El reto energético de Europa
Abordar la crisis energética se ha convertido en una de las prioridades de Europa ante la actual coyuntura de disrupciones de oferta y fuerte repunte de los precios del petróleo y del gas natural. La UE continúa en su esfuerzo por reducir la dependencia de Rusia a raíz de la invasión de Ucrania, en un momento en el que el sector de energía europeo se enfrenta no sólo a problemas de suministro sino también de capacidad y derivados de los reducidos niveles de inversión en los últimos años.
La semana pasada, Rusia redujo en un 60% la capacidad en el principal gasoducto de exportación a Alemania (Nord Stream I), lo que aumenta los riesgos de una situación de déficit de cara al invierno. Actualmente, el almacenamiento de gas natural en la mayor economía europea se sitúa en torno a un 55% (fuente Bruegel a 12 de junio), niveles similares a los de Francia e Italia e inferiores a los de España (69%). En el caso de Dinamarca, donde la capacidad es reducida y las reservas se sitúan en torno al 75%, el país ha comunicado una “alerta temprana” según el sistema fijado por la UE ante las expectativas de mayores dificultades en el suministro a corto plazo.

Ante este escenario, el Gobierno alemán ha anunciado que aprobará leyes de emergencia para reabrir plantas de carbón inactivas en los dos últimos años con el objetivo de generar hasta un tercio de la electricidad del país, al mismo tiempo que subastará el suministro de gas a la industria para incentivar a las empresas a frenar su consumo. También Austria reactivará una planta de carbón cerrada en 2020, Italia está estudiando adoptar medidas similares, y Países Bajos ha decidido eliminar los límites a la producción de energía eléctrica en las centrales de carbón para evitar una situación de escasez.
Paralelamente, la reducción del suministro de Rusia ha provocado la paralización del flujo de gas de Alemania a Francia. En su caso, donde la energía nuclear proporciona aproximadamente un 70% de la electricidad, la crisis energética se ha visto acentuada por los problemas surgidos en algunas plantas nucleares, unido a un clima más cálido que dificulta la refrigeración de los reactores más envejecidos. El operador multinacional EDF (Électricité de France), mayor exportador de electricidad de Europa, ha sufrido cortes que han provocado una reducción de la producción de energía nuclear de Francia a su menor nivel en casi 30 años.
A su vez, los recortes de oferta han impulsado nuevamente los precios del gas en Europa, unido al impacto del incendio que se produjo hace dos semanas en una planta de exportación de GNL (Gas Natural Licuado) de Texas y que podría permanecer inoperativa hasta 3 meses. Una situación que aumenta los riesgos en Europa, dado que actualmente casi la mitad de los suministros de gas proceden de EEUU.


En el mercado de petróleo, condicionado ya desde antes de la pandemia por la transición hacia el abandono de los combustibles fósiles, las industrias de Europa y EEUU han perdido peso en los últimos años en favor de Asia, especialmente de China. En concreto, la capacidad de refino de la potencia asiática alcanzó 17,5 millones de barriles diarios a finales de 2020 (vs. 18,1 millones de EEUU), y se prevé que ascienda a 20 millones en 2025 según el Instituto de Investigación de Tecnología y Economía de China National Petroleum.

La construcción de nuevas plantas en China, algunas de ellas denominadas megarrefinerías (pueden producir tanto combustibles como productos petroquímicos), ha permitido expandir significativamente su capacidad de refino en los últimos 3-5 años, si bien esta situación no se ha traducido en mayores exportaciones al resto del mundo debido a su sistema de cuotas. El Gobierno de Xi Jinping mantiene una estricta política de control de los envíos de combustible al extranjero, reforzada en los últimos meses por su objetivo de descarbonizar gradualmente la economía. Desde comienzos de año, a pesar de la caída de la demanda interna por las implicaciones de la política zero covid, hasta el momento sólo se han asignado 17,5 millones de toneladas de cuotas de exportación, una cifra notablemente inferior a la del mismo periodo de 2021 (29,5 millones). En mayo, los envíos de diésel cayeron a su nivel más bajo en 7 años.
Adicionalmente, China mantiene inactiva en torno a un tercio de su capacidad de procesamiento de combustible en un contexto en el que todavía no ha eliminado completamente las restricciones por covid-19, al mismo tiempo que continúa llenando sus reservas estratégicas de crudo. Tras las sanciones de Europa y EEUU a Moscú, la potencia asiática ha aumentado sus compras de combustible ruso con descuento, importando en mayo en torno a 8,42 millones de toneladas (equivalentes a 7.470 millones de $), un 28,5% más que en abril. De esta forma, Rusia se erige como el nuevo mayor proveedor de petróleo de China, desplazando a Arabia Saudí. Una circunstancia que refleja el estrechamiento de las relaciones entre ambos países a medida que los países del G7 y de la OTAN continúan imponiendo sanciones a Rusia.

En la misma línea, India también ha incrementado notablemente sus importaciones de petróleo y carbón ruso en la primera quincena de junio, multiplicándose por 31 y por 6, respectivamente, respecto al mismo periodo del año pasado.
Más allá de las relaciones entre China y Rusia, el hecho de que la acumulación de reservas por parte de China se enfoque principalmente a abastecer su mercado interno no contribuye a moderar la tensión en los mercados mundiales de combustible. Los precios del petróleo se han incrementado en torno a un 20% desde el inicio de la guerra, en un escenario en el que aumentan las expectativas de que se amplíe el déficit de oferta en los próximos meses. A pesar de que la OPEP+ anunció recientemente un aumento de su producción en los meses de verano y de la flexibilización de las sanciones impuestas a la compra de crudo venezolano, siguen pesando más las implicaciones de la prohibición de la UE de importar crudo ruso vía marítima, el repunte de la demanda esperado en China y el inicio de la temporada estival y de la driving season en EEUU.

