Si pensamos en un producto duradero (habitualmente, si tiene una vida útil superior a un año), podemos considerar que lo que cuesta ese artículo se puede distribuir a lo largo de ese tiempo. Por ejemplo, si adquirimos un vehículo por 20.000 euros y dura diez años, el gasto por amortización que imputaríamos a cada año serían 2.000 euros.
En realidad, se puede afinar un poco más. Cuando nos deshagamos de él, el automóvil tendrá un valor. Por ejemplo, si a los diez años, vendemos el coche por 3.000 euros, el gasto anual por amortización sería de 1.700 euros (los 20.000 iniciales menos los 3.000 que recuperamos = 17.000, y dividido entre los 10 años que dura).
La amortización también se podría ver como una tasa de reposición para adquirir un producto similar una vez que éste deje de funcionar. Desde este punto de vista, si consideramos un ordenador que cuesta 900 euros y con una vida útil de tres años, amortizaríamos 300 euros anualmente. Éste sería el importe que tendríamos que reservar cada año para, al finalizar los tres, tener otra vez 900 y poder adquirir otro aparato.
Verlo de esta manera nos ayuda a gestionar conscientemente nuestra economía, ya que nos permite planificar los gastos que tendremos en el futuro, cuando debamos sustituir los productos obsoletos.
Por qué se produce la pérdida de valor de un bien:
• Por el paso del tiempo (el producto se vuelve viejo).
• Por su utilización (cuanto más lo usamos, más se desgasta).
• Por obsolescencia (el artículo se queda anticuado por las mejoras que se van produciendo en la tecnología, dependiendo en buena medida del tipo de producto).
Volviendo al caso del automóvil: por una parte, pierde valor por el simple paso del tiempo; aunque no lo utilizásemos, el coche valdría menos pasados unos años. Pero también pierde valor por su utilización; es evidente que pagaríamos más por un vehículo con 50.000 kilómetros de uso que por otro idéntico, pero con 300.000 (de ahí las trampas que en ocasiones se hacen en el mercado de segunda mano).
Por su parte, el ordenador nos puede servir como claro ejemplo de lo que supone la obsolescencia. Su pérdida de valor no se deriva tanto del paso del tiempo ni de su utilización como de los cambios en la tecnología, que hacen que el PC se quede rápidamente anticuado.