¿Has vendido tu alma al diablo? ¿puedes estar seguro de ello? Quizá esta pregunta te choque, o quizá ni seamos consciente de ella. ¿Cuántas veces damos “ok” para aceptar unas condiciones de uso, instalar una aplicación, descargarnos un programa en nuestro ordenador, o clicamos en un enlace sin pararnos a pensar o leer? Acciones cotidianas que en muchos casos consideramos nimias, inocuas o que, siendo conscientes de lo que podemos estar aceptando, hacemos caso omiso y continuamos.
Aunque, reitero: seamos conscientes que podemos estar entregando nuestros datos a terceros, vulnerando nuestra propia privacidad o dejando puertas abiertas que desconocemos a quienes podrán servir y quienes entrarán. Riesgos innecesarios evitables o quizá confianza arriesgada.
Con este conocimiento de la naturaleza humana, de la rapidez en nuestras acciones cotidianas, de la facilidad con la que asumimos riesgos y la confianza que otorgamos al sistema (o quizá falsa sensación de seguridad), añadido, claro está, a veces a un desconocimiento del propio funcionamiento de este sistema, se crean programas como los recientes “criptovirus”, siendo uno de los más conocidos y que más víctimas se está cobrando el “mensaje falso de Correos”.
En este caso, y explicándolo de una forma sencilla, tras recibir un email suplantando la identidad de una entidad que genera gran confianza en los usuarios como es Correos, nos proponen pinchar en un enlace y aceptar descargar una información que supuestamente te dice qué paquete vas a recibir. Basándose en esa confianza secuestran tu ordenador al instalarte un sistema que cifra tu disco duro exigiéndote para su restauración el pago de un rescate. Como todos los virus se basan en la confianza del sistema, en engañar al cuerpo haciéndole creer que es un sistema amigo para, cual caballo de Troya, entrar en el sistema, infectarlo y en este caso pedir un rescate para que todo vuelva a la normalidad.
Son situaciones que lamentablemente están ocurriendo hoy en día, y en la que ni empresas ni personas con suficientes conocimientos son ajenas a ellas cayendo incluso en las garras de un malware letal como el criptovirus en el mensaje de Correos, o vendiendo nuestra alma al diablo por no leernos las condiciones de uso. Paradójicamente nos encontramos en la actualidad en una sociedad hiperinformada, cayéndose incluso en la “infoxicación”, en la que se transmite las noticias más rápido que en ninguna otra época de la historia y el acceso a la información nunca ha sido tan amplio.
Asimismo contamos con amplias herramientas para asegurar nuestros sistemas como los antivirus, firewalls, etc. Las empresas se esfuerzan en dotar de las mejores garantías de seguridad a sus usuarios para evitar accesos no consentidos, intromisiones ilegítimas; sin olvidarnos que llevamos en nuestros bolsillos un DNI que permite firmar electrónicamente asegurando nuestros sistemas de accesos, por ejemplo, a la banca electrónica. Es decir, tenemos un amplísimo abanico de posibilidades para proteger nuestros ordenadores y nuestra identidad electrónica; y las empresas gastan gran parte de sus presupuestos en la seguridad de sus sistemas.
Por todo ello, no seamos alarmistas, realmente nadie está a salvo de sustos ni en la vida en general ni en su dosis diaria de vida electrónica en particular; pero tanto en una vertiente como en la otra de nuestra vida, conocer los lugares por donde andamos, informarnos previamente de posibles riesgos, formarnos en temas que ignoramos, pararnos un segundo a pensar o fijarnos en el enlace que estamos pinchando; son las mejores prácticas que podemos poner en funcionamiento.
Eso y por supuesto aplicar el sentido común (¿crees que alguien te va a donar su cuantiosísima herencia sin conocerte?) y leernos la letra pequeña, esa que aceptamos sin pestañear para no vender barata nuestra alma, o por lo menos saber como podemos recuperarla.