Empieza el colegio, pero la educación financiera sigue estando ausente en las aulas. Sería deseable que las futuras reformas educativas tengan en cuenta la importancia que tiene en nuestras vidas una buena gestión de la economía personal, y que incluyeran enseñanzas prácticas en este sentido.
No obstante, también es fundamental la educación que se transmite de los padres a los hijos. Además de las cuestiones formales de la misma (modales, protocolo, relaciones sociales, etcétera) y de las propiamente académicas, es nuestro deber proporcionarles una formación lo más amplia posible en economía. Evidentemente, no se trata de que todos seamos economistas (¡el mundo sería peor si fuese tan monotemático!), pero sí que debemos tener unos conocimientos básicos sobre la materia y transmitírselos a nuestros vástagos.
Todo el mundo procura darle lo mejor a sus hijos, y en ese «lo mejor» debe incluirse una sólida educación financiera. Más allá de las explicaciones «de palabra», el mejor método para hacerlo es predicar con el ejemplo. Si los hijos ven a sus padres realizar una buena gestión de su economía en el día a día, lo asimilarán como algo natural, entendiéndolo como «lo que hay que hacer». Cada edad tendrá sus propios patrones y su propio nivel de aprendizaje, pero se debe comenzar desde pequeños.
Los niños no pueden comprender el valor del dinero si no se lo enseñamos. La parte positiva es que, si lo hacemos, serán capaces de entender los conceptos financieros básicos desde muy temprana edad. Con cinco o seis años, pueden asimilar que el dinero «no nace en el cajero automático», sino que hay que hacer algo previamente para conseguirlo. Que es necesario para comprar muchas cosas (y no sólo sus «caprichos»), como la comida, la ropa, la electricidad, etcétera. Que cada vez que se paga algo (sea en efectivo o con tarjeta) se va gastando el dinero y se puede agotar. Y que en ocasiones, si el importe de lo que queremos adquirir es elevado, es necesario ahorrar previamente.
Se puede (y se debe) hablar de dinero con naturalidad con los niños de corta edad. Tenemos muchas ocasiones para hacerlo, y de esta manera, les podremos ir explicando poco a poco cómo funciona y que lo asuman y lo integren en su acervo de conocimientos con normalidad. Por ejemplo, cuando se saca dinero del cajero, cuando se paga con tarjeta, cuando se mira un folleto de un supermercado o cuando se revisa un extracto bancario, se pueden realizar sencillas explicaciones de lo que estamos haciendo y las implicaciones que tiene.
La paga
Una manera para que empiecen a tener una relación más responsable con el dinero es asignarles una paga. La edad para comenzar a dársela depende de la madurez que muestre el niño/a, aunque puede ser razonable hacerlo entre los siete y los ocho años, cuando ya saben sumar y restar, conocen el sistema monetario y empiezan a hacer sus primeras compras.
Muchas personas establecen una paga semanal para sus hijos, lo cual contribuye a que aprendan a controlar mejor sus gastos que en el caso de que la asignación fuese mensual. El importe lo fijaremos en función de su edad, de los gastos que pueda tener y, lógicamente, de nuestro presupuesto, pero estableciendo un límite más bien reducido (es decir, evitando los importes muy elevados, aun cuando la situación económica familiar sea desahogada).
La paga debe ser vista como una delegación de responsabilidad. Les transferimos cierto dinero para que sean ellos quienes se paguen «sus cosas». En este sentido, no tiene por qué suponer un mayor desembolso de dinero: por ejemplo, en vez de comprarle nosotros las golosinas, las abonará el niño/a con su dinero.
Además de enseñarles a gastar ciñéndose a un presupuesto, debemos iniciarles en el hábito del ahorro. Si desean adquirir algo que excede de su presupuesto semanal, hay que explicarles que ahorrando durante cierto tiempo, podrán comprarlo ellos mismos. Cuando empiezan a recibir su asignación, necesitarán un poco de ayuda y de seguimiento a la hora de manejarla. Es posible que cometan errores (si el presupuesto es limitado, serán pequeños) o incluso que al principio no sepan administrarse y lo gasten demasiado rápido. Si es así, no hay que concederles un anticipo y deberán esperar a la siguiente paga.
Otra posibilidad es establecer una gratificación variable por diferentes trabajos, lo cual es una manera de que colaboren en casa y que relacionen el dinero con el esfuerzo necesario para conseguirlo. Puede utilizarse como única forma de pagar, pero resulta más interesante como complemento de la asignación fija, ya que si se utiliza como única vía, podría mercantilizarse en exceso su participación en las tareas del hogar (sólo colaboran si reciben dinero a cambio), además de que no se conseguiría un importante objetivo, que sí se alcanza a través de la asignación fija: que aprendan a gestionar el dinero. Es decir, que se acostumbren a disponer de una cantidad limitada, a elegir entre diferentes alternativas, a ahorrar, etcétera.
En el caso de utilizar la retribución variable, resulta más interesante vincular su obtención con una tarea prolongada en el tiempo, para que asocien ese dinero extra con un esfuerzo continuado y no con una meta fácil de conseguir. Por ejemplo, si el trabajo a realizar es «hacer la cama», que reciban el premio por hacerla toda la semana.
También es positivo que dispongan de una hucha para guardar los excedentes que puedan tener, de manera que puedan ver cómo su dinero va creciendo poco a poco. Si reciben un regalo en efectivo, deberían destinar al menos una parte al ahorro. Cuando sean un poco más mayores, se les puede abrir una cuenta en una entidad bancaria, de manera que, a través del interés compuesto, puedan ir acumulando un capital para los gastos que tendrán en el futuro.