Momentos como la vuelta de verano o el inicio de un nuevo año siempre son ideales para empezar a pensar en cosas serias, como, por ejemplo, en cómo obtener una rentabilidad por nuestro dinero. Y una de las maneras de conseguirlo es mediante una cartera de inversión bien construida. Así que vamos a ello.
Cuánto dinero tenemos que invertir
Una de las primeras cuestiones que hay que destacar es que no es necesario ser millonario para hacerte una. Quizás la expresión te suene a algo “para ricos”, pero puedes perfectamente construir una cartera de inversión con 6.000 euros, por ejemplo. ¿Podrías empezar con menos? También, aunque hay que tener en cuenta que, para que sea una cartera propiamente dicha (y bien hecha), hay que diversificar, y que, si las cantidades son muy pequeñas, las comisiones se pueden comer la rentabilidad.
Qué dinero dedicar
Otro aspecto a tener en cuenta es que el dinero que dediques a invertir es, como mucho, aquel que no vas a necesitar a corto plazo. Esto es así porque las inversiones pueden estar en pérdidas durante cierto tiempo, y es mejor que podamos aguantar, sin que nos veamos obligados a vender perdiendo dinero.
Por eso, como ya hemos explicado en alguna ocasión, lo ideal es, una vez que se comienza a ahorrar, crear un colchón de emergencia, que nos servirá para cubrir imprevistos. Y a partir de ahí, ahorrar para invertir, pero siempre teniendo presente la primera pauta, que sea un dinero que no necesitaremos a corto plazo.
Cuál es el plazo de la inversión
Evidentemente, no es lo mismo invertir a un año que a cinco o a diez (o para toda la vida, como prefiere el famoso inversor Warren Buffett). La inversión, por definición, suele ser a largo plazo, mientras los períodos más cortos entran más en el campo de la especulación. Menos de un año podría ser considerado corto plazo, entre uno y cinco años, medio plazo, y a partir de cinco, podríamos hablar de largo plazo.
Cuál es el perfil de riesgo
El clásico binomio riesgo-rentabilidad, que suele ir de la mano. Habrá inversores con un perfil de riesgo más acentuado, mientras que otros serán más conservadores, preferirán arriesgar menos, aunque potencialmente ganen menos. En muchos casos, esto tiene que ver con la edad y la situación vital de cada uno, de manera que casi se puede establecer una estrategia de inversión diferente para cada edad.
Incluso hay una conocida y sencilla regla para ver qué porcentaje deberíamos dedicar a renta fija (menos arriesgada) y cuánto a renta variable (con un mayor nivel de riesgo). La regla establece que el porcentaje dedicado a renta variable que habría que invertir sería el resultado de restar la edad de la persona al número 100. Así, por ejemplo, si el inversor tiene 30 años, podría dedicar a renta variable: 100 – 30 = 70%, mientras que si tiene 60, dedicaría un 40% (100 – 60).
El riesgo está relacionado con la volatilidad del activo, es decir, cuánto varían los precios (y, por tanto, la rentabilidad) de ese activo respecto a su media. Los activos más volátiles pueden proporcionar mayores ganancias, pero también mayores pérdidas.
También es importante tener en cuenta la liquidez del activo en el que se va a invertir, es decir, cómo es de fácil convertirlo en dinero, en caso de que queramos hacerlo.
En qué puedo invertir
La cartera de inversión no tiene por qué estar compuesta únicamente por acciones, hay multitud de activos financieros, y es conveniente que haya diversidad, tanto en el tipo de activos como en el riesgo que suponen: acciones, fondos de inversión, fondos indexados, ETF… Hoy en día, es posible invertir en casi cualquier cosa que imaginemos, desde las clásicas acciones hasta en oro, pasando por empresas más específicas como puedan ser las dedicadas a temas candentes como por ejemplo la robótica o la digitalización.
Métodos como la cartera Bogle (creada por John Bogle) o la cartera permanente (de Harry Browne) basan sus resultados precisamente en un reparto entre tipo de activos y un rebalanceo de los pesos de cada activo en la cartera, a medida que estos varían cuando lo hacen las cotizaciones de los activos a los que están referenciados.
La diversificación, un aspecto clave
Una cartera de inversión no puede calificarse como tal si no tiene una buena diversificación. El objetivo de una cartera, además de obtener una rentabilidad, es minimizar el riesgo, y esto se consigue a través de la diversificación: en distintos tipos de activos (renta fija, renta variable, fondos de inversión, materias primas, planes de ahorro…), en distintas áreas geográficas (España, Europa, Estados Unidos, países emergentes, etcétera).
Cuanta menos correlación haya entre los activos, menos riesgos correremos. A modo de ejemplo sencillo, el precio del oro suele subir en épocas de crisis e incertidumbre, mientras que la Bolsa suele ascender en épocas de bonanza y confianza en la economía.
Ojo con los gastos
Como señalábamos al principio, también es conveniente tener en consideración las comisiones y gastos que puede acarrear cada inversión. Entre otras, las operaciones de compraventa de valores, comisiones de custodia y administración, comisiones por gestión, de asesoramiento, etcétera. En la medida en la que puedas evitar esos gastos y comisiones, tu rentabilidad será superior.
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