Vivimos en una economía y sociedad que se mueven rápido y requieren adaptación. En perspectiva histórica no es necesariamente la época más convulsa ni más dura. Sí es una de las más complejas por la proliferación de información y de acontecimientos inesperados. Aún no hemos dejado atrás la pandemia y nos encontramos con que el mayor riesgo geopolítico que se consideraba a principios de año se ha materializado. La invasión de Ucrania es una desgracia histórica y humana con consecuencias económicas globales. Todo ello sin tener en cuenta que su desenlace y dimensiones finales son aún inciertos.
Llueve sobre mojado
En términos económicos, llueve sobre mojado. Ya en el mes de enero había presiones inflacionarias importantes y la incidencia de la variante Omicrón del coronavirus ponía las cosas aún peor. A pesar de ello, se consideraba que los problemas de subidas de precios y de cadenas de suministros eran temporales y que, con la llegada de la primavera, comenzaría a remitir. En suma, las previsiones económicas eran halagüeñas para 2022. En España, se estimaba una subida del PIB en el entorno del 6% para el promedio de los analistas. Unos pocos meses después, siguen siendo previsiones de un crecimiento considerable, pero se han recortado más de un punto. Es muy probable que esta rebaja de expectativas continúe. La invasión de Ucrania ha añadido imprevisibilidad a la inflación.
Asimismo, la impactante serie de imágenes y daños que deja la guerra no está dejando que se observen tendencias que siguen siendo preocupantes. Entre otras, el nuevo rebrote del virus en Asia y, en particular, en China. La apuesta por medidas cero covid frente a estrategias de vacunación parece fallida. No se puede afirmar, por tanto, que la crisis del coronavirus quede atrás. Desde luego, no en una perspectiva internacional. Esto se ha unido a los problemas de suministros en energía y materias primas y ha relanzado aún más una inflación de costes, contra la cual los bancos centrales tienen muy difícil actuar.
Antes, durante y después de la crisis
Lo que está sucediendo obliga, una vez más, a plantearse el antes, el durante y el después de esta crisis. Respecto al pasado más próximo, no es un cisne negro porque muchos la preveían. Simplemente, no se ha evitado o no se ha podido evitar. En cuanto al presente, los costes están siendo significativos y obligando, una vez más, a un esfuerzo fiscal importante para paliarlos.
El encarecimiento de la energía y la falta de suministros se han convertido en un quebradero de cabeza para transportistas y sectores como la agricultura y la pesca en países como España, que dependen de un coste asumible de la energía. Se ha generado tensión y malestar social. Para los próximos meses, con la gravedad que han alcanzado los problemas de inflación y de suministros, una respuesta gradual no parece suficiente.
Si la guerra se alarga, surgen dos escenarios. Por un lado, las medidas adoptadas pueden hacer que la economía se “acomode”, no sin importantes esfuerzos. Por otro lado, sin embargo, es posible que estos costes sean difíciles de asumir a medio plazo. Todo depende de qué ejerza más presión, las sanciones impuestas a Rusia o el coste global (particularmente para la UE) de los desajustes producidos por el conflicto.
El coste de las sanciones para Rusia
Las medidas de sanción a Rusia no han tenido precedentes. Son duras, sin paliativos y están haciendo mella importante en el sistema productivo y financiero ruso, con no pocas distorsiones para el ciudadano. Destacan las restricciones sobre los activos de su banco central, realizados de forma temprana, imprescindibles en la financiación de su economía y en funcionamiento de su gobierno. También la retirada del acceso al sistema SWIFT, de grandes pagos mayoristas.
Sin embargo, este tipo de medidas conceden también un cierto papel a China, tanto en su papel de financiadora de Rusia, como elevando su relevancia financiera y monetaria internacional embarcando a Rusia en sus sistemas de pagos, CIPS. El ruso de a pie nota las sanciones en la falta de suministros y en las dificultades para acceder a su propio dinero, tanto en cajeros automáticos como en pagos minoristas: Visa, Mastercard y American Express han dejado de operar en territorio ruso y no es posible utilizar en el extranjero cualquier tarjeta emitida en Rusia. ¿Cuánto aguantarán las empresas, los oligarcas y todos los ciudadanos rusos esta situación financiera?
Efectos colaterales de las sanciones sobre Rusia
Lejos de lo que pueda pensarse, los efectos para la UE no son fácilmente transitorios. Lanzar sanciones tiene cierta vuelta de bumerán. Se han producido ya varias caídas importantes en las bolsas. La evolución de los precios de la energía no está ayudando tampoco. El petróleo sigue en cifras récord y llenar el depósito ya supone un coste añadido de primera magnitud en los países dependientes de esta fuente de energía, España incluida. En nuestro país se han arbitrado medidas, con cierta lentitud, pero, finalmente, con contundencia. El problema es que tienen un coste tan elevado que no podrían mantenerse más allá de un escenario coyuntural. Y, si la crisis se prolonga, ese coste fiscal es difícilmente asumible. La deuda española crece y crece y el margen fiscal no es infinito.
Entre los riesgos económicos no puede olvidarse el de los ciberataques. Son una forma de respuesta económica y de alarma empresarial y social en la que Rusia se ha prodigado en los últimos años. El problema es que aquí es harto complicado distinguir entre la iniciativa “oficial” y la privada, dada la opacidad. Estados Unidos tiene en alerta varios sistemas de suministros básicos por temor a estos ataques, incluida su red eléctrica.
Una última cuestión no menos relevante es la que se refiere a quién sufre más los efectos. A escala global, la crisis de productos alimenticios (particularmente cereales) amenaza con convertirse en crítica en algunos países en desarrollo. Asimismo, con carácter más general, el alza de los precios (particularmente de la energía) es especialmente sensible para los hogares más desfavorecidos.
El peor escenario de 2022 se ha cumplido y ojalá se reduzcan pronto sus efectos.