Hace ya poco más de un año que Donald Trump ganó las elecciones a la Presidencia de los EEUU sin que haya conseguido aplicar en ese período ni una sola de sus grandes promesas electorales, ya fueran éstas puramente políticas -como la prohibición de entrar en EEUU a quienes procedieran de un grupo de países que él consideraba peligrosos, o la construcción de un muro en la frontera con México- estrictamente económicas, o las que se podría considerar que tienen una componente mitad político/ideológica y mitad económica, como la derogación de la reforma sanitaria que había promovido el anterior Presidente, Obama, conocida popularmente como Obamacare.
Entre esas medidas económicas anunciadas había alguna que formaba parte de su propio programa y otras del programa del partido Republicano y, tomadas conjuntamente, se pueden resumir en tres grandes líneas:
- Una gran reforma fiscal.
- La implantación de un arancel del 20% a las importaciones que se hicieran en EEUU desde otros países.
- Un gran programa de restauración de las infraestructuras norteamericanas (autopistas, puentes, etc.) ya muy deterioradas.
Pues bien, a estas alturas, y debido en parte a la complejidad de la tarea y en parte a las diferencias que Trump mantiene con su propio partido, el Republicano, solo le ha sido posible hacer prosperar en el Congreso de EEUU una versión descafeinada de la derogación de la reforma sanitaria de Obama, que pretendía una asistencia sanitaria universal.
Las otras grandes propuestas económicas siguen o bien estancadas en el Congreso por falta de acuerdo o bien ni siquiera se ha iniciado el procedimiento para ponerlas en marcha.
A pesar de eso, ha sido curioso comprobar cómo los mercados financieros y las grandes masas del ahorro mundial se han comportado como si ya estuvieran no solo aprobadas, sino aplicadas en todo o en parte. Esta es una de las cosas llamativas que tienen los mercados: a veces descuentan o anticipan lo que va a suceder en el futuro y se frustran cuando esas expectativas no se cumplen y, en cambio, en otras ocasiones, aunque los hechos que se han dado por descontado que se producirán no se produzcan la decepción es nula y lo conquistado por ellos (por ejemplo, la subida de las Bolsas) ya no tiene marcha atrás.
Programa expansivo de Trump
Y es que se suponía que las medidas de política económica que se planteaba Donald Trump harían crecer más rápidamente a la economía norteamericana y, por ende, a la economía mundial. Pero ese crecimiento se está produciendo sin esperar a que esas medidas se aprueben y se apliquen.
Solo había un elemento muy peligroso en las políticas de Donald Trump y era ese arancel del 20% (llamado “impuesto ajustado en frontera” o “border adjusted tax”) previsto aplicar a las importaciones como medida de defensa de la producción que se lleva a cabo en suelo norteamericano. Se temía que pudiera provocar una guerra comercial con China y/o con la Unión Europea y que eso produjera, como en los años 1930s, un retroceso importante del comercio mundial, con el consiguiente impacto recesivo en la mayoría de los países.
Pues bien, ese impuesto ni se ha aplicado ni tiene visos, por ahora, de que vaya a implantarse. La retórica contra China y Alemania prácticamente ha desaparecido de los discursos de Donald Trump y el peligro de guerra comercial parece haberse alejado si es que no ha desaparecido.
En cambio, sí que ha tenido lugar una decisión muy importante, justo coincidiendo con el relevo de Janet Yellen como Presidenta del Banco de la Reserva Federal (el equivalente en EEUU al Banco central Europeo). Una decisión que no estaba en el programa electoral pero que el puro transcurso del tiempo y el fin de su mandato hacía inevitable que se produjera.
Las decisiones de Donald Trump y el impacto sobre el ahorro en España
Esa decisión de nombrar al frente de la reserva Federal a lo que coloquialmente se llama en los mercados financieros un “halcón” o a “una paloma” lleva asociada una expectativa de que los tipos de interés de corto plazo subirán, respectivamente, con mayor rapidez o no. El que la persona finalmente nombrada haya sido Jerome Powell hace pensar que los tipos de interés subirán lentamente y dando prioridad al crecimiento económico sobre la prevención del riesgo de que suba la inflación más de la cuenta.
Hubiera sido casi impensable que Trump hubiera nombrado a un halcón, partidario de subir mucho los tipos de interés: él se ha dedicado siempre al negocio de la promoción inmobiliaria y, al fin y al cabo, si hay algo que un promotor inmobiliario aborrece es la subida de los tipos de interés. La renovación en el cargo y el nombramiento próximo de tres personas más para el consejo de gobierno de la Reserva Federal apunta en la misma dirección: los tipos de interés subirán lentamente.
Y eso, ¿qué implicaciones tiene? La más importante de todas es que con esa situación (y visto lo que ha sucedido tradicionalmente) la economía norteamericana podría prolongar este período expansivo ya muy largo y la probabilidad de que sus Bolsas sigan subiendo.
¿Bolsas que suben aún más? Es lo más probable a pesar de que la valoración de las bolsas de EEUU hace que sea ya muy peligroso invertir en ellas: hay un criterio del famoso inversor norteamericano Warren Buffet que dice que cuando la capitalización bursátil supera el PIB del país lo mejor es dejar la Bolsa. Pues bien, ahora en EEUU la Bolsa ya equivale al 123% del PIB, casi tanto como cuando en el año 2000 estalló la burbuja tecnológica.
De ahí que la situación sea de alto riesgo y que ese riesgo pudiera terminar materializándose más en forma de un crac, como en 1987, que con un caída lenta de las cotizaciones. Si ese crac eventualmente provocado por algún hecho súbito e inesperado tuviera lugar, las demás Bolsas, entre ellas la española con su IBEX 35, se vería arrastrada en la caída. Si no, lo normal es que sigan subiendo.
Esa política de tipos de interés bajos en EEUU se combinará con una situación muy parecida en Europa, por lo que la rentabilidad de los depósitos en los bancos o de la deuda pública española y europea hasta los cinco años será nula o negativa. Es decir, prohibitiva y prohibida para un ahorrador individual.
Probablemente, y para evitar esa guerra comercial aludida más arriba, el tipo de cambio del euro contra el dólar seguirá subiendo, tal y como lo ha venido haciendo desde finales de 2016 (de 1,03 a 1,16). Hay que pensar que un dólar débil favorece las exportaciones norteamericanas y fortalece sus Bolsas ya que el dinero que las empresas de EEUU ganan en el extranjero al pasarlo a dólares aumenta el beneficio empresarial.
De modo que las alternativas para el ahorro conservador siguen siendo igual de poco apetecibles que ya lo eran cuando Trump accedió a la Presidencia: rentabilidad nula o casi nula para los depósitos y la deuda pública a corto y medio plazo. Mucho más halagüeñas son para quienes invierten en Bolsa y son capaces, por tanto, de asumir riesgos elevados. La ausencia de inflación en al menos uno o dos años más hacen la inversión en renta fija a largo plazo algo más atractiva aunque probablemente sin compensar los riesgos de que esa inflación se presentara de manera inesperada y que hiciera subir los tipos de largo plazo más deprisa de lo esperado, con lo que las magras rentabilidades del largo plazo (p.e.1,5% para la deuda pública española a diez años) proporcionarían un colchón insuficiente para absorber las pérdidas que se producirían en las carteras ya constituidas.
Es el signo de nuestro tiempo: la práctica nula rentabilidad nominal del ahorro. Menos mal que la inflación tampoco deteriora demasiado la rentabilidad real, que resulta de restar ambas.