Si volamos al pasado y nos situamos en nuestros años de juventud, recordaremos que lo normal en aquella etapa (salvo honradas excepciones) era “vivir al día”, gastando lo que hubiera que gastar sin echar la cuenta de cuánto dinero llevábamos en la cartera. Ahora, con el paso del tiempo y fuera del cobijo de nuestros padres, seguro que a muchos nos da por pensar en la cantidad de dinero que hemos tirado a la basura simplemente por no estar pendientes (o no ser conscientes) de cuánto gastábamos.
La experiencia nos demuestra que, si no adquirimos el hábito del ahorro desde jóvenes, muchas veces es más difícil inculcárnoslo más adelante. En la primera etapa de nuestra vida, seguro que no son pocos los que en algún momento se han arrepentido de no haber guardado algo de dinero de la “paga semanal” o de los regalos de cumpleaños con el que haber podido comprar su primer coche o dar una entrada para un piso.
Y pasan los años y en ocasiones continuamos con los arrepentimientos a cuestas: “Si hubiera ahorrado más podría irme de vacaciones en verano”, “Si hubiera ahorrado más tendría pagada ya más de la mitad de la hipoteca”, “Si hubiera ahorrado más mis hijos podrían haber estudiando un año en el extranjero», etc.
Pero empecemos por el principio. El hecho de ahorrar no es decirse a uno mismo que tiene que guardar en un calcetín todos los meses una cantidad determinada de dinero. O al menos, no sólo es eso, porque si ni siquiera sabemos cuánto dinero hay dentro de ese calcetín, casi es como si no supiéramos nada. Aunque esto parece una obviedad, no siempre está tan claro.
Tan importante como saber cuánto ingresamos todos los meses, es saber cuánto gastamos y en qué lo gastamos. Para tener claro dónde va nuestro dinero y cómo maximizar lo que nos queda para nosotros a final de mes después de pagar todos los gastos, hoy os traemos cinco trucos:
Tomar conciencia de unidad económica
Lo primero que hemos de asimilar es en qué situación se encuentra nuestra familia como unidad económica que somos (desde una familia unipersonal a una numerosa), saber lo que ingresamos y adaptar nuestros gastos al entorno dentro de nuestras posibilidades. Pero aquí no es cosa de una sola persona, sino que todos los integrantes de la familia deben ser conscientes de lo que tenemos y de cómo podemos y debemos distribuirlo.
Es vital que todos los miembros de la familia sepan que si estamos en un periodo de vacas flacas hay que renunciar a algunos excesos o cambiar algunos hábitos. Si queremos cenar con los amigos, podemos hacerlo en casa en vez de en un restaurante.
Por el contrario, si nos van bien las cosas, es el momento de decidir si queremos ahorrar, invertir o divertirnos…
Analizar pormenorizadamente tanto los gastos como los ingresos
Algo que tenemos todos en casa, y por lo general es una herramienta infrautilizada, es el Excel (o similares). Con las hojas de cálculo podemos hacer infinidad de cosas útiles, pero a nivel doméstico, es perfecto para llevar la cuenta de los gastos mensuales. De hecho, se utiliza en muchas empresas en paralelo con los programas de contabilidad para llevar el control de gastos, así que nosotros no vamos a ser menos.
Casi todo el mundo sabe más o menos cómo funciona, pero para los que nunca lo han utilizado, es importante saber que aprender a usarlo no supone mayor esfuerzo que comenzar a hacer “experimentos” con él. Al fin y al cabo, no vamos a hacer más que un listado de conceptos con cantidades que se sumarán a final de mes, así que no hay una gran complicación ni nos hará falta sacarnos una ingeniería.
De hecho, si hacemos una búsqueda rápida encontraremos infinidad de modelos para llevar las cuentas de la familia, ya preparados para utilizarlos nada más descargarlos. Podemos empezar por algo sencillo como son las nóminas que ingresamos y los recibos mensuales que llegan al banco, y terminar por esa cerveza inesperada que nos tomamos con Paco a la salida del trabajo.
Recopilar toda la información que podamos
Pero claro, lo que no vale es apuntar sólo algunas cosas de las que vamos pagando a lo largo del mes. Si queremos hacer las cosas bien hay que apuntarlo absolutamente todo.
Y aquí es donde hemos de ser minuciosos. Aunque en contra de lo que cabe esperar, tampoco es una obra faraónica, ni mucho menos. Teniendo en cuenta que tenemos que sacar la cartera para pagar cualquier cosa, por insignificante que sea, no cuesta nada coger el recibo, guardarlo y una vez a la semana, o al mes, introducir en nuestro control de gastos casero todos los resguardos que hemos ido apartando.
De esta manera podemos ver cuánto nos hemos gastado, en qué concretamente y clasificar esos gastos por tipo (alimentación, ocio, hogar…). Toda esa información nos servirá para analizar sobre qué gastos podemos actuar para reducir lo que pagamos a final de mes.
Confiar en las nuevas tecnologías
La tecnología vuelve a ser nuestra aliada. En una era casi totalmente dependiente de internet, las aplicaciones están a la orden del día para cualquier uso que se nos pueda venir a la cabeza. Podemos aprovecharnos del ingenio compartido de otros que se han molestado en desarrollar programas para que podamos gastar un poco menos o gastar de una manera más eficiente.
Gracias a internet, podemos encontrar aplicaciones con las que sacar el mayor provecho posible a nuestros ingresos manteniendo los pagos bien identificados y localizados. En Self Bank, sin ir más lejos, existe un programa de estas características que permite clasificar y categorizar los gastos y recibos, o incluso ponerle etiquetas personalizadas para poder así controlar mejor cuánto gastamos y en qué lo hacemos, que es el primer paso para poder gestionar mejor nuestro dinero.
Pero obviamente no es la única, en el mercado existen muchas aplicaciones que sirven como “programa contable familiar”. Es cuestión de buscar y elegir la que más nos guste o la que mejor se adapte a nuestras necesidades.
Clasificar los gastos según su importancia
Aparte de llevar el control de lo que gastamos, es muy útil hacer un diagnóstico sobre la prioridad que tiene cada tipología de gasto en nuestra contabilidad. Así, podemos clasificar los posibles pagos entre obligatorios, recomendables y prescindibles para saber la prioridad que debemos otorgarles y si los podemos posponer a un momento más conveniente.
Podemos añadir entre esas tres prioridades principales alguna “subcategoría” más si nos parece conveniente, para incluir aquellos gastos necesarios pero no imprescindibles o aquellos caprichos que puedan tener cierta utilidad. Por ejemplo: un aspirador nuevo, pues el que tenemos se deja la mitad de las pelusas en el parquet.