«Pagaré en oro, o no pagaré nada.» Napoleón Bonaparte
La actual crisis económica, cuyo comienzo oficial se fecha en la caída de Lehman Brothers el 15 de septiembre de 2008, pero que algunos situamos más de 40 años atrás, ha puesto de manifiesto la insostenibilidad de un sistema económico fundado sobre dos características que nunca antes en la historia se habían dado de forma conjunta: la ausencia de una reserva de valor para la moneda y el aumento constante del crédito.
Intentos de desligar la moneda del sustento que le dio vida ha habido varios a lo largo de la historia; quizá el primero y más famoso (por sus nefastas consecuencias) es el debido a John Law en la Francia de la regencia de Felipe de Orleans. Tras la muerte del Rey Sol en septiembre de 1715, las deudas asolaban a una Francia arruinada por la guerra de sucesión española. Ya sólo el título de la obra magna del economista escocés debió seducir al regente: Money and Trade Considered with a Proposal for Supplying the Nation with Money. Lo que Law propuso al regente de Francia fue sustituir la base metálica de su moneda por una de deuda pública emitida por un banco central.
La Compañía del Mississippi, fundada por Law en 1717, se hizo sucesivamente con el monopolio de la Luisiana francesa (aproximadamente un cuarto del territorio norteamericano), con la recaudación de los impuestos y con el total de la deuda pública, que transformó en obligaciones convertibles. Su último hito fue hacerse con la Banque Royale en 1720, que presidía él mismo mientras ejercía como ministro de finanzas para controlar de ese modo los tres pilares básicos de la economía francesa: el comercio exterior, la moneda y los impuestos. La esperanza en un futuro de prosperidad derivado del oro de Luisiana condujo a la gente a pedir más y más acciones de la Mississippi, que Law entregaba con pasión junto con dividendos, provenientes de las ventas de esas nuevas acciones y no de un rendimiento comercial que en ningún caso se produciría hasta años más tarde. Cuando algunos tenedores intentaron hacer valer sus derechos, Law mandó imprimir más billetes, al tiempo que el regente, sin el conocimiento del escocés, emitió papel moneda por el equivalente del PIB de entonces. La velocidad de caída del precio de las acciones era mayor que la velocidad de emisión; se vendían al descuento contra la moneda metálica. El pánico se apoderó del gobierno, que compró acciones por cuenta de las Pensiones del Estado. Como suele ocurrir, quienes pudieron (en general, los más pudientes) acumularon oro y plata; el gobierno lo confiscó. La gente llegó a concentrarse por miles a las puertas de la Mississippi, reclamando el oro que teóricamente garantizaban los billetes; no había sin embargo oro suficiente. En poco tiempo, tanto los billetes de la Banque Royale como las acciones de la Compañía del Mississippi pasaron a no valer nada. Law tuvo que abandonar Francia ese mismo año, refugiándose en Venecia. En 1722 la deuda pública francesa era mayor que en 1718 y en 1726 el gobierno tomó la decisión de reestructurarla, un reconocimiento tácito de quiebra. Estas actuaciones de Law, impulsor primigenio de la demanda agregada a través de la manipulación de expectativas y la oferta monetaria, lo sitúan como economista proto-keynesiano, en acertadas palabras de Murphy y Rothbard.
Del incremento del crédito hablan por sí solas las cifras de estos últimos cuarenta años. Si en 2009 el volumen negociado diariamente en los mercados de derivados sobre el tipo de cambio no alcanzaba los 500.000 millones, entre abril de 2010 y 2013 pasaba de los 4 billones de dólares a los 5,3 billones (millones de millones). En cuanto a las reservas de divisas, sin contar el oro, su aumento entre 1949 y 1969 fue del 55%. Entre 1969 y 2000, su incremento fue del 2000%, acompañado del crecimiento de la oferta monetaria. Pero si ese año 2000 las reservas ascendían a 2 billones de dólares, en 2013 excedían los 11.5 billones, de los que aproximadamente 3.8 (un tercio) se encontraban en poder de China, y otro tercio más en el resto de países emergentes. En sólo once años, China ha pasado de unas reservas de 168.300 millones de dólares a los indicados 3,8 billones.
La políticas de expansión de la oferta monetaria de los bancos centrales (QEs o cualesquiera otras) han expandido los balances de los bancos centrales fuera de toda razón, ayudando casi exclusivamente a los mercados financieros: el DJ500 se ha más que doblado en 2009; Abenomics ha multiplicado por 1.4 el Nikkei 225 desde agosto de 2012, momento en el que se encontraba por debajo de los niveles de 2009; el bono a 10 años USA rinde 3 veces menos que su media histórica de los últimos 100 años; y el índice de precios de alimentos de la FAO ha aumentado un 92% en los últimos 10 años, efecto de la acumulación del exceso de liquidez en busca de rendimientos excepcionales. La búsqueda de la igualdad que tantos plantean como objetivo es inalcanzable mientras ellos mismos sigan exigiendo el bombardeo de las políticas de oferta agresivas al máximo.
La respuesta del sistema monetario a la incapacidad de las políticas económicas basadas exclusivamente en la promoción del consumo como falso fetiche del crecimiento ha sido generar más inestabilidad y más riesgo. Tipos cero cuando no negativos, ofertas monetarias crecientes, instrumentos de medición obsoletos… La combinación de la moneda fiat y el crédito hacen que la única salida de la crisis sea una nueva burbuja a la que seguirá el consiguiente pinchazo.
Sin el cinturón que supone la combinación de un patrón oro con un coeficiente de caja del 100% la expansión del crédito es inagotable. Bretton Woods no era la panacea, ni mucho menos, pero hubiese impedido una situación como la actual. En el sistema clásico, las reservas de oro se hubiesen agotado mucho antes de la situación actual, con la consiguiente y necesaria actuación. Su retorno es inexcusable.