La situación de China no sólo está afectando al mercado de energía, sino que también está condicionando los precios de otras materias primas básicas asociadas al sector de la construcción. La cotización del acero y del mineral de hierro, entre otros, han caído significativamente en los últimos 3 meses ante la debilidad de la demanda de la potencia asiática en un entorno marcado por la política zero covid y los desequilibrios en su sector inmobiliario. Junto a ello, la estabilidad de los tipos de interés de los préstamos bancarios a 1 y 5 años de China ha contribuido a mantener la senda a la baja de los precios de las commodities a la espera de si el Banco Popular de China aumenta los estímulos monetarios para apoyar a una economía que sigue mostrando signos de desaceleración.
Riesgo energético y estanflación en la Eurozona

El creciente riesgo de un corte abrupto del suministro de gas natural por parte de Rusia constituye una de las principales amenazas socioeconómicas para la UE, cuya coyuntura sigue marcada por la ralentización de la actividad y la inflación en máximos.
Una reacción que podría adoptar el Gobierno de Vladímir Putin no sólo como respuesta al apoyo militar a Ucrania, al último paquete de sanciones de la UE y a la decisión de Lituania de bloquear el transporte de mercancías a través de su territorio hacia el enclave ruso de Kaliningrado, sino también para evitar que los Estados miembros logren alcanzar sus objetivos de almacenamiento de gas de cara al próximo invierno.
Ante este posible escenario, en una coyuntura en la que el precio del gas natural en Europa se ha encarecido 6 veces respecto a su promedio entre 2015 y 2019, países como Alemania, Austria, Países Bajos e Italia han optado por la reapertura de sus centrales de carbón. Todo ello en un contexto en el que la Comisión Europea ha recalcado la necesidad de acelerar el despliegue de las energías renovables y el desarrollo de medidas de ahorro energético, en línea con las ya diseñadas por el Ejecutivo alemán.
De esta forma, los nuevos pasos de la guerra económica de Rusia, que se unen al bloqueo del transporte de grano desde Ucrania por el mar Negro, añaden nuevas presiones sobre los precios energéticos, los costes de producción y la capacidad de compra de los hogares. Al mismo tiempo, provocarían una aceleración de las actuales tensiones inflacionistas en un entorno en el que el pasado mes de mayo la inflación de la Eurozona un nuevo máximo histórico de un 8,1% anual. Una evolución explicada principalmente por el repunte de los costes de la energía (39,2% interanual) y de los alimentos (7,5% interanual), que ha ido acompañada de la subida de los precios de los servicios asociada al aumento de su demanda con la plena reapertura de las actividades de consumo social.

Así, la combinación de crecientes vientos de cara en torno a la crisis energética, la menor demanda externa, los elevados niveles de incertidumbre y el significativo deterioro de la renta disponible y de los márgenes empresariales proyectan una moderación de la senda de crecimiento de la Eurozona a corto plazo. Por ello, será determinante el grado de resiliencia del mercado laboral, la aceleración de los planes de recuperación y las medidas de política económica que se adopten para contribuir a moderar el crecimiento de los precios, que en su caso deberían priorizar las políticas de oferta y de ganancias de productividad y no el diseño de nuevos mecanismos o cargas fiscales que puedan introducir rigideces y lastrar la competitividad del tejido empresarial.
De ahí que, al igual que los bancos centrales, los gobiernos de las economías avanzadas tengan que afrontar en su caso cómo lograr un adecuado equilibrio entre amortiguar la pérdida de renta disponible de los hogares y evitar introducir cambios regulatorios que impacten en la inversión privada, en un contexto marcado por elevados niveles de incertidumbre y en el que su papel es clave en el desarrollo de los planes de recuperación Next Generation EU y en la adaptación del tejido socioeconómico al escenario geopolítico que lentamente se abre paso.

Todo ello sin olvidar que, tras el incremento de la actividad esperado en la temporada estival, el grado de deterioro de la economía real a partir del otoño determinará la magnitud de la recesión en 2023. En este sentido, serán clave las nuevas reacciones energéticas que adopte Rusia, que podrían situar a la zona monetaria europea en un claro escenario de estanflación. Según el BCE, en caso de que se produjera un bloqueo del suministro de gas natural el avance del PIB de la Eurozona podría limitarse a un 1,7% anual este año frente al 2,8% proyectado actualmente. Al mismo tiempo, la inflación general promedio de 2022 se situaría en un 8,0% anual, 1,2 pp superior a la prevista de un 6,8% anual.


Este escenario adverso deterioraría significativamente las expectativas de crecimiento y de evolución de los precios en 2023, al prever que la zona monetaria europea sufriría una contracción de su PIB de un 1,3% anual y una tasa de IPC promedio anual de un 6,4%. Un entorno de estanflación ausente desde la década de los 70, que no sólo retrasaría la recuperación de los niveles de producción previos a la pandemia, sino que también abre nuevos retos socioeconómicos y políticos.
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