, como General Motors, Mercedes y BMW, están cerca de sacar sus prototipos.
De momento, son vehículos demasiado caros, por encima de los 60.000 euros, lastrados por su producción a pequeña escala. Al igual que ocurrió con los eléctricos a batería, cabe esperar que cuando se aumente su producción y entren más fabricantes generalistas al mercado, el precio se abarate.
Además, todavía no son viables, al no existir una estructura de “hidrogeneras”, el equivalente a las gasolineras para este tipo de vehículos
Cuál es la previsión de las empresas que la desarrollan
En el Foro de Davos, trece multinacionales presentaron el llamado Consejo del Hidrógeno para promover la transición energética hacia esta tecnología, anunciando la inversión de 1.400 millones de euros anuales.
Las compañías que componen este Consejo son potentes multinacionales, algunas relacionadas con la industria de los gases, como Air Liquide, otras con la energía, como Alstom (también involucrada en la industria del transporte), Engie, Shell o Total, y otras de la industria del motor, como BMW, Daimler, Honda, Hyundai, Kawasaki, o Toyota.
Valoración de dichas acciones como inversión a medio y largo plazo
Los vehículos eléctricos “convencionales” ya son una realidad, cada vez más asentada, y en los próximos años, con el desarrollo de nuevas baterías con más autonomía, y con sistemas de carga más rápidos, posiblemente se extiendan aún más.
Aunque siempre ha habido coches eléctricos, ya desde el siglo XIX, es ahora cuando parece que han cogido fuerza y vienen para quedarse.
El asentamiento de esta tecnología ha llevado varios años. Su vehículo más vendido, el Nissan Leaf, lleva en el mercado desde 2010, y aunque las ventas de vehículos eléctricos han crecido bastante, todavía están a años luz de las de los coches con combustibles fósiles. No obstante, la madurez está llegando a este sistema con vehículos que pronto superarán los 500 kilómetros de autonomía (aunque su punto débil todavía seguirá siendo el tiempo de recarga).
En el caso de los automóviles con pilas de hidrógeno, es de esperar un esquema similar. Cuando la tecnología se desarrolle un poco más y se abaraten los precios, tanto de los vehículos como del combustible, comenzará a despegar. Esto propiciará un aumento de la producción, que contribuirá todavía más a que bajen los precios y se mejoren los productos, y a la expansión de las hidrogeneras.
Pero todo esto llevará años. Alguno de los implicados, como General Motors, cifra en el año 2025 la fecha en la que la pila de hidrógeno puede empezar a ser competitiva. No falta demasiado tiempo (si aciertan en sus previsiones), pero tampoco es el futuro inmediato.
En este sentido, es parecido al grafeno, un material de futuro con multitud de propiedades interesantes para la industria: fuerte, ligero, con una gran conductividad… Invertir en grafeno puede ser una gran idea, pero es algo a medio-largo plazo.
Por eso, hoy en día es posible “apostar” por el hidrógeno, invirtiendo en compañías como las citadas anteriormente… pero sabiendo que es una inversión a largo plazo, y en algo todavía no consolidado. También será posible en el futuro, cuando se desarrolle un poco más esta tecnología, invertir en esta materia prima a través de ETF.
La parte positiva es que todas esas compañías son potentes empresas que cuentan ya con un negocio consolidado en otras áreas y que no dependen de su desarrollo para obtener sus beneficios. Pero, si les va bien, pueden obtener grandes rendimientos.
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