Lo primero que hay que decir es que en los casos más graves, que son el de Turquía y el de Argentina, esta crisis se viene fraguando desde hace tiempo. La cotización de la lira turca y el peso argentino acumula un descenso cercano al 50% en lo que llevamos de año.
El detonante final ha sido la llegada a un punto en el que la subida de la inflación ha hecho que la situación sea prácticamente insostenible.
Ambos tienen una inflación disparada (17% en el caso de Turquía y 31% en Argentina) y los ciudadanos, ante el temor de perder poder adquisitivo, optan por cambiar sus ahorros a dólares, que es una divisa mucho más segura y estable.
Llegamos aquí a la otra variable de la ecuación: la subida del dólar.
El deterioro de sus economías se está viendo agraviado por la fortaleza del dólar, que se debe en gran medida a la política de subida de tipos de la Reserva Federal.
Desde 2015 el banco central de EE.UU. está subiendo los tipos de interés. Esto está desencadenando un incremento de la rentabilidad de la deuda pública de EE.UU. Si fueras un ciudadano europeo y vieras que la rentabilidad del bono a 10 años español ofrece un 1,40% de rentabilidad, y la deuda americana, mucho más segura (AAA por las agencias de rating), ofrece un 3%, ¿no te animarías a cambiar euros por dólares para poder comprar esos bonos? Pues eso es lo que están haciendo miles de inversores e institucionales de todos los rincones del mundo.
¿Por qué los emergentes no quieren un dólar fuerte?
Esta subida del dólar afecta a muchas empresas y gobiernos de países emergentes que tienen deudas contraídas en dólares, por lo que cada vez les resulta más complicado hacer frente a estas obligaciones de pago.
Además, a medida que sube el dólar, se encarecen las importaciones de productos denominados en esta divisa. Desde el petróleo hasta el Jeep Cherokee, pasando, como no, por los móviles iPhone.
Otro motivo que provoca el desplome de las divisas emergentes es que todo el ruido y titulares en prensa generan desconfianza y están afectando a la inversión extranjera. Las empresas extranjeras e inversores privados deciden, o bien no depositar su dinero en proyectos en estos países, o bien retirarlo en caso de que ya lo tuvieran allí.
Ojo con la guerra comercial de Trump
Otro factor que habrá que tener en cuenta en el futuro es la guerra arancelaria que ha iniciado la primera potencia económica del mundo (EE.UU.) contra la segunda (China).
China es a día de hoy el principal consumidor mundial de materias primas, y tiene entre sus principales proveedores a muchas de estas economías emergentes. Estas dependen de que los precios del petróleo, de los alimentos o de los metales estén altos para poder cuadrar sus cuentas.
En la medida en que esta guerra comercial acabe castigando a China y el país ya no demande tantas materias primas, los precios podrían caer y perjudicar a las economías emergentes, desde Brasil o Rusia, hasta la misma Argentina.
El caso de Argentina: no es la primera vez
Argentina es un país que periódicamente atraviesa dificultades. Lo de la inflación disparada no es nada nuevo y en otras ocasiones ha provocado medidas drásticas como la aplicación del corralito en 2002, el impago de la deuda, solicitudes de ayuda al FMI, etc…
Ahora el gobierno argentino está tratando de amortiguar la depreciación del peso vendiendo sus reservas en dólares y comprando pesos argentinos. La medida puede surtir efecto a corto plazo, pero desde luego no es la solución a los problemas del país.
La bolsa española observa de cerca estos acontecimientos, confiando en que el peso argentino no baje más y que la economía se vea lo menos dañada posible.
Son muchas las empresas con un porcentaje relevante de sus ingresos en Argentina: supermercados DIA (16%), Prosegur (8%), Telefónica (7%), BBVA (5%) o Santander (3,5%). El caso de los bancos es más preocupante porque tienen allí miles de millones de euros en créditos y si sube la morosidad y empieza a haber impagos, es dinero que pierden directamente.
Con Erdogan no hace más que subir el pan
Turquía ha sido el país que ha desencadenado todos los temores sobre las economías emergentes al alcanzar la inflación una tasa del 17%. Tayyip Erdogan ganó con holgura las pasadas elecciones del 24 junio. Su pueblo confía en él, pero los mercados no.
La situación se ha acrecentado al ponerse en duda que su banco central sea realmente independiente, algo que resulta básico en cualquier economía. En Turquía todo el mundo sabe que el gobierno de Erdogan es el que controla, además de la política fiscal, la política monetaria.
Con inflación tan elevada cualquier banco central habría subido los tipos de interés para tratar de frenar las solicitudes de crédito, es decir, enfriar un poco la economía para moderar el consumo y que los precios dejaran de subir a esta velocidad.
Sin embargo, el Banco Central de Turquía opta por no subir tipos y tratar de alargar el actual ciclo expansivo que tiene su economía. La última polémica se generó con los rumores sobre la dimisión del vicegobernador de esta institución.
Los problemas económicos en Turquía los está sufriendo de lleno el BBVA, al proceder de allí el 16% de sus ingresos globales. La entidad lleva años haciendo una apuesta fuerte por el país, en un primer momento por la esperanza de que llegase algún día a formar parte de la zona euro, y más adelante por las perspectivas económicas de un país emergente de 80 millones de habitantes y un enclave geográfico privilegiado.
Entró con una participación pequeña en el banco Garanti y ahora ya ostenta el 49%. El 7% de la cartera de renta fija de BBVA se encuentra invertida en bonos turcos, o lo que es lo mismo, 8.600 Mn€. Esta cartera está perdiendo valor a medida que caen la lira y el precio de la deuda pública del país, ya que se elevan las probabilidades de impago.
De los más de 45.000 Mn€ de créditos concedidos en el país por parte de BBVA, la mayoría es crédito a empresas, que son los primeras (antes que las familias o el sector público) en dejar de pagar cuando se produce una crisis económica.