Llegamos a casa del trabajo o de clase y ya no encendemos la televisión para ver los canales gratuitos como hacíamos antaño; ahora conectamos directamente la TV en streaming con Netflix, HBO o Amazon Prime Video, plataformas que ya son de sobra conocidas por todos en las que no tenemos que ver lo que la cadena de turno decida programar para ese día, sino que somos nosotros los que elegimos qué ver y, sobre todo, cuándo.
La televisión en streaming nació oficialmente a mediados de los años 90 del siglo XX, pero no se ha popularizado y comercializado hasta bien entrada la segunda década de los 2000, cuando aparecieron empresas capaces de ofrecer multitud de contenido diverso a una audiencia global sobre conexiones a internet lo suficientemente rápidas. No era fácil hacerlo antes, pero el desarrollo tan ingente de la tecnología en los últimos 20 años ha permitido que ciudadanos de partes totalmente alejadas del mundo puedan ver a su elección el mismo contenido en línea.
Así, hoy en día apenas existen hogares que no tengan contratada una de estas plataformas -o varias-, en las que pueden elegir entre miles de películas, series o documentales, algunos además ya convertidos en fenómenos de masas, como ha sucedido con Stranger Things o Juego de Tronos. Hasta el punto de que los principales premios del cine y la televisión ya incluyen las producciones propias de estas empresas entre las nominaciones anuales, pues no pueden negar esta realidad.
Pero, más allá de un fenómeno social de calado que ha dejado a la televisión tradicional en un segundo plano, todo esto es un negocio de impresionantes dimensiones. Solo un dato es suficiente para visualizarlo: en España más del 50% de los hogares están suscritos a alguna de estas plataformas.
Streaming, un negocio millonario
Como decíamos, cada día hay más hogares con suscripción a plataformas de contenidos en streaming. Se trata de un nuevo mercado de contenido que genera múltiples ingresos, a pesar de que el precio de sus suscripciones mensuales no sea muy elevado (algunas están disponibles por menos de 20 euros al mes). La clave del éxito es su enorme masa de clientes, que se traduce en una elevada facturación. Y todavía queda margen de crecimiento.
Por ejemplo, Netflix nada menos que duplicó sus beneficios en 2018, pasando de 558 millones de dólares en 2017 a 1.211 millones, un crecimiento de récord que muestra hasta qué punto está triunfando su modelo de negocio. Lógicamente pronto se ha visto reflejado en su capitalización bursátil, de unos 160.000 millones de dólares y unos títulos que cotizan entorno a los 340 dólares. No en vano, son ya 140 millones de clientes en todo el mundo y el ritmo de suscripción no cesa, lo que augura a la empresa estadounidense seguir batiendo récords en los próximos años.
HBO es su principal competidor, propiedad de AT&T. Se trata de un canal por suscripción cuyos orígenes se remontan a 1965 (el primero por satélite). Fue impulsado por Warner, compañía que compró su actual matriz, y sufrió una profunda reorganización en 2019. Tiene otros canales ‘hermanos’ como HBO Family, HBO Plus o HBO Signature y está presente en 150 países de todo el mundo.
El trono es de Netflix y HBO
Ambas plataformas se disputan el trono actual, con producciones y series que se superan cada día más para intentar robar suscriptores a su rival y atraer a otros nuevos. Pero los resultados económicos muestran que Netflix está comiendo terreno a HBO, que hasta no hace tanto reinaba prácticamente en solitario. AT&T tuvo unos ingresos de 19.370 millones de dólares en 2018, un 34% menos que el año anterior, aunque la compañía alegó que se debía al impacto de la reforma fiscal en el negocio. No obstante, HBO sigue dando la cara y los ingresos de la multinacional aumentaron en la división de Warner Media -en la que se engloba el canal- gracias al crecimiento de suscriptores.
Ambas se han visto envueltas en la misma polémica en España. Porque sus divisiones españolas apenas dejan retorno de los ingresos que obtienen. Es decir, apenas pagan impuestos en España. Así, en 2018, Netflix solo pago la simbólica cifra de 3.146 euros en impuestos en España, mientras que HBO pagó en 2017 45.000 euros, aunque subiendo respecto al año anterior -cuando sólo abonó 23.000 euros-. Y es que este es el problema que presentan estos novedosos negocios debido a su descentralización: su regulación fiscal.
Y es algo que comparten con otras tecnológicas como Facebook o Google, porque casi todas facturan sus ingresos a través de su matriz, ubicada en Irlanda -país con una fiscalidad mucho más laxa-. Así sucede también con Netflix, en este caso con sede central en Holanda, desde donde factura a todos sus clientes, mientras que en España tan solo tiene dos sociedades que apenas registran negocio.
Una de las promesas electorales del pasado gobierno era desarrollar una normativa fiscal para las tecnológicas, para que, de una vez, su situación sea regular y puedan tributar correctamente en España, como país donde presta su servicio. De momento, las reiteradas elecciones y la dificultad para formar gobierno ha paralizado la normativa, por lo que las plataformas de streaming siguen en un privilegiado limbo legal.
Es el gran hándicap que presentan estos nuevos negocios, que todavía no hay leyes claras para regularlos, lo que puede dar lugar a situaciones injustas, a todas luces, respecto al contribuyente y a otras compañías.