En 1970 en el pequeño país asiático de Bután, el Rey del país tomó una decisión sin precedentes. La economía de Bután no progresaba adecuadamente y todos los típicos indicadores económicos nacionales como el producto interior bruto, la tasa de desempleo, etc. dibujaban un panorama desolador. El Rey decretó que a partir de ese momento el progreso de Bután se mediría según un Índice de Felicidad Nacional Bruta.
La decisión fue considerada por muchos como terriblemente estrambótica y totalmente fuera de lugar. Sin embargo a lo largo de las siguientes décadas el estudio del impacto económico en relación al nivel de felicidad de los ciudadanos no ha hecho más que incrementar.
Desde tiempos de Adam Smith, considerado por muchos como el padre de la ciencia económica, la riqueza de una nación se ha considerado como uno de los factores fundamentales del progreso nacional. Puesto que el dinero es algo asociado a una cantidad y por tanto es relativamente fácil de medir, los economistas se han centrado en medir parámetros como el producto interior bruto. Igualmente han dirigido su atención a aspectos fácilmente cuantificables como la tasa de desempleo, la esperanza de vida, etc.
Sin embargo la idea de que la relación entre progreso y felicidad es importante es al menos tan antigua como los países modernos. En 1776 Thomas Jefferson, uno de los padres fundadores de Estados Unidos, hablaba de que los americanos tenían derecho no sólo a la vida y la libertad, sino también a la “búsqueda de la felicidad” (pursuit of happiness). Igualmente Jeremy Bentham, el filósofo inglés utilitarista del S. XIX, hablaba de “perseguir la mayor felicidad para el mayor número de personas”.
Sea como sea, los resultados parecen indicar que la política de Bután de perseguir una mayor Felicidad Nacional Bruta ha dado sus frutos. La economía de Bután ha crecido de manera espectacular en las últimas décadas, a la vez que seguía aumentando su Índice Nacional de Felicidad. Algunas de las medidas que se tomaron para mantener la felicidad nacional fueron leyes como que el 60% del país debería permanecer cubierto de bosques, a la vez que se aplicaban importantes restricciones sobre el turismo.
La Economía y Psicología, cada vez más cerca
En las últimas décadas se ha producido una vinculación importante en algunas ramas de la ciencia económica con la psicología. Tenemos como ejemplo la multitud de departamentos de Economía Conductual en la mayoría de universidades de prestigio, así como el hecho de que uno de los premios nóbeles de economía más influyentes ha sido Daniel Kahneman, psicólogo de profesión.
El estudio de los aspectos psicológicos y sus implicaciones en la economía han terminado influenciando muchas políticas a nivel mundial, hasta el punto de llegarse a hablar de Happynomics, refiriéndose al estudio de la vinculación entre economía y felicidad.
¿Cómo medir lo etéreo?
Sin duda, uno de los retos más grandes de los defensores de este tipo de estudios tiene que ver con la dificultad de medir aspectos de naturaleza intangible, como la felicidad. Aunque los economistas siguen desarrollando indicadores, hasta el momento la métrica más prestigiosa desarrollada es el Happy Planet Index de la New Economics Foundation.
Peligros
El auge de la Economía de la Felicidad ha suscitado también un movimiento en su contra. Si bien es evidente que la felicidad es un objetivo noble de cualquier nación, no puede estar por encima de cualquier cosa. En 1990 Bután expulsó a más de 100.000 habitantes que no pertenecían a la etnia principal del país. El índice de felicidad de los ciudadanos restantes aumentó (según sus propias mediciones), a expensas de la violación de los derechos humanos. La riqueza de una nación no es el único parámetro importante en la vida, pero tampoco lo es la felicidad.