La sostenibilidad es el concepto de moda. La preocupación por el medio ambiente, por la sociedad y por la gobernanza de las empresas ha crecido en los últimos años entre otras cosas por el incremento desmedido de la contaminación en las ciudades y su incidencia en la salud de los ciudadanos.
Y si esto sucede a nivel ‘macro’, en el ‘micro’, es decir, en el personal, los ciudadanos cada vez apuestan más por introducir la sostenibilidad en su vida. Ya no solo reciclando, sino también apostando por un modo de vida acorde con esta tendencia. Esto supone un incremento del consumo de productos que no dañen al medio ambiente y cuyo origen sea 100% natural, o al menos lo máximo posible, tanto en la alimentación como en la ropa.
Ahora comemos menos productos procesados y apostamos más por el cultivo ecológico, como se desprende de las últimas cifras publicadas al respecto, pues el consumo de productos de este tipo aumentó un 14% en 2017, según la consultora Kantar Worldpanel. Igual sucede con la moda, donde se ha desatado un movimiento imparable para que las marcas apuesten por tejidos más sostenibles y de origen orgánico, pues esta industria es ya la segunda más contaminante del mundo.
Así, ante esta eclosión sostenible, hay pocos ámbitos que se queden al margen. Y el de las finanzas no es uno de ellos. Porque ahora es posible seguir un modelo financiero sostenible que también tenga repercusión en el medio ambiente.
Ahorrar sin dañar al medio ambiente
Aunque muchos seguramente estén conociendo este concepto ahora, las finanzas sostenibles son algo que está cada vez más presente en el sistema financiero mundial. De hecho, la UE el pasado año presentó una hoja de ruta para construir un sistema económico en la región que permita alcanzar los objetivos sobre el clima que se incluyen en el Acuerdo de París. Este plan se formuló basándose en las recomendaciones de un grupo de expertos sobre finanzas sostenibles que recomiendan, entre otras cosas, en qué serie de proyectos deberían invertir los ciudadanos para colaborar en esos objetivos climáticos o crear una serie de etiquetas para certificar los productos financieros sostenibles.
En concreto, las finanzas sostenibles tienen como fin ayudar a que el medio ambiente no se dañe y a evitar malas prácticas empresariales. Todo ello a través de nuestras decisiones de inversión o de ahorro. Pero también se incluyen en este concepto los temas relacionados con la sociedad, ya que este tipo de economía ayuda a fomentar la igualdad y la inclusión social.
Así, el sistema financiero está trabajando para incluir la sostenibilidad en su modo de funcionamiento y es el encargado de divulgar este nuevo método. La manera de hacerlo es inculcando nuevos principios sostenibles al ahorro de sus clientes, es decir, recomendando y ofreciendo productos financieros que vayan en línea con esa sostenibilidad.
Hablamos, por ejemplo, de fomentar la inversión en proyectos y negocios sostenibles, como las compañías de energías renovables. Este sector probablemente será uno de los más pujantes en los mercados en poco tiempo, ya que los países cada vez apuestan más por ellas para cubrir los servicios de la población.
Igualmente, el sistema trabaja para que las inversiones sean más equilibradas y contribuyan al bienestar de la sociedad. Al final, eso también implica sostenibilidad, pues favorece que los ciudadanos tengan las mejores condiciones de vida posibles y, sobre todo, de forma más igualitaria. Se traduce en apoyar proyectos que aborden temas de desigualdad y solidaridad, como ‘startups’ o proyectos de emprendedores que vayan dirigidos a mejorar la vida de las personas.
Por otro lado, las empresas y negocios deberían apostar por reconducir sus objetivos y que estos también ayuden a la sociedad y el medio ambiente. Además, otra meta es que los países y, el sistema económico en su conjunto, dependa menos de combustibles y energías contaminantes. Porque, sin energía, el sistema no funciona, pero el interés se centra ahora en que ésta proceda de fuentes menos dañinas.
Y, por último, pero no menos importante: transparencia. Cuanto más claro sea el sistema financiero y mejor se conozcan los proyectos y herramientas de inversión, más fácil será para la gente adentrarse en este universo y menos situaciones injustas se crearán. La letra pequeña ha de hacerse grande y fomentar que los productos financieros sean transparentes y accesibles al público.
¿En qué se está avanzando?
Por el momento, los pasos que se van dando son pequeños, pero firmes. Hay un compromiso a nivel europeo respaldado por una normativa y unos objetivos climáticos ineludibles. Por ello, los cambios en el sistema financiero se irán viendo a medio y largo plazo.
Lo primero y básico que se está poniendo en marcha es ese etiquetado sostenible -similar al que llevan los productos alimenticios- que distinga los productos financieros respetuosos con el medio de los que no lo son. Esto garantiza la transparencia del sistema y que los inversores conozcan dónde están metiendo su dinero.
Esa mayor transparencia trasladará al público los riesgos que una inversión tiene para el medio ambiente, algo fundamental porque a día de hoy todavía no se sabe con suficiente claridad si las inversiones tienen un impacto negativo o no.
Las bases están sentadas; ahora solo falta que ese nuevo sistema económico comience a levantarse, un nuevo sistema que tendrá a la sostenibilidad como guía y que intentará ser más democrático, inclusivo y responsable.
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