El efecto rebaño

¿Cuántas veces hemos visto una cafetería atestada de gente esperando a coger mesa cuando, justo al lado, había otra cafetería prácticamente vacía y con mesas visiblemente libres? Es posible que el servicio en el primer local sea mejor que en el segundo, pero también es seguro que un factor muy básico está actuando sobre los apretados clientes: el efecto rebaño.

Tenemos tendencia natural a hacer lo que hacen otros. Por defecto, tendemos a repetir las conductas de otros. Solemos ir “donde va Vicente”… Pero, por muy ridículo que parezca así dicho, esta tendencia es un residuo evolutivo, una ventaja que hemos desarrollado con el tiempo y que tiene una función muy clara: la supervivencia del grupo. Si todos los miembros de un grupo actúan de la misma manera, este se vuelve más fuerte y eficiente. El grupo, por tanto, proporciona protección al individuo, pero a cambio condiciona fuertemente su forma de pensar, sentir y actuar.

Veámoslo claramente en el siguiente experimento real: Se tendieron dos cuerdas de distinta longitud sobre el suelo. Se les pidió entonces a distintos sujetos que señalaran la cuerda de mayor longitud. Algunos de ellos eran sujetos “de control”, es decir, se había pactado previamente con ellos que señalaran como la cuerda de mayor longitud la que de hecho era más corta. Otros eran sujetos “experimentales”, es decir, no sabían nada sobre la prueba. Cuando, estando todos ellos presentes, se les pidió que entre todos decidieran qué cuerda era la de mayor longitud, los segundos comenzaron señalando la que de verdad era más larga. Ante la insistencia de los sujetos de control, comenzaron a manifestar ciertas dudas hasta que, finalmente, terminaron por negar lo innegable y acabaron afirmando que la cuerda de mayor longitud era de hecho la que en realidad menor longitud tenía.

Tal es la influencia del grupo sobre el individuo, que llega a afectar al sano juicio y su percepción. El efecto rebaño es una tendencia férreamente grabada en nuestros genes, de la que nos resulta muy difícil escapar.

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De la misma forma funciona el efecto rebaño en los mercados financieros: tendemos a comprar cuando todo el mundo compra y a vender cuando todo el mundo vende, viendo en muchos casos empañada nuestra capacidad para realizar un análisis realista de la situación.

Esto lo que provoca es que, ante una determinada noticia o dato, los mercados reaccionen en ocasiones de forma brusca y desproporcionada, sin ajuste objetivo a la situación real. Esto ocurre precisamente porque todos los agentes deciden comprar o vender a la vez. Inundados por el pánico o la euforia, los agentes actúan todos al unísono y todos en la misma dirección: la compra o la venta. Resulta muy difícil no entrar en el mercado cuando todo sube o no salir de él cuando todo baja. Resulta muy difícil, de nuevo, no hacer lo que hacen los demás.

Ganar en bolsa, como en cualquier otra transacción, se trata a fin de cuentas de comprar barato y vender caro, y en ocasiones el efecto rebaño es el que nos impide llevar a cabo esta tarea, empujándonos precisamente a lo contrario: comprar caro y vender barato, sufriendo pérdidas en las operaciones.

Mantener la calma, no dejarnos llevar por el miedo o la euforia (cuidado con el alarmismo de algunos medios) y realizar un análisis lo más objetivo y realista posible de los datos con los que contamos puede ayudarnos a escapar del efecto rebaño, y encontrar oportunidades reales de inversión, o una cafetería cómoda con atención y menú de calidad. Se requiere además valentía para nadar contracorriente en momentos difíciles, y aplomo para hacerlo en momentos de bonanza. No parece fácil.